Sala de espera

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. He aprendido a esperar en terminales aéreas, en los sillones cómodos de Arlanda, Múnich, Kastrup, Barajas, Heathrow, JFK o cualquier otro aeropuerto donde me he sentado por horas a esperar una conexión o salida de vuelo; me he acostumbrado a esperar pacientemente, he desarrollado el hábito de la paciencia y dejo correr el tiempo, lo siento fluir, no lo detengo, no lo trato de retener entre mis manos por un solo segundo, lo veo pasar, veo cómo transcurre frente a mis ojos.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. He aprendido a esperar en terminales ferroviarias, en salitas de espera con aire de abandono y en grandes terminales con espíritu de opulencia del siglo XVIII y la majestuosidad de bóvedas, forjas, murales y andenes de imperios remotos, Estocolmo, Gotemburgo, Katrineholm, Eskilstuna, esperando trenes puntuales y esperando trenes con horas de retraso y yo sentada estoicamente en la sala de espera sin desesperar, nada más me siento y veo pasar el tiempo frente a mí, el tiempo vestido de niña con abrigo nuevo jugando de la mano de su madre, el tiempo vestido de indigente jalando un carrito de supermercado donde acomoda por tamaños sus miserias y las adereza con un perico enjaulado cubierto por una sábana raída; veo pasar el tiempo vestido de hombres maduros que arrastran las horas de trabajo con el peso del abrigo o jóvenes enérgicos que no dejan de mirar el móvil, hablar y alardear de sus puestos. He aprendido a observar el tiempo, lo miro, no lo detengo, lo dejo pasar, observo a las personas que se mueven dentro de ese espacio-de-tiempo y no las detengo, pero las descifro, las analizo, les doy importancia en su espacio, nunca más las volveré a ver pero las capturo con la mirada unos cuantos segundos para dejarlas libres al vuelo, ellos no los saben pero yo las he observado, Observado con O mayúscula y ellos tan solo se han dejado pasar.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. Ahora en los últimos días me he sentado a esperar, esperar ha sido mi actividad de tiempo completo, estoy de baja laboral y mi ocupación principal es esperar, ahora sentada en casa en mis rincones cálidos y en otros momentos en salas de espera donde no hay pasajeros, ni boletos electrónicos, donde nadie jala una maleta de cabina con cuatro ruedas locas, ahora he pasado-el-tiempo en salas de espera de médicos y del hospital.

El 22 de Octubre parecía un día corriente, tendría que hacer tan solo una parada en el hospital en el área de mamografía para un chequeo casi rutinario por una «bolita» que detecté a tacto en mis revisiones en casa, fue justo antes de dejar Suecia para irnos a las muy anheladas vacaciones de sol y playa a España, en la Costa Blanca nos esperaba cálida y ventilada la casita de la urbanización de vacaciones como en los últimos veranos. Fue antes de tener las maletas listas cuando detecté un quiste en mi seno izquierdo. Nada de qué preocuparse me dije, ahora es verano y nada ni nadie opacará los prometedores días de playa en Torrevieja. Decirlo fue fácil, hacerlo fue diferente, cada oportunidad consciente o inconscientemente palpaba yo un quiste en mi seno. Será igual que el año pasado un quiste lleno de líquido color zumo de naranja añejo que se tendría que vaciar y me repetía una y otra vez: nada de qué preocuparse, no vale la pena preocuparse como lo hice el año pasado, justamente hace un año, noches de desvelo pensando en escenarios oscuros con un quiste de seno, al final del día fue líquido que tan solo se tenía que vaciar. Este año sería lo mismo y no habría mayor riesgo ya que apenas hace un año me sometieron a una mamografía y control de ultrasonido sin resultados negativos, éste año el seno izquierdo decide también llamar la atención con un quiste, el día pintaba bien, tan solo tenía que hacer una breve escala a primera hora de la mañana en el hospital, después iría a casa, trabajaría unas cuantas horas desde ahí, comiendo el almuerzo mientras contestaba algunos correos pendientes para después ir andando a la estación de tren acompañada por Runa mi hija mayor y nuestro perro Morris como cada semana para montarme en el 16:08 camino a Katrineholm para cambiar al tren exprés que me llevaría a Gotemburgo, como cada semana desde el mes de mayo en el que acepté una nueva posición en el corporativo. Tres días a la semana en Gotemburgo, días eclécticos y sin rutina, llenos de adrenalina y con la enorme satisfacción del trabajo bien hecho. Este día no sería diferente, el martes 22 de octubre tan solo tendría que hacer una breve visita al hospital en punto de las 8:30 de la mañana, programada por una enfermera de voz amable quien en Agosto me dijo que no había nada que temer. Me ofreció cita para las últimas semanas de Septiembre pero entonces yo estaría en Tokio con mi primer viaje de trabajo regresando del verano, así que tuve que conformarme con la cita para Octubre, para seguir con mis rutinas, la maleta ya estaba lista, está siempre lista, nada más hago los cambios de ropa necesaria y en un dos por tres tengo lo básico para tres días de trabajo. Ese martes esperé en la sala de espera del 9o piso del hospital de la ciudad, dijeron mi nombre y pasé, sin muchos remilgos me desvisto el torso para dar paso a los apretujones de la mamografía, de ahí a la sala de ultrasonido donde la sonrisa del médico cambió en cuestión de segundos para decirme que procedería inmediatamente a una biopsia y el aire de la sala se transformó.

