Dicen que hoy es mi cumpleaños, lo cierto es que yo no recuerdo haber nacido. Mi madre platicaba de un trece de diciembre que llamó por teléfono a Papá para decirle que dejara lo que estaba haciendo para llegar lo antes posible a casa para llevarla a la clínica del ISSSTE de Tacuba, pero mientras mi madre estaba enfocada en el dolor de sus contracciones y tratando de respirar lo más hondo posible quien llegó a casa fue Don Pedro, el chofer de la fábrica, el de los mandados, el corre-ve-y-lleva de papá, el hombre fiel que escoltaba a mi padre a los menesteres que la fábrica demandaba y que debían de hacerse por otras manos, y ahora éste 13 de diciembre del 68 Don Pedro la hizo también además de chofer, de consuelo de una mujer parturienta, que conociendo a mi madre los gritos no habrán sido pocos y las reclamaciones por su presencia en representación de la de mi padre habrán sido aún más vociferantes y sazonadas de aspavientos entre contracción y contracción. Mi madre llegó a la clínica de Tacuba colgada del brazo de Don Pedro, dando zancadas anchas y largas porque “estoy pariendo” , “estoy pariendo” gritaba – como si yo pudiera oírla desde esas entrañas donde me empeñaba en dar empujones- y ella que gritaba y Don Pedro que la tomaba del brazo y los enfermeros que se movilizaron ante el escándalo que una sola mujer puede provocar cuando la cabeza – ésta que ahora llevo sobre los hombros- empezaba a asomarse al mundo mientras mi madre seguía dando zancadas anchas y largas por los pasillos de la clínica de Tacuba, y así andando ella, empecé yo a andar también y me atreví a asomar la cabeza al mundo seguramente atraída por el escándalo y las voces de mi madre diciéndole a todo el mundo lo que debía de hacer. Apenas se posó sobre la camilla y estaba yo dando gritos entonces, en una competencia histérica de madre-en-dolor y de cría-recién-parida.
Papá llegó a la escena poco después, cuando las aguas se habían calmado, llegó acompañado de los abuelos, porque los abuelos siempre le acompañaron, o porque quizá nunca dejaron de estar juntos. Llegaron a conocer al tercero o la tercera, lo que fuese sería bienvenido, no fue planeado por supuesto, no fue ése anhelo del tan deseado bebé, ése sueño se había cumplido ya con el primogénito que llegó como regalo del cielo a cumplir los sueños de Papá con un hijo varón que llevaría su nombre completo con honor y con orgullo, después la princesa de la casa que llenó la vida con un por demás abundante halo de ternura para ser portadora del nombre de la madre adornado de un primer nombre por demás elegante y gracioso. Así la vida familiar se había completado ya a mediados de 1967 y pum! Caplúm! 1968 llegó con oleadas de estudiantes en manifestaciones internacionales transformando el paisaje de París con barricadas donde estudiantes y militares se atacaban y protegían los unos contra los otros, así se vivió la primavera de París para seguir con la primavera en Checoslovaquia y de ahí engarzarse como perlitas de gracia al collar de las olimpiadas de México 68 y salpicarse de la sangre de los estudiantes en Tlatelolco y mi madre ahí con su barriga creciendo, viendo las noticias desde lejos en la televisión en blanco y negro donde los abuelos veían cada semana y religiosamente “La Caldera del Diablo” en sus capítulos de 30 minutos que eran el punto culminante de la tarde del domingo en convivencia familiar. Y ya estaban ahí los dos primeros nietos, el niño y la nena que serían la representación del orgullo y de la dulzura para que en la primavera del 68 al mismo tiempo que París y Checoslovaquia vivían sus propias transformaciones mi madre informaba de su tercer embarazo, el que “sucedió” el que “a ver que sale” el que “lo que sea será bienvenido” y andaba con sus vestidos de maternidad con minifalda y sus peinados de 15 centímetros de altura confeccionados en el salón de belleza con una buena cantidad de spray para asegurarse que se quedara quieto de sábado a sábado, y el flower power tomaba fuerza y el ambiente olía a peace-and-love y México preparaba su villa olímpica y los estudiantes hervían en la ciudad universitaria. Y ahí estaba mi madre criando a dos bebés y viendo crecer una panza que se arrullaba con las risas y las travesuras de sus hermanos mayores.
