Introducción

Cuando empecé a escribir los relatos de mi diagnóstico de cáncer no imaginaba nadie que tendría que estar en cuarentena debido a los efectos secundarios del tratamiento citostático, diarreas que empezaron un buen día y se prolongaron por noches, días, semanas y meses y que me tenían al filo de la entrada del baño y con una debilidad poco convencional impidiéndome hacer casi cualquier actividad sumando a eso los bajísimos niveles de glóbulos blancos que no sólo fomentaban la esperada fatiga extrema sino que aderezaron mi diagnostico principal con el de leucopenia de la cual me fuí recuperando con bastante lentitud. Cuando empecé a escribir las crónicas sobre mi diagnóstico y los tratamientos que éste requería nunca imaginamos que pasaría meses en casa en una cuarentena forzada debido a todos esos efectos secundarios extremos que la citostática me fue causando con un estómago que no me permitia poner pie fuera de casa y con niveles de glóbulos blancos que tenían a mi sistema inmunológico en jaque.

Cuando empecé a escribir sobre mi diagnóstico, el tratamiento y la enfermedad no imaginamos, nunca-nadie, que no estaría sola en cuarentena sino que el mundo enfrentaría la peor crisis de salud desde la pandemia de la gripe española de hace justo un siglo. A cien años de que un virus cobrara la vida de millones de hombres jóvenes y sanos ahora recibimos un virus que nos encierra a todos en casa, desde Wuhan hasta Bérgamo, desde Madrid hasta Manhattan. Somo millones de seres humanos en una cuarentena de más de cuarenta días, en una cuarentena de magnitud bíblica que evolucionará a una nueva forma de vida principalmente para los mayores de 70 años y para los de grupo de riesgo y aquí y ahora yo cumplo todos los requisitos para pertenecer al grupo de alto riesgo, por definición médica.

El escribir de mis días de tratamiento, de mis días de cuarentena me ha permitido respirar en los días de asfixia y obligar al cerebro a seguir sintiéndose vivo.

He escrito principalmente por el simple acto de escribir, como siempre lo he hecho, porque es una necesidad, he escrito durante estos meses porque es un salvavidas, un tabla de flotación, porque así como el cuerpo pide salir a tomar el aire fresco y los rayos del sol, mis dedos piden el teclado para describir las emociones, los sentimientos, los hoyos negros y las preguntas sin respuesta que van creciendo en mi cabeza, en mis palabras, en mi soledad. Escribo para mis hijas que espero alguna vez lean estas palabras en mi lengua nativa, escribo para Tomm que no precisa de leerme porque ha estado sentado a mi lado día y noche y me sabe interpretar entre líneas. Escribo para mis hermanos y sobrinos, para dejarles saber cómo me encuentro y cómo avanzo en este proceso. Escribo para mi familia cercana y extensa y principalmente escribo para los amigos amados que en algún momento poco-o-mucho piensan en mí.

Estas palabras son como el cáncer mismo, únicas e individuales, mi experiencia me pertenece tan solo a mí y cómo lo viva y lo experimente otro paciente será tan único como cada persona. Son muchos los factores que desatan un cáncer así como muchos los tratamientos y los efectos secundarios y como siempre, como todo en ésta vida el cáncer se vive de manera sumamente particular.  

Escribo ésta experiencia para quien es pasajero de a bordo de un viaje de cáncer y para quien ha tenido la fortuna de no estar en la cercanía de una enfermedad de ésta naturaleza. Los expertos dicen que una de tres personas será diagnosticada con algún tipo de cáncer en algún momento de su vida, lo que nos coloca a todos en una posición sumamente vulnerable porque tarde o temprano la enfermedad se colará en nuestras vidas por la puerta delantera o por la ventana de atrás.

Mi madre murió de cáncer en el 2014, un cáncer de hígado devastador tras años de padecer una callada Hepatitis C fruto de una transfusión de sangre no protegida en un hospital público de la ciudad de México en la década de los 80. Mi hermana libró el cáncer de mama diagnosticado precisamente en el 2014, un año oscuro con mi madre en su lecho de muerte y mi hermana con los efectos secundarios de sus primeras quimioterapias compartiendo gotas de morfina para el dolor. En el 2019 salió mi diagnóstico a la luz. Inesperado y temido, los primeros días tras el diagnóstico fueron los más confusos y dolorosos para mí como paciente y para mi familia. Un diagnóstico es una lotería inversa que desearíamos nunca tener que ganar.

Escribo estas crónicas desde mi cuarentena particular mientras el mundo entero está sentado en su propia clausura, mi confinamiento no es peor ni mejor, simplemente es el mío y compartirlo aligera la carga y me hace sentir un poco más viva, le da sentido a estos tiempos que he pasado atrincherada desde las puertas del infierno hasta en un palacio de cristal con experiencias sensoriales exponenciales y en una constante de paciencia y gratitud que me han permitido nadar-flotar y llegar a aguas tranquilas. Aún no me acerco a puerto seguro pero la tempestad se siente ajena y lejana, son tiempos de recuperación y de recomponerme para un buen día, no sé cuándo poder abrir la puerta y salir a la calle a una vida que será otra, a una sociedad que será diferente y a un planeta que espero sea distinto… más humano y compasivo.

En el día sin noche.

La maceta del balcón huele a romero a savia y a lavanda, los he sembrado junto con la hiedra y los geranios rojos como son los geranios mexicanos que tanto me recuerdan al jardín de mi madre y todas esas macetas de barro que había en la casa. Sentada en el balcón puedo reconocer los aromas de la lavanda que empieza a florecer, de la savia y del romero, mi cerebro sabe diferenciar entre los tres olores y el pequeño balcón se impregna de aromas hoy que es un día especial, es la celebración del medio verano en Suecia, en Escandinavia y quiero pensar que en todo el hemisferio, es la celebración de la noche más corta y el día más largo del año, la fiesta más esperada en el norte de Europa, el contra peso es la celebración de Santa Lucía, la noche más larga y el día más corto del año. 

Hoy celebramos además con un día extraordinariamente único: el sol está brillando y los termómetros marcan 27 grados a la sombra. Los últimos 18 años hemos aprendido a celebrar el Midsommar con lluvia, aire y poco sol pero ahora en tiempos extraordinarios cuando la distancia social impera y las reuniones de más de 50 personas están prohibidas en el país, el sol nos compensa con su luz y su calor, será el medio verano más caluroso de las últimas décadas, será un medio verano excepcional sin los parques y jardines borboteando de gente que baila y canta “las pequeñas ranas” en trajes típicos y alrededor de un poste vestido de flores. Espero desde lo más profundo de mis deseos de bienestar social que la distancia entre individuos se mantenga para que no haya rebotes de virus en un par de semanas, espero que la gente sea disciplinada y respetuosa de su prójimo, aunque, entre paréntesis, lo dudo mucho, en un par de semanas veremos el resultado de una celebración de medio verano de sol radiante y de calor casi mediterráneo.

