En la cáscara de una nuez

Cuando de pequeños pasar la navidad en casa era impensable, la navidad se pasa ”en compañía”, la navidad es para estar en familia, para ver a los abuelos a los tíos y a los primos, la navidad es una casa grande con mesa larga y una lista de platillos esperando en la cocina. La navidad era también una ristra de discusiones que arrancaba simbólicamente en el día de la revolución para pasar religiosamente por la Guadalupana hasta la decisión casi de último minuto y si no era de último minuto sería por lo general de mala manera “en casa de familia o en casa de mi familia”.

Una familia ofrecía una fiesta interminable de primos y risas, de platillos tradicionales desde romeritos en mole con las intragables tortitas de camarón, el pavo y la ensalada multicolor de betabeles con colaciones y cacahuates, otro platillo más de los imposibles de terminar, pero la comida era lo menos importante, para los menores al menos. La fiesta eran los primos, el Tío con su música que a todos nos hacía bailar, la casa llena de calor humano, esa casa vieja de los tíos donde las esquinas se llenaban siempre de secretos y de los misterios de los que antes habían rondado por la casa. En alguna época fue la casa del abuelo materno donde se celebraba la navidad, el recuerdo es muy vago, para cuando mi memoria empezó a funcionar orgánicamente el abuelo ya no estaba con vida, pero lo estaba la tía Lupe y su casa de Lago Valencia. Esa casa que vio crecer a todas las hermanas, donde el zaguán se abría a sus anchas para dejarnos entrar, donde la calle estaba llena de gente que caminaba en paz y que celebraba las fiestas a voces y con cuetes, cuetitos, luces de bengala y cuetones. La casa de Lago Valencia donde se ponía una mesa larga, larga, larga hecha de tablones en el patio, porque no había mesa en el mundo que sentara a tantas familias que durante la noche de navidad éramos tan solo una. La suma de ocho hermanas y el tío da una lista larga por demás de gente unida por lazos de sangre, hermanas y cuñados, hijos e hijas y apenas unos cuantos cargando una nueva generación en brazos. Las sobrinas mayores de mi madre con hijos de mi propia edad, una familia común y corriente, una familia regular de los-cien-años-de-soledad, con la esperanza de que ninguno de los nuevos miembros naciera con una cola retorcida de marrano. Al contrario, las navidades se fueron llenando de más críos hermosos y sanos, de hijos que portaban el nombre de su padre o de hijas que hurtaban la belleza de sus madres. Porque en esa casa se criaron ocho hijas, las hijas del carpintero por demás guapas.

La celebración de navidad tenía música que nos hacía a todos bailar y los que no sabíamos aprendíamos del ritmo de los mayores, la celebración de navidad era la expresión pura de la navidad mexicana, y pedíamos posada y salíamos a la calle en procesión y los pequeños cargábamos con honor la charola donde las figuras de la Virgen embarazada y José jalando la mula eran el inicio de la peregrinación, el resto de la familia venía detrás, cada uno con su velita en la mano que goteaban de cera de colores y su cuadernillo de posadas ese pequeñito donde estaban todas las letras de la letanía pero que a decir verdad nadie las necesitaba, todos se sabían los canticos y más las tías ellas eran expertas en cánticos navideños y de la iglesia y todas se empeñaban en demostrar sus dotes de voz en un coro de sopranos que dejaba en silencio las calles de la colonia cuando las escuchaban pasar. Ahí iban las Sánchez, las hermanas, las hijas de José el carpintero con sus respectivas familias y pedíamos posada y tocábamos en casa de Doña Mariquita y tocábamos aquí y allá para después acercarnos al número doce, donde el zaguán de metal se abría a sus anchas para dejarnos entrar en el coro donde algunas de las tías mayores se habían quedado mientras esperaban nuestra llegada, mientras seguían preparando y meneando en la cocina, hasta que escuchaban nuestros ruegos en-el-nombre-del­-cielo y con su respuesta a coro “Entren santos peregrinos” nos abrían las puertas y entrabamos todos llenos de gozo en los fríos de la ciudad de México que nos hacían sentir el invierno y el espíritu de la navidad. Bebíamos ponche de frutas para calentarnos, se repartían los regalos, el papel de china multicolor de las piñatas volaba por el aire cuando correteábamos por el patio. Ese patio que a mí me parecía tan largo, ese patio con su grandiosa fuente que seguramente ahora no llegará más allá de mi cintura, ese patio con macetones adornados con padecería de azulejos multicolores y con espejos minúsculos que los hacían brillar con las luces de colores colgadas a lo largo de todo el corredor. Esa era la columna vertebral de la casa, el corredor que conectaba las habitaciones, todas construidas a lo largo del terreno y que se accesaba de la una a la otra, todas con tres puertas, una a la habitación de la derecha, otra a la habitación de la izquierda y otra que daba al corredor, ese corredor techado y adornado de macetas, de plantas y de flores que colgaban, que crecían que se entrelazaban, ese corredor por donde las hermanas caminaron sus pasos de vida hasta salir de la casa bien casadas, del salón en un extremo hasta la cocina al otro lado, para regresar en navidades con sus esposos con sus hijos y por qué no las mayores con sus nietos. Excepto Lupe que se quedó a cuidar del abuelo, a cuidar de la familia, a cuidar de los recuerdos a perderse en la casa.

