Simplemente le robó el corazón

Le robó el corazón, qué otra cosa podía hacer, se lo robó, lo sacó de su pecho, lo metió a arremetidas y a la fuerza en un frasco donde alguna vez su madre guardó las especias para las conservas de los tomates y lo tapó con cuidados y sin dejar apenas huellas. Le robó el corazón, era lo que más amaba en la vida y lo quería únicamente para ella, para tenerlo cerca, para abrazarlo, para sentir su latir cercano, toc-toc… toc-toc, lo podía sentir incluso a través del grueso cristal del frasco donde su madre alguna vez conservara los tomates de temporada para el invierno. Lo podía ver latir, toc-toc… toc-toc, como se hinchaba y se deshinchaba cuando se llenaba de oxígeno y como se aflojaba cuando se salía la sangre de esas venas y arterias gruesas donde se podía ver los pequeños hilos de sangre oxigenada que corrían como minúsculos ríos entre los bosques.

Le gustaba observarlo, le gustaba abrazarlo, le gustaba escucharlo, toc-toc… toc-toc… le gustaba imaginarse su calor, sentir su calor como si aún lo estuviera abrazando dentro de un cuerpo cálido que respira y que emite olores y sudores. Le gustaba imaginarse que estaba aún en el pecho de su amado, le gustaba pensar que el corazón seguía vivo porque él seguía vivo, en alguna parte de la ciudad, en alguna parte del mundo, ese hombre que alguna vez fuera su amor y que ahora anda dando pasos por la vida, esa poca vida que le dejó cuando le robó el corazón.

Ella lo mira, lo observa, lo contempla a diario, el frasco que conserva su corazón es pesado pero no imposible de cargar, tiene el peso justo de la pasión combinada con el despecho, esa medida justa que se puede llevar a las espaldas, que joroba al caminar, que encorva las rodillas y provoca dolores de cintura y calambres cuando se va a cuestas, pero siempre se le puede llevar encima, el peso de la pasión y del despecho es una medida que la mayoría de los humanos han aprendido a llevar en hombros y ésta no era la excepción, ella no cargaba más la pasión, el desamor y el despecho, ella andaba por la vida cargando su-corazón, ese que ella decidió robarle para poderlo tener en exclusiva, para ella sola, ni siquiera él podría compartirlo y sentir su toc-toc… toc-toc en su caja toráxica, el corazón del que ella se enamoró sería de su propiedad absoluta, y lo movía de una habitación a la otra, lo cargaba, no como mover el sombrero o cambiar la bolsa de mano de lugar, porque ya lo he dicho ese corazón robado tenía el peso preciso de la pasión, el desamor y el despecho, pero ella se las apañaba para cambiarlo de lugar, por las mañanas lo ponía justo a un lado de la panera, así para mirarlo mientras tomaba el desayuno, ese café con leche cargado que le gustaba servirlo en el pocillo ancho, casi un pocillo para sopa para asegurarse de que la pieza entera de pan cabría sin romperse, un día un bolillo entero, otro día las orejas de hojaldre con orilla negra de caramelo, y los chopeaba, y contaba las gotas que caían, una-dos-tres antes de tomarse el tiempo perfecto para llevárselo a la boca sin que una sola gota cayera afuera del tazón o mojara la servilleta de la mesa, así pasaba la mañana, con el tazón del café con leche que al final de la jornada de desayuno limpiaba el fondo con la cucharita de la mermelada y raspaba a que no quedaran restos de migajas mezcladas con el café, las recogía estando aún calientes y se las llevaba a la boca, mientras contemplaba su corazón, el de ella que alguna vez fuera el de él; estaba ahí junto a la panera haciendo toc-toc…toc-toc en un latido rítmico que ella continuaba gustosa con el ruido de su cucharita y con los sorbos de su café. Lavaba su tazón libre de migajas y se disponía a irse a trabajar, pero tenía que cerciorase de que su-corazón se quedara a gusto y sin demasiado ocio, así que de día colocaba el frasco que algún día habría estado lleno de especias para los tomates en conserva y que ahora contenía ese hermoso y rebosante corazón, lo colocaba frente al librero, para que el tiempo que ella estuviera fuera su corazón se divirtiera viendo los lomos de sus libros, y así pasara el día imaginando lo que “Los Enamoramientos” de Marías o “ Modelos de Mujer” de Grandes tenían guardado entre sus páginas.

