En mi cuarentena particular

Justo ahora hay millones de ciudadanos chinos sentados en una cuarentena forzosa a causa del virus corona, yo en cambio estoy en el sofá de mi casa con la vista de mis orquídeas en el alféizar de la ventana de la sala mientras transcurren los días de mi cuarentena particular, los glóbulos blancos han bajado de manera dramática, tan dramática que a la consulta de control con mi médico oncólogo llegué sentada en silla de ruedas. El tratamiento citostático está dando resultados favorables y casi optimistas con una metástasis no visible en el ultrasonido y un tumor difícil de palpar a la mano experta de los médicos pero el cuerpo, mi-cuerpo está exhausto, agotado, cansado, minado. Desde el 18 de Noviembre he recibido ya tres curas citostáticas que han venido haciendo su trabajo bien y que a mi, mi-alma, mi-ser me han succionado la fuerza y la energía natural. La primera de las curas me mantuvo en pie los primeros días para luego dirigirme sin-escalas viaje directo a las puertas de los infiernos donde me atrincheré durante tres días hecha un ovillo en el sillón de la salita familiar con los ojos cerrados y el cerebro desconectado del cuerpo, el cerebro desconectado del mundo, sin encontrar palabras para pedir lo que quería, sin poder pronunciar, sin poder pensar claramente, sin poder expresarme. En la larga lista de efectos secundarios que recibí como precaución y antesala a todo lo que vendría una palabra me llamó la atención «abandono» el paciente sentirá un claro sentimiento de abandono, y abandono es exactamente la impresión más clara de lo que sentí durante mis días atrincherada ante las puertas del infierno, no soledad ni indiferencia sino abandono interior, ese abandono que lo torna todo oscuro, más negro que la oscuridad y sin importar la compañía de los más amados, sin importar la luz del día, las velas encendidas, las lámparas, las voces, las palabra en el aire, las risas de las hijas, las preguntas amorosas de interés por mi salud, los mensajes de los amigos, las flores entregadas a la puerta, el olor de los inciensos, la comida caliente, los abrazos, las visitas y la fuerza interior que sabemos por experiencia propia que es grande y sólida, el «abandono» es una lápida sin escrúpulos que se viene encima y nadie más la puede ver y menos aún se puede frenar o detener. El abandono es un sentimiento seguramente generado por el cóctel de drogas que suben a la cabeza y que nos desconectan de todos los lazos y cadenas de seguridad que tenemos con tierra firme para dejarnos navegando a la deriva en una balsa en alta-mar, un alta-mar individual donde no cabe nadie más que nuestra desolación y la incontrolable soledad. El «abandono» fue mi compañía atrincherada ante las puertas del infierno los primeros días de efectos secundarios de los químicos aplastantes del tratamiento citostático, y abracé mi desamparo mientras mi hija me ayudaba a lavarme la cabeza en la regadera y me secaba con la toalla y me cuidaba «como tu lo hiciste conmigo mami, ahora lo hago yo», mientras mi esposo me daba de comer en la boca esas «cosas largas que se mastican» le decía yo incapaz de encontrar la palabra «noodles»; abracé mi abandono mientras mi hija me daba agua con un popote y detenía el vaso porque mis dedos estaban tan torpes e insensibles que no podían con el vaso, con la cuchara, con el popote, con el cepillo de dientes, con los botones de la pijama o con la taza de té. Abracé mi abandono y me deje llorar y lloraba sin consuelo mientras la familia me consolaba, lloraba sin llanto mientras mi ser-consciente tenía todas las respuestas -esto es pasajero, – es efecto secundario, – se va a acabar pronto, – es un momento tan solo, pero la imagen se veía aún más dolorosa de lo que yo podía explicar, mi sentido extremo del optimismo y mi aseverada resiliencia me llevan siempre por los caminos donde tarde o temprano encontraré luz y mi-ser sabía que el Abandono es parte de los efectos secundarios, pero cuando estás ahí en la oscuridad abrazada a él pareciera que el mundo ha cerrado las puertas por completo, que los abismos se han profundizado y que las tinieblas han tomado el control sobre el orden. Pero también los efectos secundarios son pasajeros, como todo en la vida diría mi madre o si no lo decía ella seguramente lo digo yo misma con demasiada frecuencia y los efectos secundarios fueron pasajeros y empezaron a salir de mi cuerpo y de mi cerebro, y de mi mente y de mis emociones y de mi. Y se salieron por debajo de las puertas y los vi dejar la habitación escabulléndose por las ventanas y los vi salir por entre las rendijas de las cerraduras y los vi alejarse como sombras mientras entraba la luz y así me fui reincorporando y un buen día estaba yo frente al espejo parada por propio pie lavándome los dientes cepillo en mano y brindándome mi mejor sonrisa y así las actividades más comunes y banales toman sus propias riendas y en murmullos silenciosos y como un pequeño ritual voy dando las gracias «por lavarme los dientes» – gracias por beber el té, gracias por servirme la sopa, gracias por sentarme a leer, gracias por salir a dar un paseo con mi Morris y mi hija, aunque sea corto, gracias por recibir amigos y conversar, gracias por preparar una cena sencilla y así la vida va tomando su camino y un buen día estoy parada frente a la estufa preparando tacos con Mia mi Mia quien echa tortillas y pica la salsa, y así la vida parece normal al menos una vez más.