Yo sentada en mi balcón disfruto de la brisa y de la sombra bajo el parasol, hoy es un día de celebración familiar aunado al medio verano ya que el miércoles de esta semana tomé la última de las sesiones de radioterapia. Quince días seguidos de radiaciones en el hospital de la zona, generalmente por las mañanas, a las 7.45 o a las 8.15, cada mañana durante quince días atendí al hospital para bajar al área de radioterapia. La primera de ellas, la de preparación fue un protocolo más complejo donde los enfermeros especialistas midieron y marcaron los cuadrantes donde los “rayos” debían tocar con mi piel. Con tres pequeños puntos negros tatuados en mi pecho dejaron preparados los ejes donde los rayos tendrían que caer. Yo desnuda del torso, como ha sido la rutina ya y a la que me he ido acostumbrando con gusto o disgusto, desnuda de torso me tumbo en una camilla de acero para que los enfermeros puedan hacer su trabajo. Los brazos arriba de mi cabeza que descansa sobre una almohada especial, la cual van formando con base en mi silueta para que cada día de radiación me coloque yo de manera precisa en ese molde-a-mi-medida donde mi espalda, mis brazos, mi cuello y mi nuca pelona embonan perfectamente y yo ahí acostada con las piernas en una pequeña resbaladilla de color azul para colocarlas en un ángulo de 45 grados y el resto del cuerpo descansando sobre la plancha fría. 

La máquina a mi alrededor empieza a moverse, a subir y a bajar, las cajas laterales se mueven alrededor de mi, ahora se colocan sobre mi cabeza y después a la altura de los hombros, una máquina que va circulando alrededor de mi cuerpo acostado en la plancha de acero fría y yo pienso en “HAL” y me parece que en cualquier momento la máquina empezará a hablarme y a dar indicaciones a mis átomos y células para recibir los rayos de curación que están a punto de penetrar mi piel y tejidos y ahí estoy yo acostada en el interior de la máquina en un universo paralelo esperando escuchar la voz pausada y amable de HAL, soy un viajero interestelar en mi propia Odisea del espacio, soy un pasajero del Seaview en el viaje al fondo del mar, soy Axel en el Voyage au centre de la Terre. El espacio infinito – la profundidad del océano y las entrañas de la tierra, todas éstas imágenes ocupan mi mente al unísono, en todas hay oscuridad y misterio, como el misterio mismo que es para mí estar tumbada en esta plancha de acero en espera de que rayos de luz penetren en mi cuerpo. 

En el espejo de una de las pantallas de radiación veo reflejada mi propia figura, mi cuerpo desnudo, mi pecho con cicatriz de mastectomía y mi seno sano se reflejan en esa imagen, veo reglas de láser rojo que se proyectan sobre mi piel, veo cifras de láser rojo que se posan sin peso alguno sobre mi piel desnuda, una de las enfermeras dicta las coordenadas del cuadrante mientras la otra precisa y programa la máquina, éste robot futurista que se dispone a practicar una curación que se me apetece alquimista y que sanará mis células de ésto que ha sido mi pasajero de primera clase y que le llamamos cáncer.

El hospital tiene un programa de arte en el que fomentan la obra de artistas locales que quieran participar exponiendo o creando su obra en los techos de las diferentes salas del hospital. Así los techos están decorados artísticamente y de manera muy peculiar. Como visitante “de-a-pie” es difícil reparar en la obra que nos pasa por encima de la cabeza, pero como paciente, que lo más que hace uno es estar tumbado en una camilla, la mirada se clava en el techo y es ahí donde los artistas locales tienen la oportunidad de exponer. En las salas de radioterapia, que son dos hay un par de obras diferentes, en la sala de la izquierda a la que tuve acceso en una sola ocasión, la superficie del techo representa un paisaje de verano, con plantas y enredaderas creciendo, desplazándose graciosamente por entre los plafones del techo, una pintura inocente y pacífica que invita a eludir la realidad. En la sala del lado derecho donde estuve la mayoría de los 15 días de la terapia en sus largos cinco minutos de intervención, los plafones del techo son una idea creativa por reproducir las constelaciones y los signos del zodiaco, pequeños focos que brillan intermitentemente representan las estrellas de cada constelación y una pintura poco profesional y más bien rayando en lo grotesco representa las figuras de las constelaciones y sus signos. Yo tumbada en la plancha fría de acero observo el intento fallido de un artista local por representar las constelaciones y entretener a un público más que cautivo que permanece inerte tumbado sobre la plancha de acero. Yo por lo general cierro los ojos, no necesito mirar, no necesito ver mi torso desnudo y mutilado en esos espejos de mi robot del futuro que ha venido a curarme, no son más de cinco minutos cada sesión de apariencia inofensiva pero de resultados, esperemos, sorprendentes y tangibles. 

Como efecto secundario tan solo el cansancio se ha asomado en unas contadas ocasiones, cansancio tan solo, no la fatiga fulminante de los efectos secundarios de la citostática ni los dolores devastadores tras los primeros días de la operación. Ahora un simple y llano cansancio común y corriente, cansancio vulgar y sin connotaciones dramáticas de esos que nada más requieren de una siesta o de una tarde de ocio viendo series desde el sofá.

Hoy es día de celebración, fin de mis radiaciones, una etapa más concluída en mi camino a la recuperación en éste diagnóstico de cáncer de mama con metástasis, día de celebración, el sol está a todo lo alto en el solsticio del verano, el día más largo, el día sin noche, la noche más corta del año, un día de fiesta que me despertó con la noticia de que una entrañable amiga del colegio murió justo ayer.