Dejaba las cortinas de salón apenas un poco corridas, no le gustaba que le diera el sol directo y menos aún que las miradas curiosas de los vecinos se asomaran atraídos por su-corazón delicadamente enfrascado y que de día miraba los lomos de los libros de su biblioteca particular mientras le pegaba apenas un poco de sol, dejaba las cortinas de encajes cerradas y así evitaba también que el sol le diera directamente, no estaba muy segura de cuanto sol debía de recibir su-corazón, porque por más que buscaba información en ningún compendio o revista científica encontró nunca los cuidados prácticos para un corazón latente que hace toc-toc…toc-toc y que respira y vive dentro de un frasco de conservas para tomates, así que ella misma fue perfeccionando su técnica y anotando en una libretita que traía en el bolso los cuidados que habría de darle.

Le hablaba, eso sí le hablaba mucho igual que a las plantas o a un gato, eso lo dedujo desde el principio, después de todo ese corazón es un ser vivo o la parte más amada de un ser vivo que en su momento también amó, así que le hablaba, le hablaba en el mismo tono de voz que alguna vez usara con él, esa voz dulzona y suave que usaba cuando levantaba el teléfono y él estaba del otro lado para decirle cuanto la amaba pero que desafortunadamente no podría verla esa tarde como había prometido; o esa voz que usaba cuando en las noches se despedían en el portal y él la besaba hasta dejarla con un hilo de aire y los ojos entornados para después decirle que se tendría que ir de viaje unos días pero que regresando le llamaría inmediatamente, y pasaban un par de días, y tres y cuatro y él no llamaba, y él no contestaba el teléfono, y él no respondía a los mensajes que dejaba en su contestador, hasta que veía su silueta en la cafetería donde tomaban un café de media tarde y se asomaba entre los ventanales y le veía ahí tomándose un café en-soledad o en-compañía, en-silencio o en-risas, consigo mismo o con-alguien-más.

Ella usaba esa voz para hablar con su-corazón… porque se lo había robado, le había amado tanto que no podía darse el lujo de vivir sin él. Y le hablaba con su voz dulzona cuando lo dejaba frente al librero o cuando abría la puerta del piso regresando del trabajo y le preguntaba por su día y le preguntaba si había visto la parvada de pájaros pasando por la ventana del salón, y le contaba de su día y de los dolores de cabeza en el trabajo, le platicaba de sus colegas pero nunca mencionaba a ningún otro hombre, nunca más volvió a mencionar otro nombre de hombre, otra persona querida, nunca más hubo nadie, tan solo uno y ese era su-corazón.

Pasaban la tarde en la misma habitación y por la noche lo llevaba al dormitorio y lo ponía en una mesa camilla de caoba que había comprado en una subasta de antigüedades nada más para colocar su-corazón y le gustaba contemplarlo desde la cama, y verlo como primera cosa que le recibía cuando abría los ojos por la mañana, y las tardes que se metía a la bañera lo ponía cerca de la puerta para mirarlo desde la tina.

Le gustaba sentir su presencia, su toc-toc le hacía compañía, se convirtió en el sonido de la casa, apenas si ponía música, le gustaba más escucharlo latir y escucharlo respirar, incluso sentía que a veces en el silencio de la madrugada podía escuchar la sangre correr por las arterias gruesas y bien formadas que lo mantenían con vida, aunque ella estaba segura de que era su inmenso amor quien lo hacía latir.

