Hay dos cosas que me gustan de mis hijas, una que nos parecemos muchísimo y la otra es que no nos parecemos en absolutamente nada. Así de simple y me gusta contemplarlas y observarlas y me gusta verlas y recordar de dónde venimos sin esforzarme nunca a pensar qué será de ellas, eso de pensar en el futuro a mí me pasa de largo, no fantaseo que si serán lo esto o lo otro, o que si se casarán o que si vivirán aquí o en el otro extremo del mundo, eso me tiene sin cuidado y no uso mis recursos ni mi tiempo para fantasear al respecto, eso depende de ellas, de sus circunstancias y de sus decisiones, y para tomar decisiones les hemos proporcionado a cada una de cabeza y corazón y en la mano llevan un compás moral que está activado las veinticuatro horas del día, así que las decisiones serán de ellas y de nadie más, sin interferencia de las fantasías de su madre. Lo que a mí me gusta es observarlas, a veces con el rabillo del ojo, y otras apoyada en mis brazos para contemplarlas con detenimiento y con mucho descaro. Es ahí cuando me gusta fantasear y pensar ¿pero de dónde vienen estas niñas?
Y dándole vueltas a la pregunta como si jugara con un anillo suelto en el dedo índice, hemos venido armando el árbol genealógico de las familias, de las dos familias que le han dado nombres y apellidos a nuestras hijas. Recuerdo que el primer árbol genealógico que dibujé de la familia lo hice en la pubertad, no tendría más de catorce años cuando dibujé con lápices de colores el tronco y las ramas de los Carbó – Sánchez y en cajitas de texto pequeñitas que trazaba con lápiz y regla escribía los nombre y las fechas que mi madre me iba dictando, mucho antes de que hubiera computadoras personales y de que alguien imaginara las aplicaciones genealógicas que ahora están al alcance de la mano. Cuando la webb ofreció la posibilidad de crear los árboles genealógicos digitales mi marido y yo nos dimos a la tarea de ir llenando nombres, apellidos y fechas de cuándo familiar y pariente nos iba cruzando por la mente, de mi madre obtuve mucha información y son muchos los primos y tíos que han encontrado apasionante el hecho de dejar constancia de los que nos precedieron.
Escribir el nombre de los ancestros ha sido satisfactorio, el contarle a las hijas las diferentes historias de la familia, tal como lo hacía mi madre conmigo es parte de mi legado y escuchar y prestar oídos a las historias que nos regala mi suegra, ahora que ya los otros viejos han muerto, es un privilegio. Cada historia y cada nombre con su fecha son piedras de la calzada-romana que forma la vida de las familias y que se extiende por generaciones, donde no importa los temporales, los pasos andados, la extensión o las vidas recorridas, son fundamento de vida y la infraestructura de las generaciones por venir.
Así que no nos quedamos en las historias habladas y escritas, ni en el árbol genealógico digital ni en saber que las hijas como regla básica, será de suponer, que cuentan con 50 por ciento de sangre Escandinava por los Sivertsen Bruland y la otra mitad por la simple obviedad de venir de los Carbó – Sánchez pues será Español y Mexicano. Pues no nos quisimos quedar con la curiosidad y nos echamos un clavado en el mundo de las pruebas del ADN de lo cual yo sé tan poco-poco que me declaro analfabeta en el oficio, sé lo que la caja de la compañía de Países Bajos explica para los consumidores como yo, que sabemos que bueno pues en éste mundo hay razas y unos son más blanquitos que otros y los otros pues serán más lacios que los que no son rizados. Pero la cosa es mucho más profunda y compleja y los cuatro dedos de frente que yo tengo no son suficiente para que yo pueda entender el mundo del ADN pero confío en las explicaciones de los expertos (que a cambio de una buena cantidad) pues hacen su trabajo. Y manos a la obra, con isótopo en mano hemos mojado el algodón en la saliva y lo hemos mandado directo al laboratorio. Unas cuantas semanas más y los resultados están a la vuelta de correo (digital) y la respuesta es ¡asombrosa!