Hace apenas tres semanas me enteré de su condición un cáncer de hígado con metástasis en el seno, el diagnóstico era más que perturbador, oscuro y devastador. Saberla enferma, saberla sufrir me daba vueltas en la cabeza, mi experiencia me coloca en la cercanía de entender sus pensamientos y sus temores, su angustia y sus miedos más profundos. La jornada fue corta, nuestra amiga querida nos dejó. Yo no dejo de pensar en ella, en su familia y en los amigos que a su alrededor nos sentimos felices y completos. Los años del colegio fueron nuestros años maravillosos y ella estuvo siempre ahí con una belleza que enamoraba, con una sonrisa que enamoraba, con un corazón que enamoraba. Apenas pasó los 50 años, como el resto de los amigos, una generación de cincuentones que seguimos en contacto queriéndonos a pesar de la distancia y que ahora unimos nuestras almas para decirle adiós. Hoy es día de celebración, me inclino a pensar que su muerte en el solsticio del verano tiene significado, que se fue con el sol en el cenit, un día sin sombras y sin oscuridad, en el día sin noche nuestra querida amiga nos dejó, en la plenitud de la vida, en la culminación de su ser. Hoy es un día de celebración, preparé una pasta pomodoro con parmesano y abrí una botella de vino. Hace casi un año que no bebo vino, pero el día lo ameritaba, levanté la copa junto a mi familia y brindé por haber terminado mi tratamiento de radiaciones, que junto con la mastectomía y la citostática significaron los bastiones del tratamiento de cáncer al que me sometí desde el otoño pasado. Tan solo restan unas cuantas vacunas de anticuerpos y una tableta de tamoxifeno al día por los próximos nueve años y diez meses. Hoy es un día de celebración, una bella amiga nos dejó y me niego a vestir de luto y a llorar su ausencia, yo frente a la familia levanté mi copa de vino y brindé por ella, por Gugu – María Teresa- y me dispongo a honrar su recuerdo y a celebrar su vida y doy gracias por haberla conocido y por los recuerdos y las imágenes que dejó en mi memoria de niña, doy gracias por su sonrisa amplia y sus ojos nostálgicos, doy gracias por su cabellera larga y castaña, doy gracias por su gracia e inteligencia, doy gracias por su capacidad de hacernos reír y por su talento para hacernos sentir bien a su lado. Hoy es un día de celebraciones. Celebro tu vida Gugu y que la hayas vivido a tus anchas.

Uno de cada tres será diagnosticado con cáncer, me dijo el médico en octubre, uno de cada diez será afectado por la enfermedad de manera directa o indirecta, una enfermedad de perversidad silenciosa que nos deja al vilo cuando nos dicen su nombre. Hoy, justamente hoy celebro haber logrado terminar de manera satisfactoria tres de los cinco tratamientos en pos de mi recuperación, hoy justamente hoy despedimos a una hermosa mujer que apenas si pudo empezar el tortuoso camino de los tratamientos, hoy celebro su vida y abrazo su recuerdo abrazando mi vida misma. 

Es un orden perfecto que no da explicación, es un balance delicado que no permite cuestionamiento, a unos da y a otros quita, a unos permite y a otros arrebata. Yo no canto victoria, simplemente doy las gracias por haber tenido la fortuna de poder “comprar-tiempo” y aquí estoy sentada en el balcón, con el sol a plenitud en el día más largo del año, recibiendo el olor de la salvia, la lavanda y el romero, viendo pasar el recuerdo de una amiga querida que se fue y celebrando la vida que nos queda por vivir.

Podcast en voz de la autora

Med hjärtat i handen.

Jag har utvecklat en varm och kärleksfull relation med ärret som nu ligger på mitt bröst, mastektomiärret, en lång spricka som sträcker sig från mitten av bröstkorgen till armhålan. För några veckor sedan fanns där ett bröst, mitt bröst. Ärret är beläget på vänstra sidan av kroppen, “hjärtats sida” kan man säga, så jag är benägen att tro att det är ännu mer kärleksfullt att ha förlorat bröstet precis på den sidan. På något sätt hade mitt bröst varit en sköld av fett och vävnad som gav större skydd till mina känslor. Nu när bröstskölden är borta och den kirurgiska sömmen sitter kvar har jag fått i uppgift att förbättra ärret; istället för att sätta på den kirurgiska tejpen varje dag enligt läkarnas rekommendationer kommer jag att ersätta tejpen med glädje och färg. Jag kommer att sy sömmen med färgglada trådar, de färgade trådarna som jag har i min sylåda, tjocka broderingstrådar. Med röd, blå, gul och grön kommer jag att brodera ett perfekt korsstygn på bröstet efter den någorlunda raka linje som mitt ärr följer.

När jag blir klar med broderiet, när jag har trätt nålen med de färgglada trådarna och fört den in och ut genom min hud, kommer jag att göra en enkel och liten sjömansknut som gör att jag kan öppna och stänga spåret i bröstet. På så sätt blir det mycket lättare för mig att visa mina känslor när jag talar med en älskad vän, eller när jag står tyst framför dem som inte förstår sig på kärleken.

Jag kommer att ha den absoluta friheten att ta ut mitt hjärta från sin grop då och då: inte dagligen utan när det är nödvändigt. Jag vill inte att det ska frysa eller att det ska synas alldeles för ofta, men mitt hjärta ska ha friheten att komma in och ut ur min bröstkorg som en sparv på våren som lutar sig mot livet eller häckar i boets värme. Jag kommer att utveckla konsten att med mina fingrar ta ut mitt hjärta, försiktigt och varsamt, jag kommer att hitta de starkaste punkterna för att kunna ta in och ut det som jag vill, jag kommer att lära det att följa sin egen röst, och när det vill, uppleva intryck med sina vener och ögon. Det kommer att vara ett nöje att kunna dela världen med mitt-hjärta-i-handen och kunna lägga det på livets räcke så att det kan blicka ut över smärtan och lidandet, eller kärleken och medkänslan, utan hinder, utan att ha hud, muskler, vävnad eller ett bristfälligt och sjukt bröst i vägen. Mitt hjärta kommer att ha direktkontakt med världen och det kommer att uppleva känslor, lukt och smärta med sin egen puls.

Bom-bom, bom-bom, här kommer mitt hjärta, jag bär det i min hand och det känner vinden och brisen, dess vener flyger fritt i vårens luft. Bom-bom, bom-bom, här kommer mitt hjärta med droppar av blod som rinner genom dess vibrerande vener när det ser livet som omger oss. Bom-bom, bom-bom slår mitt hjärta i min hand, ett privilegierat hjärta som kan gå in och ut ur dess hål och titta rakt i ögonen på de man älskar mest och höra rösterna av de som minns oss.

Mitt hjärta – som går in och ut ur kroppen eftersom det inte längre finns muskler och vävnader som skyddar det från att känna – är nu separerat från omvärlden med hjälp av ett enda tunt ärr, en söm som jag har prytt med färgglada trådar. Sömmen finns där för att jag ska kunna öppna och stänga mitt bröst under det perfekta korsstygnet som tillåter mig att ta ut mitt hjärta när det är nödvändigt, och skydda det när jag inte längre behöver ha det till hands

 

Podcast en voz de la autora

Con el corazón en la mano.

He empezado a desarrollar una cálida y amorosa relación con la cicatriz en mi pecho, cicatriz de mastectomía, una rajada larga que se extiende desde el centro de mi tórax, donde hace unas cuantas semanas aún había un seno, hasta la axila. La cicatriz está localizada en el lado izquierdo de mi cuerpo, el lado del corazón por lo que me inclino a creer que es aún más amoroso haber perdido el seno del lado del corazón, que de alguna manera ese pecho mío era un escudo de grasa y tejido que le daba mayor protección a las entrañas de mis sentimientos. Ahora esa coraza se ha ido y ha quedado tan solo esta costura de hilo quirúrgico que me he dado a la tarea de modificar, sí en lugar de ponerme esa gasa-color-piel que según los médicos ayudará a que «no quede marca después de la operación» yo he decidido darle color, la sustituiré, repasaré la costura con hilos de colores, sí esos hilos de colores que tengo en mi caja de costura, hilos gruesos para bordar. Con rojos, azules, amarillos y verdes empezaré a bordar un punto de cruz perfecto en mi pecho siguiendo la linea poco recta de mi cicatriz.