Y son ciclos, ciclos de 20 días entre cura y cura, mientras el cuerpo se vuelve loco, se restablece, se debilita, se fortalece, ataca células cancerígenas y ataca células sanas y mi estómago ha pagado todos los platos rotos de la fuerza innegable de los anticuerpos que entran por mis venas y en dirección directa al estómago después de las curas citostáticas, y mi estómago ha sido el chivo expiatorio y paga la deuda de un desorden enfadado que mi cuerpo no logra controlar y por eso hemos tenido que echar mano de medicinas a base de morfina y opios para gota a gota controlar meses de estómago enfurecido y des-balanceado, y cada vez que pongo en un pequeñito vaso mis 5 u 8 gotas a-base-de-opio yo pienso nada más que en Catherine Deneuve en «Indochina» en los «opiaderos» fumando mientras sus criados la cuidaban, pero yo ni Catherine, ni criados, ni Indochina, ni fumaderos sino gotas precisas en la barra de mi cocina en un esfuerzo extraordinario por controlar a los dioses enfurecidos de mi estómago que ha venido a pagar todos los platos rotos pero en un acto estoico no ha perdido el apetito, he perdido ya algunos buenos kilos pero no el apetito, yo como y duermo como si fueran mi deber, mi obligación, mi trabajo de tiempo completo y es curioso pensar que hace apenas unos cuantos meses participaba yo en reuniones donde planeábamos estrategias de comunicación para el corporativo de la empresa a nivel global y ahora mi tiempo entero se ha reducido a las actividades más primitivas y básicas de la vida: yo-como, yo-duermo, yo-defeco mis prioridades, mis rutinas, mi tiempo completo ensalzado con una larga lista de medicinas por tomar y ahora gotas, pastillas, jarabes, inyecciones, pastillas en agua, polvos en yogur, 5 mililitros aquí, 32 pastillas allá, 15 mililitros tres veces al día… una caja especial para todas las nuevas medicinas y ya no caben, así mi cuerpo que ya no le caben, pero seguimos con la receta al pie de la letra y comiendo, durmiendo, defecando y lo mejor de todo, volviendo a amanecer.

Así he aprendido que de los ciclos de 20 días, lo mejor son los últimos cinco días del periodo cuando creemos que todo ha vuelto a la normalidad y puedo salir a caminar al lago o sentarme a platicar con amigos largo y tendido. Y son los amigos y la familia quienes han tomado protagonismo más que nunca en estos últimos meses de vida, amigos y familia que han estado al pendiente, a la orden, que no se hacen esperar que llaman, que escriben, que mandan flores y tarjetas y regalos y amor principalmente, es lo que más he recibido en estos meses, si pudiera medir, pesar, evaluar, poner en kilos, en gramos, en metros, en longitudes y en porcentajes el amor recibido por la familia y los amigos no lo podría yo contener en una habitación o acomodarlo en cajas o pasarlo por la entrada del buzón, ha sido realmente inmensurable y no hay palabras para agradecerlo, gran parte de mi día lo dedico a contestar mensajes y llamadas y eso me hace sentir bien, me hace sentir viva, me hace sentir querida. Los últimos cinco días de estos ciclos de tratamiento son los mejores, son cuando me creo casi entera y puedo abrir la puerta para recibir amigos queridos que vienen con almuerzo, con café, con pan de dulce, con galletitas y chocolates, con flores y con macetas, esos días que me llenan de luz y de alegría.