Dicen que es mi cumpleaños pero lo cierto es que yo no recuerdo haber nacido, aunque parece ser que llegué de golpe y porrazo en los pasillos de la clínica del ISSSTE de Tacuba con una madre altamente parturienta dando voces en espera de su marido quien tomó con calma el acontecimiento, después de todo ya había presenciado los partos anteriores y ya no habría nada nuevo bajo el sol.
Luego vino la tremenda batalla de darle nombre a la criatura – e ésta – la recién nacida, que Papá lo único que pedía es que no naciera el día doce porque eso me hubiera dispuesto en automático a ser Guadalupe con todo lo que conlleva, cuetes y cuetones compartiendo el nombre con unos cuantos millones de mexicanos más sin importar el género y además la familia contaba ya con una Lupe muy bien posicionada, así que no hacía falta una más. La niña, porque fue niña y bien recibida, llegó un día después de la celebración nacional y por suerte y gracia de todos los santos el nombre del calendario fue Lucía, sí señor porque soy una chica de calendario – que desde el primer momento fue bien recibido por la cúpula familiar, Lucía santa patrona de los ciegos, Lucía de Siracusa, Siciliana y mártir, nada mal, nada mal para la criaturita que daba de gritos con los pulmones bien anchos para hacerse oír y hacerse notar en el ahora fortalecido ambiente familiar. Pero había que acentuar el nombre, uno sólo así tan santo y tan mártir no era suficiente había que encontrar un nombre que recordara a algún miembro familiar querido y fue Ana a quien me toco hacerle los honores, esa Tía Anita que en su lecho de muerte mi madre le prometió que si el bebé en camino era niña le bautizarían en su honor, y así fue Ana la niña en honor a la Tía que criara, cuidara y adoptara a mi abuela Alicia y a todos sus hermanos – Lydia, Esperanza y Arturo – cuando su madre murió allá en Chihuahua y el Padre los llevó a la capital a la casa de Anita y Pedro de visita, y mientras tomaban un café en la casa de la Colonia Argentina el hombre se aseguró de que sus cuatro hijos estuvieran sentados a la mesa con una buena taza de chocolate servido por la cuñada Anita para después anunciar que saldría a la calle a comprar cigarros; que seguramente habrán sido muchos porque nunca más se le volvió a ver. La abuela y sus hermanos crecieron en la casa sin hijos propios de la Tía Anita que era una mujer de carácter fuerte, de rostro adusto y de trato áspero y que en compañía de su esposo quien era un poco más corto, de palabras, de carácter y de altura y por lo tanto apodado el Tío Periquito haciendo honor de su flacucho cuerpo y personalidad, se dieron a la tarea de criar a los cuatro huérfanos como si fueran propios, huérfanos de madre muerta y huérfanos de padre-que-fue-por-cigarros como tantos otro miles de huérfanos en la ciudad de México. Alicia y sus hermanos, la que nació en Chihuahua y llegó a la capital en un tren del porfiriato, crecieron y porque no también murieron en casa de Anita y el tío Periquito, Lydia murió joven y de ahí que el nombre se siguió heredando en la rama materna de la familia. Pero Anita murió de vieja y mi madre con los sentimientos a flor de piel cargando tremenda barriga se puso a hacer promesas en el lecho de muerte de la Tía que era poco graciosa y poco amorosa, para perpetuar, al menos el nombre en la criatura que naciera el 13 de diciembre.
Dicen que es mi cumpleaños, lo cierto es que yo no recuerdo haber nacido, pero llegué a ponerle un poco de sal y pimienta a la que ya se consideraba la familia perfecta, con su niño y niña, el papá además de pianista, empresario y la madre además de ama de casa, profesora de primaria. Así llegué yo a buscar siempre el nicho que no estuviera ocupado por los mayores y a crear espacios propios.