Cuando termine de bordar, metiendo y sacando la aguja en mi piel y entrelazando los colores de los hilos haré un nudo sencillo y poco marinero que me permita abrir y cerrar la ranura de mi pecho, así me será mucho más sencillo demostrar mis sentimientos cuando hable con una persona amada o cuando calle ante los que no entienden del amor.

Tendré la libertad absoluta de sacar mi corazón de su caja torácica de vez en vez, no a diario pero sí cuando sea necesario, tampoco quiero que se enfríe o que se deje ver con demasiada frecuencia pero mi corazón tendrá la libertad de entrar y de salir de mi pecho como un gorrión en primavera que se asoma hacia la vida o se acurruca en la calidez de su nido. Desarrollaré el arte de tomar a mi corazón con los dedos de manera cuidadosa y suave, encontrando los puntos más fuertes para meterlo y sacarlo a mi antojo, siguiendo su propia voz cuando quiera experimentar sensaciones con sus venas y ojos.

Será un placer poder compartir el mundo con-el-corazón-en-la-mano y poder asomarlo a la barandilla de la vida para que vea el dolor y el sufrimiento o el amor y la compasión sin barreras, sin que la piel, los músculos, los tejidos o un seno imperfecto esté en su camino. Mi corazón tendrá contacto directo con el mundo y experimentará las sensaciones, los olores y los dolores a su propio pulso.

Pum-pum, pum-pum ahí viene mi corazón, lo llevo en mano para que sienta el viento y la brisa, para que despeine sus venas con el aire de la primavera. Pum-pum, pum-pum ahí viene mi corazón con gotas de sangre corriendo por sus venas cuando vibra al ver la vida que nos rodea. Pum-pum, pum-pum así late mi corazón en la mano, un corazón privilegiado que puede entrar y salir de su madriguera para ver las caras de quien más amamos y escuchar las voces de quien nos recuerda.

Mi corazón que entra y sale porque ya no hay músculos y tejidos que lo escuden de sentir, tan solo una delgada cicatriz lo separa del mundo, una costura que me he dado a la tarea de engalanar con hilos de colores para abrir y cerrar en un punto de cruz perfecto que permita sacarme el corazón cuando sea necesario y resguardarlo cuando ya no requiera más tenerlo a mano.

Podcast en voz de la autora

Tesoros de salvación.

Salvar la vida en un episodio de cáncer aderezado de metástasis requiere de toda la fortaleza interior que se pueda salvaguardar y de toda la energía, apoyo y fortaleza exterior que se pueda colectar. Los actores son tan solo dos: la familia y los amigos o los amigos y la familia o la muy extensa familia de amigos que nos mantienen en pie y que de un día para otro nos tendrán que llevar en brazos y en su momento ni ellos mismos lo sabrán. Cuando informé de mi nueva condición fueron muchas las reacciones, la empatía fue el común denominador pero se presentó con diversos matices, hay quien mostró enojo, otros una tristeza profunda y muchos más frustración, porque sí al final del día la compasión se tiñe de matices varios.

«De entre todas las fuerzas la de la intención he comprobado es la más poderosa».

La parte del alma fue cuidada de manera delicada, la mayoría de mi gente más amada son dueños de una fe y fortaleza espiritual que los eleva a lo mejor de sí mismos ya sea a través de su religión o de creencias espirituales extraordinarias. Cuidadosamente me postraron en los altares de credos diversos. Hay quien entre tejió mi nombre en cadenas de oraciones a Dios y a su cofradía de Santos, mientras otros me llevaban en introspección al centro de la meditación más profunda e individual, una colega en Shanghai me garantizo trato preferencial ante el Buda Chino que es por demás benevolente, mientras otros me bañaban en bendiciones, buenas vibras, mantras de belleza incalculable que van más allá de mi comprensión pero con una luz color esmeralda sanadora fácil de identificar. De entre todas las fuerzas la de la intención he comprobado es la más poderosa, el propósito de la sanación y la voluntad indoblegable de verme completa otra vez, esa intención individual de cada uno de mis familiares y amigos formó un escudo protector con la fortaleza delicada y transparente de la filigrana de una tela de araña que no se percibe al ojo desnudo pero que enfocando correctamente se logra ver a contraluz.  

«Lo que necesites» es la frase que he escuchado con más frecuencia en los últimos seis meses y «lo que necesites» se convirtió en platos de comida caliente, ensaladas para llevar sobre la mesa de la cocina en casa, dumplings del chino de la estación de trenes, flores, decenas de arreglos y ramos de colores que han llenado todos y cada uno de los floreros de mi casa, tulipanes y peonías, plantas en macetas de cerámica y orquídeas que llegaron de ultramar desde el corazón de La Nada; caminatas cortas y largas, llevadas y traídas al hospital y largas horas de compañía mientras la citostática entraba por mis venas.

Seis meses de confinamiento es un largo viaje que no hubiera sido posible sin la fuerza de las palabras, todas esas horas que han dado sentido a mi tiempo hablando y escribiendo mensajes a los amigos y familia queridos, horas de mensajes instantáneos, de llamadas telefónicas y de videoconferencias, minutos y horas de actualizar la información. Hay quien hizo de su interés una rutina llamando a diario o llamando de vez en vez, otros con mensajes de textos y muchos más con preguntas discretas con la frecuencia que define a la prudencia. Ver las caras, las miradas, escuchar la voz de nuestros seres queridos entra por los oídos, por los ojos y fluye directamente al sistema inmunológico haciéndonos sentir más fuertes y más sanos a medida que la charla se desenvuelve, a medida que leemos sus comentarios a medida que el cerebro nos hace entender que los sentimientos llevan la batuta y que una simple palabra, un cariño, un saludo nos hacen simplemente sentir bien cuando el mundo entero está cubierto de oscuridad y el cuerpo se atrinchera ante las puertas del infierno.

Los tesoros de salvación han sido tantos y tan variados que las formas y los tamaños dejaron de ser relevantes, desde un pequeño oso de peluche hecho a mano que descansa sobre mi mesa de noche hasta una lista de música en Spotify de uno de los melómanos más queridos de mi catálogo de amigos de vida más selecto, en su mensaje de entrega reza lo siguiente «En mi mente escuchar estas obras es como un resumen de la emociones y sentimientos de mi vida, por eso le llame Camino» y ese camino incluye desde Tchaikovsky, Vivaldi, Albinoni, Locatelli, Corrette y Mendelssohn hasta el muy mexicano Ponce sumando a Schumann y bueno la selección es larga hasta Bach, Mozart y Manuel de Sumaya que me han acompañado por largas, deliciosas y casi infinitas sesiones musicales.