Es justo ahora cuando estaría recibiendo amigos pero mi cuerpo está más que cansado, me ha dicho el médico que tengo Leucopenia o sea que mis glóbulos blancos están tan bajos que me encuentro en zona de riesgo que contraer cualquier posible infección y por eso me han sentado en cuarentena en mi propia casa, tan sólo la familia entra y sale pero tengo prohibido dejar la casa o recibir visitas hasta la próxima cura y después de tanto esfuerzo es mejor no arriesgar así que me quedo en casa sentada, acompañada de mi misma y disfrutando mis largas horas de silencio hasta que la familia empieza a llegar poco a poco cuando pasa la tarde hasta que nos sentamos todos juntos a la mesa a cenar.

Casi tres meses han pasado desde el 18 de Noviembre que recibí la primera cura, tres meses casi desde mi incapacidad médica emitida el 11 de Noviembre del 2019, tres meses y días ya desde que el diagnóstico de Cáncer de Mama y Metástasis quedó clavado en mi memoria y en mi diario, tres meses y la vida se puso patas-pa-arriba, la vida dio un giro, se frenó, se desvió, se descontroló, se descarriló y de pronto es ésta la vida y nos hemos venido adaptando y hasta acostumbrando, nos hemos venido acomodando a «tener una mamá con cáncer» a «tener una esposa con cáncer» a ser “la enferma de cáncer” a que ningún día es igual al otro, a tener nulo control sobre las actividades del día, a tener una agenda completamente abierta a los caprichos de un cuerpo enfermo que exige descanso.

En estos tres meses han cabido grandes actos de amor y uno de los más significativos ha sido el quedarme pelona, como todos los pacientes en tratamiento de cáncer (y yo no soy la excepción), mi cabeza está pelona, mi melena bi-color se ha ido y con el pelo de una mujer se va mucho más que tan solo pelo, mi melena ha sido mi definición por excelencia, mi continuo y permanente acto de rebeldía incluso a los 50 años en un ambiente corporativo y en tierras extranjeras. Pelo suelto al aire y despeinado sin darle importancia a los círculos profesionales en los que me desenvuelvo donde cabezas rubias, lacias, bien peinadas y controladas se reúnen entro yo ocupando mi propio espacio, marcando mi presencia con una cabeza de pelo alborotado, natural, sin tintes, con canas y mucha identidad, identidad es la definición precisa. Soy quien soy y mi melena me define, me enmarca y me posiciona en donde quiero estar. Primero fuimos al peluquero a cortarla a lo garçon, que justo así lo tuve hace 18 años cuando nació Runa, hacer la cita no fue fácil, requirió mucho valor, fuimos en familia, las niñas y yo fuimos caminando y Tomm al saber que estábamos en la peluquería salió del trabajo para estacionarse a la puerta de la peluquería y entrar justo antes de que los primeros mechones cayeran al suelo. Unas semanas después fuimos con el barbero de Tomm, un serbio de rancio oficio, para que lo hiciera aún más corto sin melindres para por fin sentarme en un banco de madera en el baño de casa y ver que Tomm con maquinita en mano me rapaba la cabeza uno de los días de claro-abandono emocional obligada a raparme por dignidad porque no soportaba un minuto más el pasarme los dedos por la cabeza y llenarlos de mechones de pelo sano arrancado de tajo de su corta vida. Una decisión como tantas otras en mi historia de vida: “hazlo” así imperativo, contundente, frío y sin mediación. Y ahí estoy yo sentada, desnuda, con una capa de peluquero color verde y de forro metálico viendo como Runa recoge los mechones antes de que caigan al piso en una ceremonia de salvación ante su inminente muerte y los pone en un basurero, Mia mi Mia nos espía de reojo desde el sillón viendo sin ver y Tomm sigue en silencio, absoluto silencio, silencio contenido, silencio de respeto, de nostalgia y de sepulcro rapando mi cabeza, yo lo único que pienso, que siento es el resonar de esas palabras que escuchamos hace 20 años, casi 21 en el altar de oro de la Capilla de la Virgen del Rayo en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán: «En la salud y en la enfermedad – en la salud y en la enfermedad – en-la-salud-y-en-la-enfermedad e en-la-sa-lud-y-en-la-en-fer-me-dad» ésto, justamente ésto es a lo que la iglesia se refiere, se amarán y se respetarán en la salud y en la enfermedad y aquí tengo a mi marido desde hace 20 años empuñando una máquina de cortar pelo y rapando mi cabeza en absoluto silencio sepulcral mientras yo sentada desnuda en un banquillo de madera tiemblo de cansancio, de fatiga, de tristeza, de soledad, de abandono y de amor.