Llegué a casa andando con un nubarrón encima de mi cabeza en un día de sol, llegué a casa para cancelar el tren de las 16:08, llegué a casa para informar a mis colegas que esa semana no iría a Gotemburgo y que seguramente la siguiente tampoco y la que le seguía se cancelaba también.

Desde ese día, el 22 de octubre del 2019 estoy sentada en la sala de espera que antecede al tratamiento de cáncer de mama, mis células, mis propias células han activado el mecanismo cancerígeno y un tumor maligno se ha formado en mi seno izquierdo, lo que tenía que haber sido un control de rutina y un extraer un-poco-de-líquido color zumo de naranja añejo se transformó en la entrada a la sala de espera para sesiones de quimioterapia, operación y radiaciones. En ese orden se darán las cosas, he estado en casa desde el martes 22 de octubre, con una pausa bendita de un viaje de familia a Oslo, planeado con anticipación y que me dio un respiro. El viaje a Oslo, que se ha perpetuado en mi memoria como un viaje emblemático por haber sido nuestro primer viaje como pareja en el año 2000, un viaje de pareja significativo para conocer la tierra de mi esposo y las ciudades donde nació y creció, la tierra de su familia por todas las generaciones posibles de rastrear, desde siempre noruegos, hasta mis hijas, y el cual sería el último viaje en familia, un parteaguas de vida, el último viaje antes del diagnóstico de cáncer. En el parque Vigeland reproducimos la foto que nos tomamos hacía 19 años ahora con las hijas adolescentes y el perro. Paseos por el muelle, la nueva ópera y la ciudad vieja. En la habitación familiar de hotel pasé largas noches en vela y en vilo revisando mi expediente médico en línea una y otra vez, quizá más de cincuenta entradas en tan solo tres días esperando un milagro, un mensaje que dijera “lo sentimos hemos cometido un error” pero el diagnóstico era el correcto, cáncer de mama y metástasis en los ganglios era mi diagnóstico particular. Una noche le pedí a Tomm salir a caminar, a paso lento y tomados de la mano como siempre llegamos al parque del Banco Central de Oslo en donde le confirmé el diagnóstico mientras pisábamos hojas secas de los árboles bajo nuestros pies. Oslo nos dio una bocanada de aire fresco para regresar a casa a la sala de espera a ver pasar el tiempo y a esperar el lunes 18/11, 18 de Noviembre donde daremos banderazo de salida a la primera cura de 5, cada tres semanas, según la cirujano y el oncólogo. La enfermera de contacto de la unidad de cáncer de mama me entregó, con los ojos húmedos, una carpeta rosa con toda la información necesaria, una carpeta con hojas impresas y folletos todos color de rosa como la misma banda rosa que en octubre se usa a nivel mundial para incrementar la conciencia de la necesidad de investigación científica sobre el cáncer de mama. Tras esa entrega seguirían largos meses de invierno, largos meses de oscuridad. Ya quiero poner el árbol de navidad, estaré en casa conmigo misma durante muchas horas en compañía de los malestares y daños colaterales del tratamiento citostático como ahora los médicos se empeñan en llamarle para evitar el término de quimioterapia que en sueco se traduce literalmente como «tratamiento de envenenamiento celular».

Esta semana ha sido mi larga semana de espera en el andén de la vida, viendo pasar el tiempo, no lo retengo, no lo controlo, no lo atrapo, tan solo lo veo pasar. Sentada en el andén he tenido la oportunidad de hablar, hablar y hablar con amigos y familia querida y compartir mi momento actual, dejarles saber que estoy por comenzar este nuevo viaje, Javier Marías lo menciona en «Mañana el la batalla piensa en mí» cuando dice que los seres humanos tenemos la necesidad de informar a los seres queridos sobre los acontecimientos más importantes. Y es cierto hay una necesidad muy primitiva de dejar saber a los más queridos si la vida nos ha dado un giro, un embarazo, un alumbramiento, una muerte o una enfermedad. Es la necesidad elemental de saberse protegido por esa red-de-seguridad que son las personas que amamos, nuestra tribu y en ellos, en ustedes me he inclinado para dejarles saber de mi nueva condición, para dejarles saber que la vida ha cambiado para dejarles saber que iniciamos un nuevo viaje, sí, aquí, nosotros como familia y como Runa dice «como individuos porque no importa cuán unidos estemos -mamá, cada uno carga su propia soledad.»