Libros de lo más variados han llegado también a mi buzón, en mi bandeja electrónica recibí amorosas entregas de la poesía de Ana Isabel Conejo, uno a uno recibí esos poemas de “Todo lo abierto” con la experiencia en mano de un cáncer-mastectomía y cicatriz de por vida. Desde el pueblo de Duxford en una caja de cartón bien cargada de presentes prácticos como crema de labios y un mini taburete para la iPad, llegó «Tea and Chemo» de Jackie Buxton que fue mi manual “hands-on” para navegar en aguas profundas y desconocidas con muy poco instinto de flotación, «Take my hand» en formato digital es el libro basado en la experiencia propia de June amiga querida de mi amada amiga, «Pausa, el arte de hacer otra cosa» de Patrik Hadenius más que a la medida en las circunstancias actuales o «El Libro de la Paciencia» de A. Atala que llegó derechito de la ciudad de México a mi puerta. Un libro dedicado al estudio de los introvertidos fue depositado en el cubo de la escalera -por medio al contagio- así como «Klubben» de Matilda Gustavsson donde se desvela el escándalo del #metoo en las entrañas de la Academia Sueca. Los títulos no han faltado con portada dura, de bolsillo o en formato PDF enviados por correo electrónico o por mensajes, la música ha sido el perfecto continuo durante el tratamiento y la recuperación, las flores han sido el toque estético en la travesía, los medios sociales la capacidad de extender los brazos y tocar a los más queridos y que no quede duda que han habido galletas, pasteles, panes, rosca de reyes hecha en casa con agua de azahar y frutos secos, panettone navideño al más puro estilo inglés importado desde Manchester y tantas otras cosas ricas y sabrosas.

Las visitas se antojan ahora como un recuerdo de otros tiempos y agradezco el tiempo de todos y cada uno que tuvo la atención de tocar a mi puerta, desde mi hermano viajando  México- Estocolmo vía Madrid para aterrizar en Arlanda y tomar el tren a Eskilstuna, hasta quienes vinieron de otras ciudades para darme un abrazo o de aquí a la vuelta de la esquina pero siempre dispuestos a regalarme su tiempo para hacerme compañía. Parecieran otros tiempo, ahora que la cuarentena extraordinaria y el aislamiento obligatorio me impide abrir la puerta para abrazar a los más queridos.

Pero la balanza no estaría en equilibrio sin dos de los brazos que me han sostenido estable en el camino: mi enfermera especialista en el centro de oncología que sin importar mi pelo o mi pelona, mi peso o mi aspecto, siempre tiene una sonrisa de esas que brillan desde el corazón hasta las pupilas y claro mi doctor de cabecera, mi médico desde niños, mi amigo que nació médico y quien me ha cuidado desde siempre y  quien ha seguido mi tratamiento desde incluso antes de tener un diagnóstico preciso.

Para salvar la vida en un episodio de cáncer se requiere mucho más que drogas y visitas al hospital, se precisa de amor y eso es lo que yo más he recibido día a día, semana a semana, mes a mes desde el otoño pasado hasta la primavera que ahora se extiende a mis pies. Se precisa mucho amor y yo lo he recibido de lejos y de cerca, de a mucho y de a gotas, de golpe y en silencio. Ese amor incondicional de los amigos y de la familia, de la familia de amigos que me han acompañado en su mayoría desde la niñez, tantos otros en diversos trayectos de vida desde México hasta el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos, de ustedes… Tú – has sido mi mayor y más preciado tesoro de salvación.

Y por eso elevo mi voz y doy «gracias«.

El viaje no ha terminado aún, apenas hemos pasado el umbral del dolor para sentarnos cómodamente en la butaca de la recuperación: radioterapia, terapia hormonal y de anticuerpos están en la línea de inicio pero sin importar el tiempo que falta a partir de ahora las expectativas se basan en la espera y la mejoría.

Podcast en voz de la autora

El seno mutilado.

Ha pasado un mes desde la operación, el 26 de marzo del 2020 en plena crisis mundial por la pandemia del coronavirus el servicio médico de la región se las arregló para que mi operación entrara como prioridad máxima y no fuera desplazada a causa de la crisis. El mundo está cerrado, millones de personas están en casa, cientos de países han puesto el freno de mano, no hay salida, no hay escapatoria, el único camino es la cuarentena, el confinamiento, el encierro, la clausura total de la vida social como la conocíamos hasta el invierno pasado, es la primavera del virus, la primavera del mundo en cuarentena, de la economía en picada, del desempleo, de los contagios, de las muertes a nivel masivo a la fecha doscientas mil personas han muerto a consecuencia del codvid19 mientras tan solo en 2012 según la Organización Mundial de la Salud 8.2 millones de personas murieron a causa de algún tipo de cáncer y yo soy paciente de cáncer en el marco de la pandemia del siglo.

Mi cirujano se armó de coraje y metió mi caso como operación de urgencia, como si yo llegara al hospital en ambulancia y eso fue la maniobra maestra que permitió mi cirugía en un mundo totalmente movido por los hilos de la pandemia. Hoy día el 70% de las operaciones relacionadas con cáncer han sido pospuestas al menos con tres meses ya que los servicios de salud de Suecia -como en el resto del mundo- están trabajando a marchas forzadas, aún no se han sobrepasados pero sí enfrentan un ausentismo difícil de controlar debido al personal médico de baja por enfermedad y no es que todos estén infectados, pero el menor síntoma de resfriado, tos o fiebre los obliga a quedarse en casa, eso en un sistema de salud que ya enfrentaba escasez de talentos desde hace algunos años.

Hoy día el mundo sigue dando palos de ciego, estamos inmersos en un experimento masivo de resultados conseguidos a prueba y error, hoy se afirma una cosa y mañana será descalifica, las cifras no son fidedignas, cada país tiene estadísticas en base a modelos matemáticos y a procedimientos individuales, los misterios del virus son más grandes que su claridad. Un día hay quien asevera que los pacientes de cáncer que hayan concluido el tratamiento citostático al menos hacía un mes no siguen perteneciendo al grupo de alto riesgo, dos días después esa afirmación pierde fuerza cuando las autoridades de salud colocan a los enfermos de cáncer con o sin tratamiento en la segunda categoría del grupo de alto riesgo, tan sólo precedido por las personas mayores de 70 años.