Digamos que yo me casé con un noruego y de acuerdo a su ADN pues no tengo que presentar queja, porque es Escandinavo al 56% con altísimas proporciones de etnicidad correspondiente a Noruega y en específico altísimas proporciones de los oriundos de Bergen, y bueno eso no es novedad, porque a los Sivertsen – Bruland se les puede rastrear generación, tras generación, tras generación… así hasta que Thor empezó a usar el martillo (Thor el dios vikingo, que no mi suegro que llevaba el mismo nombre pero sin «h» en honor a sus raíces). Del 50% restante mi esposo lleva en las venas un 30% de sangre de Europa del norte y occidental, traduzcase esto como Alemania, Francia y los Países Bajos. Esas dos etnicidades, la escandinava como predominante y la de europa del norte y occidental en segundo lugar son las que conforman casi la totalidad del ADN de mi marido, para después sorprendernos, aunque quizá no haya mayor sorpresa en saber que el 6% es de la Europa del este, limitándose a las etnias de Rusia, Ucrania y Polonia y con una pizca de menor proporción sabemos que hay casi un 6% de etnicidad Irlandesa, Escocesa y Galesa. Seguramente sus antepasados transitaron más de una vez de ida y vuelta desde los inviernos siberianos hasta los fiordos de Norland por lo que hoy día es la frontera geográfica entre Noruega y Rusia. Es fácil de imaginar que sus antepasados navegaron el mar báltico y el mar del norte, que pasaron de isla en isla, quizás Irlanda, quizás Escocia y Gales para después establecerse en Noruega. Vikingos, pescadores, comerciantes, marineros, saqueadores, hombres y mujeres de mar, de agua, navegantes de los Países Bajos que aprendieron a convivir con el mar. Ancestros de mi esposo, ancestros de mis hijas, ancestros de agua de sal desde el Atlántico hasta el mar del Norte y las no poco saladas aguas del Báltico. Ancestros de vientos fuertes y de mareas y de corrientes.
Todo esto les pertenece a mis hijas, pero cada una de ellas tiene el 49.9% de ADN de su padre, el otro 50% se los heredo yo, así que leer mi resultado de etnicidad ha sido también una sensación de nochebuena, de abrir paquetes con emoción y de encontrar un puzle que nos abrió los ojos, la boca y la imaginación. Cualquiera diría que como una Carbó Sánchez pues soy en una muy buena proporción Española y el resto pues se los dejamos a las etnias Mexicanas, con una salpicada de francés por los Riester que bautizaron a mi abuela paterna o quizás habrán sido Flamencos de los Países Bajos que llegaron más tarde a Francia. Pero bueno resulta que la vida decide no ser tan simplona, que lo evidente no es lo probable y que hay muchas más capas y dimensiones en lo que se refiere a la etnicidad que las nanas de la cebolla. La cosa no estaba tan errada cuando mi resultado genético me confirma que por mis venas corre aceite de olivo, jamón de pata negra y horchata de chufa como era de esperarse en un 38%, si Iberico y de buena cepa, quiero yo pensar, espero que Valenciano con los pies mojándose en el Mediterráneo. Después nos vamos al otro lado del mundo, a diferencia de mi marido con todo su ADN apostado en Europa (del Norte, del este, del oeste y escandinavia, que también es Europa) pues mi ADN como es de creerse se mueve entre continentes y un 31% ganador es esta sangre mía de origen Mesoamericano, para ser más específicos de la región central de México y del norte, extendiéndose hasta ¡Texas!, ¿cómo le quedó el ojo?. Así que cuando hace casi 30 años decidí mudarme a Coahuila, seguramente fue la sangre la que me murmuraba al oído que esas tierras áridas también eran polvaredas de mi sangre.
Así sumando el 38% Iberico y el 31% Mesoamericano de la zona central de México nos da un flamante 69% de mi ADN particular, y la pregunta forzosa es de dónde viene el resto de mi masa genética y aquí señoras y señores es donde viene la magia, donde el público aplaude emocionado y los ojos se abren como platos al sonar de los platillos de la banda de pueblo cuando se desvela que en mi sangre corre 11.2% de sangre… ¡Escandinava! Sí señor, otra vez, la sangre llama!