Así eran las navidades Sánchez, que después se fueron diversificando para celebrarse en las diferentes casas, un año en La Campestre y otro en Satélite pero el recuerdo más cálido de las navidades son las de la casa de Tacuba, esa casa vieja de los tíos donde las esquinas se llenaban siempre de secretos y de los misterios de los que antes habían rondado por la casa y la música nos hacía a todos bailar hasta quedar dormidos en los sillones.

Otras navidades eran en casa de los abuelos hasta que por un milagro de democracia familiar se logró la decisión unánime de festejar la Nochebuena con la familia de mi madre y la Navidad con los abuelos, con la familia de mi padre, la familia-de-los-abuelos.

Una sola vez, antes del milagroso acto de democracia celebramos la Nochebuena en casa, nada más nosotros, los tres hijos, Papá y Mamá, nadie podría haber predicho que sería la única vez que los cinco celebraríamos las navidades, fue un acto de amnistía, pero con un peso como plomo, no hubo esa música que nos recorría por el cuerpo, no hubo el baile ni las risas, no hubo posada ni piñata, no hubo “familia” alrededor, sin darnos cuenta que esas cinco personas éramos la familia, la nuestra, la que daba sentido a la vida, nuestro motor, nuestro motivo, nuestra vida.

No hubo muchas navidades más que estuvieran en juego después de que papá muriera, las navidades pasaron a ser una carga sobre los hombros, muchos años dejaron de tener sentido y tratábamos de pasar el trago amargo de las fiestas lo más rápido posible, hasta que la vida volvió a retoñar con nuevas generaciones, con nuevos motivos para vivir.

Ahora ha pasado mucha vida y por qué no ser sinceros y decir también que ha pasado mucha muerte, esa combinación precisa es el mejor método de aprendizaje, ahora que ha pasado tanto entender y comprender, ahora que han pasado años y miles de kilómetros puedo contestar con la voz clara y con una sonrisa radiante que en casa pasamos la navidad en familia, en compañía, claro en la nuestra. Somos cuatro personas, somos el papá-la mamá- la hija mayor-la hija menor, ésta es nuestra pequeña familia y hemos aprendido a pasar la navidad en unidad, en armonía y en un manto de amor que nos abriga. No hay posada, no hay música para bailar, no hay tíos, ni primos, ni abuelos, los abuelos todos se han ido, la familia está en otra latitud, pero lo que existe son nuestras propias tradiciones, estas costumbres nuestras que hemos venido creando entre cuatro paredes, entre cuatro personas, entre cuatro corazones.

Nos pregunta la gente “en dónde van a pasar navidad” en-casa-en-familia es nuestra respuesta, porque la vida nos ha llevado a formar una familia en la cascara de una nuez que flota en el océano, y aquí cabemos estas cuatro personas, con todos nuestros recuerdos, con todas nuestras nostalgias, pero con todo nuestro presente y con todos nuestros sueños.

Esta noche es noche buena y el mantel de flores que llegara un día desde México está ya en una hermosa mesa muy bien puesta, nos pondremos nuestros vestidos nuevos de fiesta y la corbata oficial, cenaremos a la luz de las velas y mañana será navidad, en familia, disfrutaremos nuestros regalos llenos de creatividad y de buenos deseos, andaremos en la casa en pijamas y veremos las películas que más nos gustan sentados todos en el sofá, apiñonados y tomándonos de la mano, jugando juegos de preguntas y comiendo dulces y mandarinas.

Hemos logrado llegar hasta aquí en unidad, formados de esos recuerdos de niños, de esos olvidos de adolescentes y de este presente de adultos, en nuestra pequeña familia que disfruta y ama su muy peculiar navidad.

4 comentarios

  1. Avatar de Pilar Lopez
    Pilar Lopez · diciembre 24, 2015

    Y esta noche es noche buena y mañana es navidad y yo nunca tuve mesa larga ni música ni gran familia y desde entonces y hasta ahora solo pasé de una cáscara a otra y mi familia está cerquita cerquita en cada navidad y la disfruto desde adentro, ahí donde dicen que está el corazón

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  2. Avatar de Perla Hernández
    Perla Hernández · diciembre 26, 2015

    Y QUE MEJOR MANERA DE DISFRUTAR DE ESTÁS FECHAS, SI NO ES EN FAMILIA, TU FAMILIA. MIS MEJORES DESEOS SALUD, AMOR, ABUNDANCIA, ESPERANZA Y MUCHAS BENDICIONES. TE QUIERO!

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  3. Avatar de Mabel Mtz
    Mabel Mtz · diciembre 27, 2015

    Y mi oración por ustedes, para que siempre sea asi. Un abrazo.

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