Para bien o para mal sigo siendo grupo de riesgo, sigo siendo una definición y un porcentaje que está en la boca de los expertos, epidemiólogos y periodistas. Yo no tengo más alternativa que seguir religiosamente con mi cuarentena particular, guardando casa de sol a sol, desde que amanece hasta que el último rayo de luz cierra la noche. Salgo a caminar a diario con mi fiel Morris y sus cuatro patitas, camino todo lo que puedo cada día, empecé con apenas diez minutos y ahora podemos andar por horas, un día el parque de la ciudad, el otro los jardines botánicos, caminatas a la orilla del río y caminatas en el bosque y el lago. Las caminatas me mantienen «con lo pies en la tierra» me dicen a cada paso que la vida continúa, que el planeta no se ha frenado por mi propia enfermedad o por la enfermedad y riesgo de contagio de millones en el mundo, por las camas de hospitales llenas y por los respiradores que conectan a miles de personas al  elemento más accesible de la creación: el aire. Mi encuentro con algún conocido es siempre con dos metros de distancia de por medio y las relaciones familiares que eran siempre una fiesta de besos y abrazos ahora se miden por «un brazo» de separación, si las hijas no están conscientes de día y de noche yo sí que lo estoy y me mantengo alerta para no tocar – no abrazar – no besar – no dar la mano – no hacer contacto físico y no estar tan cerca que un virus forastero se atreva a entrar en mi área personal. Es la venganza de la cultura Sueca al mundo «distancia personal» no te me acerques, no me toques y no me hables en la cara, no me pongas la mano en el hombro, no me roces el brazo y no te me aproximes al extremo de sentir tu aliento en mi piel. Es la venganza vikinga a la cultura universal, de eso estoy segura y se llama «espacio personal».

Hoy por hoy yo respeto y resguardo mi bienestar de la manera más celosa posible y la cautela no está nunca de más. Me quedo en casa, no salgo más que en los contados casos que tengo citas en el hospital, no sin antes recibir la llamada obligatoria donde me hacen las cuatro preguntas básicas de control: 1.-¿tienes fiebre? – 2.- ¿has tosido durante el día? – 3.- ¿has estornudado durante el día? y 4.- ¿tienes dolor de garganta?. No – no – no y no son las respuestas correctas para poder ir al día siguiente al hospital para recibir las dosis restantes del tratamiento de anticuerpos. Una inyección cada tres semanas de un total de 17, vamos por siete y si los cálculos no me fallan por ahí de noviembre, cuando se cumpla el primer año del inicio de este viaje surrealista a los infiernos de la medicina moderna cuando el tratamiento de anticuerpos llegue a su fin. El tratamiento hormonal a base de pastillas de Tamoxifeno con aspecto inocente apenas empieza con una dosis de una tableta al día durante los próximos… diez años, lo cual me motivó a revisar mi plan de pensiones y los fondos bancarios comprados hasta la fecha, un poco de optimismo a largo plazo es siempre bienvenido como un rayo de sol en los palcos de sombra de la plaza.

Han pasado precisamente 30 días desde la mutilación oficial de mi seno izquierdo, un poco menos de grasa, tejido y un pezón menos en el cuerpo de una mujer que no ha definido la vida en base del tamaño de sus senos. ¿Cuál sería mi reacción al despertar de la anestesia y encontrarme sin un pecho?, ¿cuál sería mi reacción al meterme a la ducha y no tener que enjabonar un seno? – ¿cuál sería mi reacción al ponerme la ropa y andar con un pecho plano?. No lo sabía, simplemente difícil de predecir así como una depresión postparto no se puede anticipar durante el embarazo o una depresión post-divorcio no se puede ver a la distancia, el saber cuál sería mi sentir cuando la vida fuera tomando su curso era difícil de pronosticar.

Han pasado 30 días y mi cuerpo ha dejado la zona del dolor, se ha mudado por completo fuera de ese territorio oscuro de pena corporal que nos recuerda a cada minuto que estamos hechos de carne y huesos y que se puede agonizar hasta la muerte. Yo no morí en ese viaje de tormento profundo y oscuro sino que me fui moviendo como en una película de time-lapse para reiniciar la vida desde la base del dolor hacia el horizonte de la rutina.

«Mis días se llenan de palabras, las palabras han sido mi salvavidas, mi motivo, mi esperanza»

Las noches siguen siendo duras, pero cada noche es menos dura que la anterior, dicho eso hoy será la noche 31 lo que podría mostrarse en una clara curva de descenso del dolor en un espectro más azul que rojo, alejándose paulatinamente del dolor para encontrar la normalidad. Mis días empiezan con largas caminatas con mi «morris» y un desayuno austero siempre con un huevo tibio que me como directo del cascarón, mis días se llenan de palabras, las palabras han sido mi salvavidas, mi motivo, mi esperanza, palabras impresas, habladas o radiales, las escucho en los programas de la P1 sueca, las leo en los diarios electrónicos, las disfruto en los libros, las escribo y las escucho en mi cabeza, las hablo con mis amigas y las persigo durante el día para que caigan todas en su lugar. Palabras como las que rodean a Millas en «El orden alfabético» y así paso el día entre palabras, me envuelvo en ellas, me visto de ellas y me las unto, me las echo encima y me las espanto del hombro con el dorso de la mano. Ente frases y párrafos, entre líneas y pausas encuentro mi día y le doy sentido, pensando más que nunca y fluyendo como la balsa de troncos ligeros que he aprendido a ser durante estos meses flotando en tempestad.

«Mi seno no es una perdida, mi seno mutilado es un recuerdo y en su memoria he recibido un trofeo, una magnífica cicatriz que cruza mi pecho, una cicatriz hermosamente cosida a mano como un bordado de alta escuela con la delicadeza de los puntos perfectos que tan solo una monja de clausura, una modista haute couture de Chanel,  una abuela de pueblo o una cirujano experta pudiera proporcionar»

Cuando le informé a Tomm del diagnóstico oscuro y tenebroso de cáncer con metástasis nos tomamos de la mano, fue justo antes de la explosión del coronavirus y antes de que nosotros tuviéramos la menor sospecha de que el mundo estaba a punto de cambiar, en ese momento decidimos tomarnos de la mano y dejarnos fluir con lo que tuviera que venir, para fluir se requiere soltar las amarras, para fluir se requiere alejarse del puerto, para fluir se precisa adentrarse en aguas profundas y anular la resistencia. Fluir y resistir son antónimos y nosotros lo sabíamos desde el principio así que echamos por la borda todos los contrapesos y nos dedicamos a flotar sin resistencia para fluir de la manera más natural posible y gracias a eso no hemos tenido pérdidas en el camino. Mi seno no es una pérdida, mi seno mutilado es un recuerdo y en su memoria he recibido un trofeo, una magnífica cicatriz que cruza mi pecho, una cicatriz hermosamente cosida a mano como un bordado de alta escuela con la delicadeza de los puntos perfectos que tan solo una monja de clausura, una modista haute couture de Chanel,  una abuela de pueblo o una cirujano experta pudiera proporcionar. La cicatriz no me pesa, es ligera, vuela, es tenue, no me asusta; es liviana como el olvido, como el sombrero hongo de Sabina en la insoportable levedad –claro está- del ser.

