La madre de mi abuela… y yo atando cabos

Alicia contaba poco de su niñez, que venía del norte de la República decía, donde hacía mucho calor en el verano y mucho frío en el invierno, que era de un pueblo donde las casas eran de adobe y las calles de tierra, un pueblo que había sido un Real de Plata, donde había casas elegantes pero por demás casas humildes y niños corriendo por las calles descalzos, Alicia, mi abuela, contaba poco de su niñez. Que tenía una amiga de su misma edad o casi, sería un año mayor que mi abuela, se llamaba María de los Ángeles y dejó el pueblo para irse a Guadalajara con su familia, después María de los Ángeles se mudaría a la capital para trabajar “disque de artista” decía mi abuela, porque era muy guapa, tan guapa que dolía, tan guapa que volvía locos a los hombres, pero mi abuela decía que ni-tanto, que María era flacucha de niña y nada de guapura que era una chamaca cualquiera, nomás la hija del militar Félix.
Mi abuela hablaba poco de su niñez, después de todo salieron de Sonora cuando Amalia, su madre murió, no recuerdo sus palabras si fué una muerte repentina o una muerte por enfermedad, de esas que lo tumban a uno en la cama y lo van chupando hasta la médula.
Amalia Riester murió y murió jóven, murió dejando cuatro huérfanos: los gemelos Arturo y Esperanza, la menor Lydia y Alicia, mi abuela, la mayor de los hijos de Amalia y Francisco Ramírez Vallejo, oriundo de San Francisco del Rincón, Guanajuato, que cuando se vió viudo y con cuatro bocas que alimentar en ese real minero venido a menos, empacó sus maletas y sus cajas de cartón con los vestidos de las hijas, la poca ropa del varón, se subieron al ferrocarril en la estación de Los Álamos para llegar a la capital, a la ciudad de México de los años 30’s y depositar a sus hijos en casa de su hermana para después salir a comprar cigarros y nunca más regresar.
Desde que su padre fué a por cigarros, mi abuela Alicia volvió a hablar poco o nada de él, le culpaba en silencio de la muerte de su madre Amalia Riester y pocos años después de la muerte de su hermana Lydia.
De Amalia me dió muy pocas palabras mi abuela, pero me dejó su fotografía, una fotografía en blanco y negro o quizá sepia, de esas que no se las come la luz porque se ven los contrastes de la plata de las placas del original, está enmarcada en óvalo y se ve a Amalia Riester Viñas vestida de largo, la tela de su vestido es a cuadrícula, el vestido se acintura al talle, tiene las mangas cortas, justo antes del codo donde se ajusta con una tela de encaje blanca, la misma que se usó para confeccionar el cuello del vestido que cae hacia los hombros en ondas de tela ligera y del centro del encaje del cuello sale un lazo donde amarra un corbatín. Amalia Riester Viñas está de pie recargada en una mesa circular de diámetro pequeño, una mesa de caoba de patas largas y delgadas que llega justo a su cintura, ahí Amalia posa el codo del brazo derecho sobre la mesa y pone los dedos en la barbilla, la mano izquierda se detiene suavemente en la mesa de caoba de patas largas y delgadas.
El vestido largo y cuadriculado de Amalia Riester Viñas con su corbatín de moño y sus mangas cortas se antoja el vestido de una maestra de la época, de una profesora de colegio pero no tengo la información, tan sólo la imaginación, mi abuela no mencionó nunca profesión alguna, únicamente lo mucho que la echaba de menos y como todos los huérfanos añoraba la vida que hubiera sido si su madre no hubiese muerto.

«Amalia se mencionó poco en casa de mi abuela, pero se le amo mucho, como solo los hijos huérfanos podemos amar a los padres que mueren jóvenes.»

Amalia Riester Viñas tiene el cabello negro recogido en chongo, de esos chongos bombachos, de esos chongos grandes que quedaban justo para sentar un sombrero, pero aquí ni sombrero ni profesión, lo único que me queda es una cara joven, guapa a su modo, con un rostro ovalado, sin sonrisa y de tan poca expresión que pareciera adusta, pero en 1911 no se esperaba que la fotografía perpetuara la sonrisa sino la personalidad. Amalia Riester Viñas tiene 19 años, sería soltera en esa época, la fotografía se la dedica a quien fuera su amistad y con una caligrafía armónica y muy trabajada se lee claramente:
“Junio 29 – 1911
Petra dígnese Ud. Conserbar este umilde Recuerdo de quien mucho La quiere su amiga Amalia Riester”
Así con sus altas y sus bajas, con sus “bes” y sin sus “haches”
¿Será acaso una despedida? Es posible, a los 19 años Amalia Riester Viñas, soltera, hija de familia y recatada viviría aún en casa de sus padres y es posible que la fotografía fuese la despedida hacia su amiga Petra antes de contraer matrimonio. La fecha en que Amalia Riester se casa con Francisco Ramírez no la tengo en papel, pero en la imaginación, sería entre 1911 y 1914, pariendo a Alicia, la mayor de los hijos Ramírez Riester el 15 de marzo de 1915.
Amalia se mencionó poco en casa de mi abuela, pero se le amo mucho, como solo los hijos huérfanos podemos amar a los padres que mueren jóvenes y que nos dejan colgando de un hilo el resto de la vida, con esa frase eterna de ¿que hubiese sido?
Mi abuela hablaba poco de su infancia pero mostraba orgullo por su madre y su origen, poco mencionó, al menos a mi, me dejó pocas palabras pero me llenó de imaginación. Para Alicia fué de suma importancia que mi padre y mi tío el Doctor estudiaran en el Liceo Francés y cómo no hacerlo si después de todo eran nietos de la Señora Riester, hija de militar Francés.
Fué entre 1861 y 1866 cuando la segunda invasión Francesa a México, la del imperio de Maximiliano y su fusilamiento en el cerro de las campanas ordenado por el presidente de la República Don Benito Juárez, cuando tropas Francesas desembarcaron en Veracruz y algunos que otros más despistados que los primeros en Los Álamos, Sonora. En esos desembarcos llegaron soldados franceses a territorio mexicano, algunos para morir en la guerra y otros para hacer patria en la que en sus primeros días pareciera suelo enemigo. Arribar a un real minero de plata de altísima calidad no fue un error por el cual arrepentirse y de eso no se arrepintió Jose Riester o sería Joseph. Soldado francés seguramente de la zona de la Provence donde el apellido tuvo su mayor esplendor, un apellido ilustre del siglo XIII originario de los Países Bajos y que llegara a tierra francesas gracias al intercambio artístico y comercial. Un apellido ahora casi desvanecido.

