La llegada no tiene palabras

En el librero de la salita familiar hay un libro en particular que me gusta verlo de frente, no veo su lomo, no está colocado como la mayoría de los libros, esta recargado en la pared sobre una pequeña repisa de madera acompañado por fotos familiares, una foto en blanco y negro que me tomara mi-amigo-miguel en el entonces flamantemente nuevo campus de la Ibero, con mi pelo nunca peinado y un chal enorme que solía tomarle de prestado a mamá. En la misma repisa está una réplica pequeñita del beso de Klimt que me llegara como regalo de bodas desde la tienda de regalos del Smithsonian. Pues ahí recargado, un poco desenfadado, contra la pared está el único libro de Shaun Tan que tengo en casa y que lo he hojeado un sinnúmero de veces y nunca leído porque simplemente no hay palabras.

La llegada es en sepia, la llegada se publicó por vez primera hace 9 años en Australia, el país de origen de Tan, La llegada está dedicado a sus padres, como Dios manda, porque es un libro sobre los padres, sobre las vidas, sobre los caminos y sobre las idas y venidas y por eso es que me gusta tanto verlo, y pasar de cerca y mirarlo de reojo y hojear un poco y dejarme llevar en sus páginas.

La llegada narra la historia de cualquiera, cualquiera que se ha dado a la tarea de salir al mundo a buscar una vida mejor para su familia, La llegada es ésta historia tuya y mía desde hace miles de años donde una persona se da al camino y se echa a andar. Una maleta, una muda de ropa, la fotografía familiar, acomodarse el sombrero y tirar las ilusiones por delante. Eso es todo lo que se requiere para empezar a andar. Dar tres pasos para delante y tratar de no mirar atrás. Dar tres pasos para adelante y cerrar puertas. Dar tres pasos para adelante, secarse los ojos, sorberse los mocos y seguir andando, cargar la pequeña maleta y seguir para adelante. Andar y andar hasta encontrar el camino y seguir de frente. Porque la historia, nuestra historia, ésta de los humanos que somos tu y yo juntos con el resto de otros tantos miles de millones más, está forjada a pasos de migrantes, todos somos migrantes. Todos hemos echado a andar, todos hemos dejado atrás, todos hemos cortado lazos y jalado las raíces desde el fondo de la tierra fértil del alma para avanzar lo más ligero posible.

Comercio, trabajo, poder, guerras, ambición o amor, la historia de la humanidad, ésta a la que tu y yo pertenecemos se ha llenado de excusas para no dejar de andar, algunas más dramáticas que otras, algunas más sangrientas que otras, algunas historias nos cortan el alma con botes de goma cruzando el mediterráneo o niños y jóvenes cruzando desfallecidos el desierto de chihuahua, mientras otras son más confortables en clase turista en una cabina de avión y unas muchas horas de vuelo para aterrizar en un país con pasaporte y visado.

Hace ya muchos años, estudiando mi nuevo idioma en la escuela para adultos de Sueco-para-inmigrantes nos hicieron énfasis en ciertos aspectos de la sociedad que deberíamos de tomar en consideración y que viniendo de la cultura mexicana nunca fueron actuales en mi vida cotidiana: integración, discriminación y segregación. La meta de éste gobierno civilizado y negociador es que nosotros, los “no-nacidos-en-suecia” nos integremos a la sociedad que a bien nos ha abierto los brazos, ésta sociedad que usa cada palabra como si fueran tenazas punzantes o piedras calientes y que las utilizan de la manera más cuidadosa para no molestar a nadie, así que no es politicamente correcto llamar a un inmigrante: Inmigrante se nos denomina “no-nacidos-en-el-reino” o “nuevos-suecos” o “de-origen-extranjero” o “recién-llegados”, pero lo cierto es que somos inmigrantes, es que no somos de aquí, algunos más leídos y “escribidos” que otros, algunos más jóvenes, algunos más viejos, los refugiados con una enorme lista de experiencias traumáticas en su mochila, los ex-pats con una cartera flamante y ocupando pisos de rentas inaccesibles para los locales, los habemos de dulce, chile y de manteca pero al final del día todos somos inmigrantes.