Treinta días desde la cirugía, mi tejido, mis ganglios, mi pecho pasaron a ser material del laboratorio patológico para ser mirados al microscopio, treinta días y no siento luto en el pecho – ni vacío. No siento ausencia – ni duelo. No hay un espacio que llenar – ni pena que cobijar. Un seno mutilado no es una batalla perdida, es una esperanza – un espacio que se ha llenado con tiempo-comprado para colmarlo de vida.

 

 

Podcast en voz de la autora

Manual de limpieza.

Mi abuela siempre dijo que la diferencia entre «la criada» y «la señora de la casa» es que cuando «la señora de la casa» lava los platos no hace el menor ruido, en cambio «la criada» hace que los platos choquen entre sí, las cacerolas resuenen y los cubiertos generen un ruido metálico molesto. Mi abuela usaba esas palabra, «criada» y «señora de la casa» entre muchas otras palabras agudas y ácidas que pertenecieron a una época de clasismo social con mareas de racismo que espero a estas alturas la sociedad mexicana haya superado. Hace muchos años que no radico en México pero lo que escucho de mis amigos y conocidos es más en el tono modesto de «la muchacha» o la señora del servicio, incluso la asistenta con más entonación española.

Ahora en encierro de pandemia, en cuarentena -cuatro veces cuatro- porque los cuarenta días hace mucho que quedaron atrás, hombres y mujeres alrededor del mundo despiertan mirándose al espejo con el asombro del peso de la limpieza de la casa encima de los hombros. En el tema no me considero experta sino sobreviviente, he tenido que ir aprendiendo a la mala en diferentes etapas de la vida, desde la época en que «nos quedamos sin nada» y las muchachas de la limpieza también salieron de la casa junto con el ataúd de mi padre, los coches y los muebles de El Palacio de Hierro para pasar a una vida mucho más modesta y apretada. Fue entonces cuando los hermanos nos espabilamos en las labores del hogar para mantener la vida sobre ruedas. Aprendimos como pudimos mientras mi madre tomaba dos turnos de maestra trabajando de sol a sol para llegar a la casa exhausta, viuda, desolada y de mal humor, por lo general era el mal humor el que llenaba los rincones y nosotros hacíamos nuestro mayor esfuerzo en mantener la casa limpia y la vida en orden mientras intentábamos seguir con los estudios, mantener las becas y tratar de ser un poco felices en esos años de nubarrones emocionales y económicos con tormentas continuas que no dejaron de caer por encima de nosotros durante muchos años por venir. Pero aprendimos, a la buena y a la mala aprendimos a lavar en lavadora y a mano porque cuando la lavadora dio-de-no pues el lavadero pasó a ser nuestra piedra de compañía las largas horas de los sábados para tallar con jabón zote y Don-Máximo con forma de tabla de lavar para tener mejor contacto con la ropa, yo prefería el Don-Máximo porque rendía más, no cabe duda. Lavábamos a mano con nuestros 14 o 15 años, tendíamos en la azotea, terminábamos cansados pero no necesitábamos ir a ningún gimnasio ni salir a correr, lo brazos estaban fuertes y torneados y la cintura angosta, un día de tallar ropa a mano hace más que un entrenamiento doble de «aerobics» de mallas de «lycra» de colores llamativos y banda en el pelo como máxima expresión de moda de los años ochenta.

Los años pasaron y la limpieza de la casa era parte natural de la vida, sin muchacha, sin cha-cha, sin asistenta, aspirar, barrer con escoba de mijo, trapear con el “mechudo”, lavar los platos y cambiar las sábanas. Los baños, la ropa, planchar y sacudir. Todo se hacía en casa sin rechistar, y con disciplina pasaron los años y la vida fue tomando su curso. Las condiciones mejoraron cuando mis hermanos empezaron a trabajar, bastante jóvenes y a la par de los estudios de bachillerato, pero fue necesario y eso permitió regresar a las escuelas privadas para la universidad, con un gran apoyo de becas y una buena parte de pagarés de financiamiento firmados a largo plazo.

En los años del desierto, en Monclova, Monclovita la Bella a mediados de los años 90 la vida me premió con un apartamento pequeñito, huacales de mercado que cubrían las paredes como librero y un «futón» rojo que hacía las veces de sofá en la salita de ese piso que estaba siempre impecable gracias a las manos y la paciencia de María-Marcos a quien de cariño le llamaba yo Marcos y ella me decía «Lucy» a pesar de los rechistes de mi madre, quien recibía un beso en la mano por Marcos cada vez que llegaba a visitarme desde la capital del país hasta desierto.

Marcos lavaba, planchaba, limpiaba y me preparaba comida que dejaba en cajas de plástico en el refrigerador mientras yo trabajaba y trabajaba, largas horas en la planta de acero en el área de comunicación y largas y amorosas horas en la radio frente a los micrófonos durante el día y mejor aún en las horas de insomnio a la media noche.

Casarme fue cosa fácil con Marcos cuidándome las espaldas, en cuanto «el señor Tomm» llegó Marcos era aún más feliz cuidando de él y lo mejor de todo cocinado para él, éste vikingo de ojos azules y enamorado de la comida mexicana, entre más picante-mejor que Marcos disfrutaba preparándole. Marcos hacía cortadillo norteño, ponía los frijoles, echaba tortillas de harina con manteca y servía con agua fresca y de postre fruta picada. Ella nos servía la comida a la mesa del comedor, mientras comíamos ella esperaba en la cocina y ahí le gustaba estar a pesar de nuestra insistencia de que todos podíamos comer juntos en la cocina, pero ella tenía más voz de mando que la mía y las cosas se hacían a su modo, ella nos servía y lo disfrutaba haciéndolo en el comedor mientras la puerta de la cocina se abría y cerraba abatiendo cuando ella entraba y salía con los platos servidos con más tortillitas calientes y con el café negro. Ella en la cocina comía a sus anchas y en muchas ocasiones invitaba a su marido Don Natalio quien hacía las veces de jardinero y cuando trabajaba en nuestro jardín desde el amanecer para evitar el calor del mediodía Marcos le esperaba en la cocina con los platos puestos. Una vida de lujos muy lejana, una vida de clases sociales muy lejana a mis días de igualdad social en escandinavia.

Cuando Runa, nuestra primogénita nació, yo viví una lujosa cuarentena de post-parto a nivel de realeza europea, sin mover un dedo, con mi madre de dama de compañía en mi diminuta corte particular quien se sentaba a desayunar, comer y cenar a mi lado sin necesidad de preocuparse por la casa o la preparación de la comida, Marcos en cambio tenía la casa sobre ruedas, la comida caliente en el plato y a la recién nacida entre algodones con ropitas lavadas y planchadas a mano, con sábanas almidonadas y con la casa ventilada y fresca en los aires calientes del desierto. Cinco meses después estaba yo con mi bebé en brazos y mi güero a la orilla del lago Mälaren en el corazón de Suecia en un piso de no más de 60 metros cuadrados empezando una vida lejos del clasismo que mi abuela fomentó durante años y que Marcos, María-Marcos llevaba al pie de la letra besando la mano de mi madre y sirviendo la comida en la mesa del comedor mientras ella esperaba en la cocina.