Un trece de diciembre que yo no recuerdo dicen que fue mi parto y desde entonces me llaman Lucía, como la mártir y en el nombre vino la penitencia y llegué como producto de exportación hace ya más de trece años a uno de los países donde Santa Lucía domina la escena pública, al país donde la noche más larga del año se celebra con luces y donde los fantasmas y criaturas de la obscuridad se celebran con canticos medievales de albor y esperanza.
Ahora camino por la vida con un nombre peculiar en éstas latitudes “Ana Lucía” donde el Ana debería de tener doble N para ser un nombre propio decente y Lucía está dedicado exclusivamente a la Santa y a la celebración, así que yo muestro constantemente una identificación que se pudiera leer en traducción libre como: “una pizca de imaginación de la noche más larga del año” – “ana” se aplica para imaginar y la gente normal no anda por la calle diciendo que es Lucía, es como saludar a la multitud con la seguridad de portar el nombre de “la esposa de Papá Noel” o pero aún tener el atrevimiento de llamarse “Día Nacional”, pero la cabeza negra-que-peina-canas y el acento por demás latino ayuda a abrir las puertas de la comprensión con el toque culminante de que en el número de persona es tan fácil entender que mi cumpleaños es diciembre trece, y hay que gracia les hace! Pero si te llamas Lucía! Y qué casualidad naciste un trece de diciembre! Que coincidencias de la vida! Y yo sonrío con mi cara de plato con la seguridad de que en el nombre está la penitencia, y lo escucharé hasta el último día de mi vida en Suecia.
Trece de diciembre, y dicen que es mi cumpleaños, yo lo celebro con palabras, con las que se reciben, con las que se leen, con las que llevo puestas en mi nombre y en los dedos que no dejan de presionar las teclas del ordenador. Santa Lucía se celebra allá afuera, a Lucía la celebro yo aquí dentro, aunque no recuerdo haber nacido quien me rodea procura recordármelo, con palabras y con flores, porque incluso hoy recibí flores de ultramar, mi hermana que ha sido siempre un modelo de vida mandó flores rosas, blancas y violetas al otro lado del mundo para celebrar a una Lucía en medio de tanta Lucía santificada que se celebra de en éste país de frío y tinieblas.
Dicen que hoy es mi cumpleaños, lo cierto es que yo no recuerdo haber nacido, pero hoy quien me quiere me celebra y yo me avoco a celebrar la vida, ésta que me gusta tanto y que porto con alegría y orgullo, hoy celebro la vida aquella que empezó con la corredera de mi madre en los pasillos de la clínica de Tacuba hasta ésta aquí y ahora sentada con mis palabras, escuchando a Jamie Cullum en su versión libre de “Make someone happy” y acompañada por las flores que mi hermana me hizo llegar del otro lado del mar.
Jajaja una excelente descriptiva personal con toda la sazón que solo la autora sabe dar.
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Feliz cumpleaños. Aun que no lo recuerdes que bueno que sucedió!
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Yo volví a nacer cuando me cambié el nombre.
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Luuuuu!!! no encuentro mi comentario!!! te lo escribii hace unas horas y deciia algo asi: «Felicidades Chica de Calendario, con prisa por nacer y comerte el mundo a mordidas, beberte todas las letras para despues regurgitarlas de una manera maravillosa y unica (creo que puse desordenada, pero no era el adjetivo que buscaba)… abrazos y bendiciones para ti y tu familia hoy y siempre.
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Este segundo semestre de 2016 no logro ponerme al día con mis lecturas. Casi dIez días tarde llegó a leer esta tu crónica de aquel 13 de diciembre. Me encantó imaginarme a Teté con su panza, minifalda, botas blancas y su peinado a la Tere Velazquez, además de los suecos con cara de «what» ;). Excelente relato Lu.
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Gracias Carmen, mientras tu sigas leyendo yo sigo escribiendo aunque a veces yo también llego tarde
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