El 11.2% de mi masa genética, de mi ADN pertenece a la etnia denominada Escandinava que incluye obviamente Noruega, Dinamarca y Suecia. Así que «he vuelto a casa». Después de ver estos resultados y de portar un pasaporte Sueco con Sivertsen como mi apellido desde hace veinte años, siento que ahora sí que me he ganado el derecho pleno de ser llamada Escandinava. Y es que seguramente entre tanto viaje para conquistar, saquear y comerciar pues uno que otro vikingo se topó con alguna que otra romana que en su momento se fue a conquistar, saquear y comerciar en la península Ibérica y pues bueno, especulaciones más o especulaciones menos pero con algún grado de verdad, porque la ciencia ha demostrado que además de colesterol y del malo, mi sangre tiene ADN Escandinavo.
Y para seguir con variaciones sobre el mismo tema, mi masa genética no se conformó con la proporción Escandinava sino que dió por resultado también un casi 10% de ADN de origen: Escoces, Galés e Irlandés. Lo que demuestra que el comercio y la navegación, las rutas a caballo y el trueque no fueron tan solo de monedas de oro y de bisutería, sino de fluídos genéticos que se ha movido a sus anchas y a sus largas durante cientos y cientos y cientos de años de asentamientos humanos por aquí y por allá.
Pero ahí no para la cosa, esto de la etnicidad como prometido, tiene muchos niveles y dimensiones y tiene de todo como en botica y además es complejo. Pero el siguiente bloque de este mi muro genético es una obra de arte, la joya de la corona en mi ADN a mi punto de vista muy particular, quizás no completamente sorprendente pero por mucho decorativo y de alto grado ornamental, mi 5.7% de ADN es de origen Nordafricano, y esto a mí me parece una sutileza, estamos hablando de la región del Magreb, lo que se conoce como Marruecos, Algeria, Tunicia y Libia. Mis venas llevan arena del desierto del Sahara y entreteje diversos cultos. Soy una gota de Mediterraneo tras ocho siglos de islam en la península ibérica. Mi masa genética seguramente ha orado a diversos dioses, desde los mesoamericanos, hasta los del imperio romano pasando por mezquitas y catedrales.
Pero mi masa genética no se detiene en la belleza de la llamada «Gente del Poniente» o Magrebí sino que sigue dando sorpresas. Con un 2% de ADN me pongo una pluma en el sombrero como descendiente de las tribus originarias de América del Norte, ya habíamos dicho que mi masa genética mesoamericana se extiende desde el centro de México hasta Texas y bueno con un 2% más podemos asegurar que la sangre de nativos americanos está también en mis venas.
Y para cerrar con broche de oro, para llegar a casi el 100% después de un viaje genético por tres continentes y seis regiones étnicas del mundo cerramos mi resultado con un 1.8% de ADN Nigeriano. Así es, no únicamente tengo sangre del norte de África sino que unas cuantas gotas de sangre Nigeriana hacen el honor de fluir por mis venas. Sangre Nigeriana que quizás vivió la barbarie de la esclavitud y el colonialismo, pero eso no la aleja mucho de mi sangre mesoamericana que vivió exterminios y asimilación, no muy lejanos de las etnias norteamericanas que fueron eliminadas o de las guerras peninsulares entre árabes y españoles.
Pero para qué mirar en esa sangre que ha corrido, en todos los continentes, en todas las épocas, en todas las latitudes, mejor ver mi masa genética como un triunfo de etnias y de diversidad, amalgama de culturas, de credos y de tradiciones que de mezcla en mezcla, de mezcla fecunda sin tregua ha llegado hasta esta colección de etnias que a mí me han dado forma, cuerpo y carácter.
Y después vienen las hijas, este par de mujeres inteligentes e independientes que me gusta observar con el rabillo del ojo y contemplar cuando descanso la cabeza en los brazos. Estas dos chicas que a grandes rasgos se podría deducir son mitad escandinavas y con una buena mezcla ibérica y mesoamericana, pero lo cierto es que nuevamente la genética nos sorprende y en esta lotería nadie sabe cuál es su billete ganador.