En éste país con una población menor a la del Estado de México, con tan solo 10 millones de habitantes, cualquier prieto se nota en el arroz, o serán macarrones, o serán mejor aún papas, claro cualquier prieto se nota en éste campo de papas. Con éste panorama el tema de la integración no es la asignatura más sencilla cuando los letrados toman como punto de partida su propia y muy angosta experiencia, sin entender que una persona que ha huído de su aldea arriesgando la vida por evadir una guerrilla desalmada donde mujeres y niñas desaparecen para ser esclavas sexuales y llegan por obra y gracia de Alá al país, que según las estadísticas del bienestar, ocupa uno de los primeros lugares en el top 5 en la escala mundial, uno de los cinco países en el mundo donde el individualismo y la secularización definen el altísimo grado de bienestar personal. Para su información los otros cuatro países que nos acompañan en la lista son Noruega, Finlandia, Dinamarca e Islandia, así que es el club-top-five de los escandinavos que nos posiciona como seres individualistas-no-religiosos en la raya del vikingo-moderno-sibarita de la manera más sofisticada que se pueda encontrar en las sociedades democráticas. Tan lejos de Dios y tan cerca de la aurora boreal.

Así las cosas en los extremos territoriales de la europa no continental, así las cosas donde la población no alcanza y se abren los brazos a la importación, a la migración, a los no-nacidos-en-el-reino.

Los que llegamos a otro país, los que entramos por la puerta de los inmigrantes estamos hechos de otra madera y el proceso de integración no es un documento donde se firme y se escriba y listo “Mañana está usted integrado a partir de las 7:46”

El proceso de integración es un estire y afloje, yo recibo, pero yo dejo, aquí me abro pero por acá cierro, yo te doy pero no me quites, no me quites mi identidad, mi idioma, mi cultura, mis tradiciones, mi idiosincrasia, pero yo me integro y me educo en tu idioma, en tu cultura, me como tu pescado curtido en el desayuno pero para la noche en casa me pongo a echar tortillas, enciendo una vela en la noche de Santa Lucía y heredo mi idioma a mis hijas. El día a día de la integración es un estire y afloje, un me das y te quito, un tomo y dejo, un jalo y estiro que ha formado las culturas y ha esculpido sociedades modernas. Es la historia de la humanidad, son los tallarines chinos en europa y las papas andinas en la gran bretaña, son los Àrabes desde Sevilla hasta Persia, es el imperio Romano desde Britania hasta Armenia, es el imperio Otomano, es la corona Española y la Británica y los Portugueses, y los Holandeses en Àfrica y los unos y los otros, y las coronas y los reinos y los imperios y los conquistadores, los colonizadores y los sedientos de poder y son los buenos y los malos, los piratas y los aventureros. Los que obtienen estatuas y las estatuas que se tiran cien años después.

Lo tenemos en la sangre, somos migrantes, nos dieron piernas para movernos, es nuestra historia, los que nos echamos a andar, los inmigrantes, los emigrantes, los migrantes los que no hacemos hoyo en el mismo lugar, y todo empieza con una pequeña maleta, acomodarse el sombrero y echar a andar.

Por eso me gusta el libro de Tan y lo tengo a la mano en la repisa, que no en el librero, porque a diario me dice suavecito en el oído como un susurro de abejas o quizá de hadas, me dice así “migrante”, porque eso es lo que soy, lo que somos, somo nietos de migrantes, así de fresco lo tenemos en la sangre y así día a día no me dejo caer en el comfort del estoy donde debo estar, sino en la línea delgada del somos migrantes, pasajeros en tránsito en una sociedad donde nos dice respetuosa y democráticamente que no somos los-nacidos-en-el-reino. Somos orgullosamente los que se echaron a andar y seguimos andando y paso por la salita familiar y veo el título “Ankomsten” “The Arrival” “La llegada” y me pregunto entre los murmullos de mis pensamientos si ésto acaso será La llegada, si ya habremos llegado o si seguiremos andando hasta sabernos llegar.

Me gusta éste libro, hojearlo, tenerlo, me gusta su compañía y pasar de vez en vez y mirarlo, porque éste libro no se lee. La llegada… no tiene palabras.