Desde ese día cubro el espejo del baño con una mascada de flores y paisleys que compré en Annecy, lo cubro antes de prepararme para el baño, en la noche apago la luz antes de desnudar la cabeza para dormir, el resto del día uso un turbante de tela de bambú, la peluca, uno de los privilegios del sistema de salud, una peluca de pelo sintético confeccionada en Japón a mi gusto y medida y financiada por el servicio de salud Sueco, sigue montada en su base, ella no me mira y yo no la volteo a ver. Me miro en el espejo, me lavo la cara, aún tengo cejas, las pestañas son pocas, mi cara es pálida, no me maquillo desde hace tres meses, me pongo crema de noche, después de todo no salgo de día y me miro en el espejo pero no digo mucho o casi nada, mi cara está cubierta de manchas que me dejó el último brote de herpes porque cuando mi sistema inmunológico se debilita me brota el herpes en la zona baja de la espalda, siempre del mismo lado, el lado izquierdo, ahora con un sistema inmunológico más que enclenque la última aparición del herpes fue bastante cercano a un cuadro de varicela dejándome el cuerpo manchado, principalmente el pecho, la espalda y la cara con cicatrices de varicela que se han quedado como manchas de constelaciones imborrables para decorar mi cuarentena. No me he visto pelona, no lo necesito, otro día será, hoy no lo necesito. Lo que hoy veo es suficiente, una cara pálida con cicatrices, sin maquillaje, sin pestañas, con los labios agrietados y resecos, bolsas hinchadas debajo de los ojos y la mirada cansada. Lo que sé hoy es suficiente, «en la salud y en la enfermedad», cuando amen a alguien y se comprometan de por vida consideren que quizá una cabeza rapada será parte del contrato… en-la-salud-y-en-la-en-fer-me-dad.

Mucho y nada ha pasado desde hace tres meses, mucho amor y mucha vida, mi hermano, mi adorado hermano mayor acuñó la rutina de llamarme por videollamada todos los días a las 7 de la tarde, esa llamada me ha mantenido en pie, despierta para contestarle y hablar del clima, platicar lo que como o hacer alguna broma, cada tarde a las 7 en punto sé que sonará el teléfono y ahí está él con su esposa siempre con una sonrisa para mí y mejor aún se subió a un avión y dejó su trabajo y compromisos para venir a cuidarme y a hacerme compañía. Diez días en medio de mis ciclos de veinte días, diez días de amorosa compañía en el hospital, la cura, los estudios, los días de abandono y efectos secundarios, consentida, mimada, acompañada y arropada por mi hermano mayor. Días entrañables de aire fresco y de calor de hogar. 

Èl con los efectos del jetlag y yo con los efectos de mis drogas legales y citostáticas encontramos el tiempo y la energía para dar un largo paseo por la ciudad justo el día previo a la cura en el hospital. Caminamos y platicamos, haciendo realidad el sueño de compartir con él la vereda del río y el parque central hasta la reserva natural, el bosque y el lago pasando por la represa y sus esclusas.