«Alicia, mi abuela hablaba poco de su niñez pero yo ahora con más de cien años de pormedio la recuerdo porque ella hablaba poco con palabras, hablaba con los ojos y me miraba.»

A mi me da por atar cabos y quizá fuera poca la información recibida, pero mi abuela me dejó mucha imaginación, yo ato cabos cuando camino, cuando lavo platos, cuando doblo ropa, voy atando cabos cuando leo, cuando paseo con mi perro y cuando me siento a ver por la ventana, atar cabos es mi pasatiempo o quizá aún mejor veo pasar el tiempo atando cabos, cuando leo, cuando investigo, cuando hago preguntas en silencio y me doy respuestas en voz baja.
Mi abuela hablaba poco de su niñez, de su madre, de Sonora, del tren que la llevó a la capital y del padre que salió a comprar cigarros; Marta Alicia Ramírez Riester, mi abuela nacida en Los Álamos el 15 de marzo de 1915, la primogénita de Amalia Riester Viñas y de Francisco Ramírez Vallejo hacía migas con el pan cuando se quedaba cavilando sus pensamientos y sus recuerdos, cuando vieja se le iba el alma a los recuerdos y pensaba en su madre y en su abuelo aquel con el apellido francés.
Alicia, mi abuela hablaba poco de su niñez pero yo ahora con más de cien años de pormedio la recuerdo porque ella hablaba poco con palabras, hablaba con los ojos y me miraba y yo a fuerza de verme en sus ojos y de ver sus dedos jugando con las migas y sus pensamientos cavilando en el tiempo, yo aprendí a atar cabos y así atando y desatando he hecho este encrucijado de sus recuerdos y mis palabras para que todos, en su honor, sigamos cavilando.

3 comentarios

  1. Avatar de Victor
    Victor · abril 3, 2018

    Dulces palabras, palabras… El contar como cuento la historia de la vida. Quizá sí, sólo es un cuento. Pero cruel, crudo, hermoso y bellamente contado.

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  2. Avatar de María Teresa Careaga Medina
    María Teresa Careaga Medina · abril 4, 2018

    Hola Lucy. Hermosa remembranza de tu abuela. Te felicito. Para mí tu abuela siempre fue la señora Riester, así la concíamos todos en la colonia y en el Colegio Italia donde estudiamos tu tío Alfonso y yo. La recuerdo como si fuera ayer, siempre distinguida, muy bien peinada de salón, siempre vestida elegantemente y discreta. Formaba parte de la mesa directiva de la escuela junto con mi mamá quienes tenían cierta empatía. Además su trato era afable y cariñoso.
    Recuerdo que cuando hice mi primera obra teatro en el Colegio Italia, ella apoyó mucho la representación teatral donde yo a mis once años y para finalizar la primaria, debutaba con el papel principal de esta obra titulada “Llueven tías”, en que representaba al personaje principal: una joven de dieciocho años. Todo el público quedó convencido de mi actuación y al final ella se acercó y cariñosamente me dijo que era una primera actriz y que me felicitaba por mi debut.
    Después me la encontraba rumbo al mercado y siempre platicábamos como comadres y ¿quién crees que salía en la plática? pues sí,adivinaste, tu tío Alfonso, de quien me contaba todo lo que hacía, lo adoraba.
    Cuando Alfonso y yo nos hicimos novios en la preparatoria, no estaba muy convencida, pues su ideal de chica para Alfonso era Garbiñe, mi amiga de kinder y primaria. Sin embargo siempre fue afable y educada conmigo.
    Cuando presenté mi examen profesional de actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA con la puesta en escena de El relojero de
    Córdoba de Emilio Carballido.
    Al final estaba muy emocionada, me felicitó mucho y como diez años atrás me dijo: no cabe duda que eres una primera actriz me has emocionado.
    Esos son los recuerdos más significativos que yo tengo de tu abuela y mi posible suegra.
    Pensé que te podría gustar saber un poco más de ella.
    Que para muchos fue la admirada señora Riester.

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