Mi hija mayor, Runa, nacida orgullosamente en Monclova, Coahuila tiene 65% de masa genética de Europa del Norte y del Este, o sea que los genes paternos con orígenes en Alemania, Francia y los Países Bajos le han dado a Runa una gran parte de su herencia. Para balancear el peso Europeo lleva Runa casi 17% de ADN de origen Mesoamericano y pisándole los talones con poco más del 15% tiene mi hija mayor la sangre Galesa, Irlandesa y Escocesa para poner la cereza en el pastel y coronarse con apenas un 3% de sangre Ibérica.
Por otro lado Mia, la pequeña ha dado muestra también de su gusto por la diversidad, al igual que su hermana y por línea directa de su padre tiene poco más de 48% de sangre de Europa del Norte y del Este, o sea Alemania, Francia y Países Bajos. A diferencia de su hermana Mia ha heredado 16% de masa genética Escandinava, de lo cual yo puedo decir que soy partícipe también ya que está constatado que yo también soy portador de masa genética de esa etnia. Con 15.7% Mia se coloca como la mayor portadora de ADN Iberico de las dos, lo que explica su paleta de colores y pigmentos de chica de verano en la Costa Blanca para dar el brinco al otro lado del Atlántico y constatar un 15% cerrado de sangre Mesoamericana. El 5% de su masa genética se divide desproporcionada y sorpresivamente entre un 3.5% de etnia Finlandesa y un 1.5% de Irlandesa, Escocesa y Galesa.
Ahora con toda esta información genética, de la que entendiendo apenas la superficie y con más preguntas que respuestas contemplo a mis hijas cuando descanso la cabeza en los brazos, las observo con el rabillo del ojo cuando creo que no me prestan atención y me doy cuenta de que hay dos cosas que me gustan de ellas, una que nos parecemos muchísimo y la otra es que no nos parecemos en absolutamente nada y con esa seguridad me permito fantasear en todos esos antepasados que vivieron vidas para llegar hasta aquí, hasta hoy hasta ellas. Cuantos siglos, cuántos caminos, cuantas batallas perdidas y cuánta sangre que regó tierras áridas y tierras fértiles estrechando tres continentes y surcando mares y océanos. Cuántos migrantes, cuántos adioses y no volver. Cuántas guerras y cuánto arte. Cuántos muertos y cuantos vivos para llegar a los que somos hoy. Esta pequeña familia de cuatro con un pie en el mañana y con un pasado glorioso, extenso, firme, largo pero nunca olvidado, como calzada romana, muy andada, con hierba verde de vida entre las grietas pero nunca borrada. Somos eslabones de cadena, una generación más, migrantes por definición, andantes de continentes, países y mares. Para que cuando nos pregunten: ¿y ustedes de dónde son? «pues somos de aquí», digamos con orgullo, de aquí mismo donde andamos, donde nos paramos, de ayer y de siempre.
Extrañaba tu escritura.
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Gracias querida
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Cuántos lugares a donde ir después de esta vida!!! Desde el Valhalla hasta el Mictlán sin olvidar El Cielo!!! Abrazos queridos!!! 🖤
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Qué lindo Ro, no pensé en esa dimensión pero me gusta, me gusta la diversidad de vidas después de esta a las que tendremos acceso.
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Hola Lucía!
Fascinante relato. El DNA de veras que nos pone a pensar en todo lo que tuvo que haber pasado para que hoy estemos donde estemos. Saludos! Disfrute mucho leerte.
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Muchas gracias Gaby, es alucinante pensar en todos los que han vivido para que ahora estemos nosotros aquí! Un abrazo fuerte compañera migrante y que siga dando frutos la diversidad!
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Qué divertido! Jamás se me habría ocurrido hacernos la prueba… Y la verdad me sigue dando lo mismo, ahora más que nunca somos todos ciudadanos del mundo y me basta ver a mis hijos adaptarse, disfrutar y florecer en cualquier cultura. Abrazos amiga querida!
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Y se puede dar incluso un paso más y eliminar los pasaportes y fronteras y reemplazarlos por otro sistema o definitivamente eliminarlos, porque seguramente la gran mayoría de los habitantes del mundo somos ciudadanos universales, abrazos amiga!
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Hermoso, en tu lejanía del hogar, tu altar lo llevas en el alma.
Gracias.
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