En dos días estaré sentada en otra sala de espera, viendo pasar el tiempo, con la incapacidad de capturarlo, tan solo lo veré pasar, estaré con mis venas abiertas y calientes recibiendo mi primera cura de cinco; en la primavera se planeará la operación y a principios del verano las radiaciones. Cuando el sol esté en su punto máximo espero yo estar en la playa de Torrevieja como en los últimos tres años, con un seno menos, con un tumor menos, con una metástasis desvanecida, sin pelo, sin cejas, sin pestañas y quizá con algunas secuelas, pero me he decidido a caminar por las calas que tanto nos han cobijado en los últimos veranos y pienso mojarme los pies en el mediterráneo.

“Cada quien carga su propia soledad mamá, sin importar cuán unidos estemos” me ha dicho Runa quien el 22 de octubre decidió arrancar la producción de un documental de éste viaje que ahora hacemos como familia, fotografiando, filmando y escribiendo sobre nuestros sentimientos y nuestros espacios, hacía menos de un mes que me había acompañado a Gotemburgo para fotografiar un trabajo documental de la escuela de estética al que tituló “Mamá conmuta a Gotemburgo”: mamá-en-el-tren, mamá-frente-al-espejo-en-el-cuarto-de-hotel, mamá-desayunando-en-soledad-en-el-hotel, mamá-esperando-el-taxi, mamá-en-junta-con-colegas, mamá-esperando-el-tranvía. Ahora los ambientes estaban por cambiar: mamá-desolada-sentada-a-la-orilla-de-la-cama, mamá-en-el- peluquero-cortándose-el-pelo, mamá-exhausta-dormida-en-el-sofá, mamá-con-cabeza-rapada, mamá-y-su-cicatriz-en-el-pecho. El documental de éste viaje se ha iniciado.

Mia mi Mia, la menor de mis adolescentes, investiga sobre productos veganos que ayuden a que el pelo se recupere después del tratamiento, productos que ayuden a que las pestañas crezcan después del tratamiento, productos que ayuden a que las cejas crezcan después del tratamiento. Mia mi Mia me abraza en silencio; Tomm me toma de la mano, como siempre lo ha hecho y no me suelta como nunca lo hará, Tomm-mi-roca camina a mi lado, me prepara el desayuno y me deja una nota de buenos-días cada mañana, pasada la tarde salimos a caminar con el perro antes de dormir.

Es un viaje, un nuevo viaje que estamos a punto de iniciar, ahora mismo sentados en el andén, viendo pasar el tiempo; es un viaje más de vida y mi vida ha sido una cadena de viajes, me defino a mi misma como un viajero en la interpretación más pura de Bowles donde el viajero no planea nunca con regresar, y así es como he vivido la vida, siempre al siguiente punto, sin regresar al lugar de origen, porque si regresara exactamente al mismo lugar no valdría la pena haber zarpado, pero siempre llego a puerto seguro, a mi familia donde me renuevo y me reencuentro conmigo misma.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. Hoy sentada en el andén de vida observo, pienso, doy gracias por lo que tengo, por lo que soy, por lo que vendrá y espero. Me he acostumbrado a esperar.

Podcast en voz de la autora

4 comentarios

  1. Avatar de Ana Laura Olivar de Zabaleta
    Ana Laura Olivar de Zabaleta · noviembre 16, 2019

    Gracias No tengo otra palabra más que decirte Por compartirnos tu espera Te abrazo muy fuerte Abrazos a Runa, a Mía tu Mía y a Tom

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  2. Avatar de Carmen Praget
    Carmen Praget · noviembre 19, 2019

    Incansable viajera y aventurera, pido, anhelo, deseo con todo mi corazón verte llegar, una vez más, a puerto seguro. Ahí, desperdigados todos por el mundo, los que te queremos estaremos esperándote. Te quiero y abrazo fuerte, fuerte, fuerte.

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  3. Avatar de Marcela Feria
    Marcela Feria · diciembre 4, 2019

    A reserva de escribirte en lo personal mi Luciérmaga preciosa…mi viajera incansable…mi amiga inquieta descubridora y exploradora de la vida…un abrazo amoroso a la espera de resultados favorables…

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  4. Avatar de Mayela Sánchez
    Mayela Sánchez · enero 23, 2020

    Frente a la maquina de mi trabajo te leo, apenas hoy y no porque no supiera de tu escrito, necesitaba esperar y ahora aquí me tienes llorando al sentirte tan cerca, al sentir a tu familia como propia y esperando con todo mi corazón y toda mi alma deseando tu salud. Los quiero Lucy, los quiero.

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