Los días de efectos secundarios desarrollamos una simple simbiosis: yo dormía – él dormía, yo comía – él comía, nos sentábamos a la mesa a desayunar y a platicar y de pronto nos sorprendía el almuerzo y antes de poder dejar la mesa era ya la hora de empezar a preparar la cena para la familia. Todos mis caprichos resultado de mi sentido del gusto y del olfato alterados exponencialmente por los efectos secundarios de las drogas se cumplieron sin cuestionamiento y con mucha gracia: gelatinas de grosella, bocadillos de serrano en baguette blanco, sopa de fideos que rememoraba exactamente a la que preparaba mi madre cuando éramos niños y helado de chocolate con chispas que explotaban de sabor en la boca. Tuvimos noche de pizza y muchas mañanas de café, privilegiadas mañanas bebiendo café en compañía de mi hermano mayor en el calor de la cocina de nuestro piso, donde la luz de invierno iluminaba ya entrado el día y se despedía a muy temprana hora de la tarde, su voz, su presencia, su plática me remite al hogar de antes, el hogar de la familia de cuando fuimos niños, de cuando éramos pequeños y nos sentábamos los cinco a la mesa, con papá de camisa, chaleco y saco a diario, con mamá y sus peinados de salón, nosotras las niñas con peinados de gomina y bolitas de colores y mi hermano mayor con una sonrisa radiante en los labios y un brillo en los ojos que hacía que el mundo girara a la velocidad correcta y que la vida tuviera sentido, así cuando éramos pequeños y la vida nos sentaba bien.

Hoy día el mundo tiene a millones de chinos en cuarentena y yo estoy sentada en la sala de mi casa en mi cuarentena particular, hoy el mundo habla del Día del Cáncer para hacer conciencia de la enfermedad, millones de casos al año, uno de cada tres será diagnosticado en algún momento con ésta enfermedad que son cientos de enfermedades pero que se llama cáncer, hoy vivo yo mi cáncer particular, mi enfermedad única, mi propia historia porque cada cáncer es individual y aquí estoy yo con mis ciclos, mis curas, mis efectos secundarios y mis rutinas, aquí estoy yo escribiendo un poco y viviendo un mucho lo que me toca vivir, agradecida por hoy, por todo lo que tengo y como lo tengo y agradecida por lo que vendrá. Agradecida por todo y por nada, simplemente agradecida por la vida que hoy me toca vivir.

Podcast en voz de la autora

6 comentarios

  1. Avatar de Gwenn-Aelle
    Gwenn-Aelle · febrero 4, 2020

    Esos últimos días de cada ciclo son para respirar más hondo en lugar de hacerlo de a poquitos. Reviví la quimio de mi hijo.
    Vendrán tiempos más ligeros.

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  2. Avatar de Pilar
    Pilar · febrero 4, 2020

    Celebraremos la vida paso a pasito. Te quiero a la distancia y en el tiempo.

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  3. Avatar de Gwenn-Aelle
    Gwenn-Aelle · febrero 4, 2020

    Ese abandono lo estuve masticando. Es como un «no soy de este cuerpo», no lo reconozco. Estoy tan cansada que me he vuelto transparente…

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  4. Avatar de Bertha de Garzón
    Bertha de Garzón · febrero 6, 2020

    Lucy… en estos momentos es cuando das el valor de la vida a cada instante y que de la salud y la vida penden de un hilo de araña.
    El valor de la familia, los amigos, es incalculable. La oración y la fe te sostienen y poco a poco como al final de un tunel, como describen el tránsito de esta vida a la eterna, se ve la luz; asi es como se va transitando por las quimios, pero tu fuerte guerrera veras que esta experiencia es ejemplo y camino para otros tantos que van por este dificil y doloroso camino de enseñanza.
    Te quiero y admiro mucho
    Bendiciones y Besos para ti Tom, Runa y Mia .
    Nuestra oración diaria por tu salud y familia.

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  5. Avatar de teresa45blog
    teresa45blog · marzo 4, 2020

    Mi querida Lucy, tus letras llegan en cada punto de mi alma, puedo sentir esa empatia en cada expresión, es como si describieras parte de lo que yo he sentido. Pero más aún, es la comprensión que siento por estos tiempos que te tocaron vivir. Siéntete abrazada y contenida en este duro proceso, porque nuestras miradas se encontrarán llenas de sanidad! Pronto nos encontraremos para verte nuevamente tal como tengo la última imagen de ti hace unos 30 ayeres. Risueña, optimista, proactiva, talentosa, muy… Muy Lucy!

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