Ahí estaba su-corazón y ella le amaba y lo acariciaba en su frasco de conservas donde su madre solía poner los tomates para el invierno, ahí estaba su-corazón acompañándola por el piso, nunca salía a la calle, pesaba demasiado como para bajar las escaleras del 3º sin ascensor, pesaba justo lo que pesa la pasión, el desamor y el despecho así que era mejor dejarlo siempre en casa. Y en casa no recibía visitas, alguna vez vino alguna colega del trabajo y ella fingió que era la jaula de un pájaro que tenía problemas con la luz directa y que era mejor dejarlo cubierto hasta que cayera la tarde y los rayos del sol no fueran tan fuertes. Eso le provocó un miedo profundo y decidió no volver a recibir visitas en casa. Tuvo que adaptar su lenguaje porque sin darse cuenta de vez en vez hacía referencia a su-corazón y las personas cercanas no sabían si era un hombre del que hablaba o un perro de companía, así que con cuidado y determinación se dio a la labor de cuidar con quien hablaba y de no hacer referencia a él ya que la gente podría malinterpretarlo y más de uno podría pensar que se le estaban zafando los tornillos, y eso era lo menos que quería que sucediera, ya que no había nada incriminatorio o irracional en sus actos.

Si uno ha amado lo suficiente como para no poder llevar el aire hasta lo profundo del estómago, si uno ha amado hasta tener los ojos secos a falta del pestañeo y de sentir el peso de los párpados hinchados que no caen sobre el ojo la noche entera, si uno ha amado hasta que la bolsa del estómago se encoge y cancela toda posibilidad de permitir la entrada de alimento o los pies dejan de dar paso para andar si su-corazón no está a su lado, entonces uno comprenderá que es necesario, más que necesario es mandatorio tener el-corazón, ese-corazón en cercanía para poder seguir vivo. Es por eso que ella se decidió a robarle el-corazón.

Y no le importó que después del robo quedara una hilera de consecuencias andando por las calles de la vida, ese hombre que había sido el portador, el silo de su-corazón andaba ahora por su vida, esa pobrísima y desazonada existencia sin más latidos y sin más venas donde corriera la sangre caliente, ese hombre se convirtió en una figura gris, falto de amor, desgarbado, con la mirada clavada en la punta de sus zapatos, con las comisuras de los labios caídas y con las manos temblorosas sin atreverse nunca más a tocar el cuerpo caliente de alguna mujer. Ese hombre se volvió gacho, aminado y simplón, ese hombre perdió la risa e incluso las palabras, a ese hombre se le desvanecieron los sueños y se despostillaron las ilusiones. Pasó de ser el objeto de su amor para ser el vacío de lo amado, la ausencia de la pasión, el vacío de lo vivido, la anulación del calor.

Ella en cambió florecía a diario, porque le miraba, le escuchaba, lo tenía en su proximidad, el toc-toc de sus latidos la acompañaban y le daban la pauta de la vida, ella lo contemplaba en las mañanas cuando tomaba desayuno y chopeaba la pieza de pan en su tazón de boca ancha, o cuando despertaba y estiraba la mano primero con los ojos cerrados y sentía los cantos de la mesa de caoba comprada en una subasta y movía los dedos con agilidad hasta sentir el vidrio del frasco que alguna vez su madre usara para las especias y las conservas de los tomates, ahora ese frasco que pesaba el peso justo de la combinación de la pasión-el-desamor-y-el-despecho estaba ahí a su lado, a la orilla de su cama y se sentía caliente, tibio como la tibieza de las sabanas donde recién se ha amado, se sentía tibio como la tibieza del olor de las ropas tan pocas cuando recién se ha amado, se sentía amoroso como la tibieza del pecho de la persona amada cuando todavía contiene un corazón.

Ella era feliz, simplemente le robó el corazón.

2 comentarios

  1. Avatar de Gwenn-Aelle
    Gwenn-Aelle · mayo 19, 2023

    Todo, todo tu texto late al ritmo de ese corazón, que por momentos parece suyo y por otros de él. Grandioso texto en sus repeticiones, las gotas, las migajas,el toc-toc. Grandioso.

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  2. Avatar de Gwenn-Aelle
    Gwenn-Aelle · mayo 19, 2023

    Reblogueó esto en gwennaelle.

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