En el otoño del 2002 estaba yo en un piso de no más de 60 metros cuadrados llorando ante las icónicas bolsas azules de plástico de IKEA llenas de ropa de la lavandería que nada más centrifugada y seca en las máquinas quedaban hechas una nudocidad de arrugas y dobleces. A las dos de la mañana me paraba yo en la cocina y miraba las pilas de platos sucios, el suelo pegajoso y la estufa con cochambre después de un día entero de jornada mamá-de-bebé de tiempo completo a lo que se sumó una barriga más de embarazo con bajísimos niveles de hierro en la sangre y después el parto complejo-complicado y peligroso de Mia. Una recién nacida y una niña de dos años y medio llenaban la vida, los meses, los días, las horas, los minutos y los segundos, las noches y las madrugadas, el tiempo era poco en una vida donde aprendimos que las rutinas eran los bastiones de la educación y que había que tener rutinas para que la vida corriera sobre rieles y evitar descarrilamientos posteriores. Desayuno- colación – almuerzo – merienda y cena eran el compás, siguiendo esas pautas todo lo demás caería en su sitio, la paciencia era la religión y una vida lúdica nuestra pasión, así aprendimos a ser familia y a vivir una vida sin asistentas ni muchachas en la casa, aprendimos a llevar las rutinas al extremo y a vivir en una casa limpia sin tener que llorar frente a un excusado poco-amigable o frente a una pila de platos sucios.

«Hubiera escrito mucho más y mejor si hubiera dedicado menos tiempo a fregar platos y más tiempo a la máquina de escribir»

 

Mi padre era un hombre brillante y divertido y una de sus mejores enseñanzas fue el «más vale maña que fuerza» y lo mismo aplica en cuanto a la limpieza de la casa se refiere donde la perfección no debe de ser la prioridad. En un suplemento dominical de cultura del Dagens Nyheter leí una entrevista a una autora norteamericana cuyo nombre no recuerdo porque mi memoria es corta y dura pero que la idea principal de su razonamiento me quedó tatuada, cuando el periodista la adula por la enorme producción de obra literaria ella responde que «hubiera escrito mucho más y mejor si hubiera dedicado menos tiempo a fregar platos y más tiempo a la máquina de escribir». Lucía Berlín limpiaba casas, era una mujer de la limpieza y entre trapo y trapo, entre hijo en hijo, entre cuento y cuento produjo una obra literaria magnífica para al fin ser publicada y reconocida post mortem. Por otro lado Agatha, sí nuestra querida Agatha Christie mencionó varias veces en sus entrevistas que «no hay mejor momento para pensar en el crimen perfecto que frente a la pila fregando platos».

Yo he hecho un balance de mi tiempo invertido con las manos en el agua lavando los platos. Cuando vivíamos en ese pequeño apartamento de recién-llegados-a-Suecia y empezaba a estudiar el idioma hice mis tablas de tiempos de los verbos en papel y las pegué en la pared del fregadero, ahí estaba yo enjabonando y enjuagando mientras repetía religiosamente las conjugaciones de los verbos regulares e irregulares de este idioma por demás antiguo y geográficamente limitado. Después hice mis listas de palabras «ett» y «en» a falta de pronombres y sustantivos a-lo-latino, pero decidí dedicar más tiempo a estudiar el idioma y a educar a mis hijas que a mantener la casa como espejo.

Durante los años en la casa de la finca en el campo me tomé la libertad de contratar una empresa de limpieza, porque en éste país de igualdad y de derechos y obligaciones ciudadanas cada hora de trabajo de servicio se paga y bien pagada, sé de casos de mexicanas y mujeres latinas en la capital que consiguen ayuda de limpieza por debajo de la mesa entre conocidas que entran al país sin trabajo o como turistas, pero yo me rehúso a las prácticas  por-debajo-de-la-mesa y alabo los pagos igualitarios y las facturas mensuales para que el personal de limpieza goce de los mismos beneficios que yo y que cualquiera en un país con vacaciones, seguro social y sistema de pensión para todos y cada uno de sus residentes. Así que pagaba por ocho horas de limpieza al mes, si OCHO horas al mes, en dos tandas, cada quince días un equipo de dos chicas en su camioneta de la empresa y uniforme llegaban a la casa y en el lapso de cuatro horas limpiaban los entonces 250 metros cuadrados que tenía la casa, una el piso de arriba la otra el piso de abajo: pisos, cocina, refrigerador, lámparas, baños, todo absolutamente todo quedaba radiante, limpio, oloroso, perfumado y listo para ser usado durante quince días. La consigna era que nosotros mismos teníamos que dejar todo perfectamente recogido para que ellas pudieran hacer su labor, ni un trapo o calcetín fuera de lugar. La factura por las ocho horas llegaba puntualmente y el descuento de impuestos por servicios de limpieza y mantenimiento del hogar pagaba la mitad de la suma.

Dejamos el campo y sus 29 manzanos por un piso central en la ciudad donde nos hemos hecho cargo de la limpieza personalmente los cuatro miembros de la familia con la vida amable como prioridad, con dos adolescentes cada quien sabe lo que debe de hacer y cada cosa tiene un lugar específico, el orden y la limpieza no se cuestionan, son cosas de todos los días, son partituras de una pianola alegre que toca su propia música, la lavaplatos se llena y se vacía, la cocina se mantiene limpia, los baños se limpian con frecuencia y con discreción temprano por la mañana, la aspiradora sale regularmente y las superficies se desempolvan cuando el ojo lo exige. La vida es amable y la limpieza no hace que nadie levante la voz. En mis meses de confinamiento-especial con dosis de quimioterapia hasta las neuronas más inocentes y las células menos enfermas la familia se hizo cargo por completo de la casa y su funcionamiento. Runa tomó la batuta de la lavandería, cuatro horas las tardes de sábado, la ropa queda limpia, doblada y en sus cajones sin necesidad de que nadie lo mencione, el orden rige, las áreas comunes se respetan y nadie hace aspavientos cuando una rata-de-polvo pasa corriendo para esconderse debajo de la cama.

La vida es sumamente amable con la casa limpia pero es más amable aún cuando la limpieza no es la prioridad absoluta. En la estación de radio P1 que es mi compañía casi de tiempo completo, escuchando el programa del club de libros de Lindström hablaron de dos libros sobre la limpieza del hogar y una de las escritoras saltó de la mesa cuando se le preguntó su opinión sobre Marie Kondo y si no me equivoco dijo algo así: «Kondo no sabe de limpieza, sabe trucos para ordenar pero nunca la hemos visto con un trapo en la mano». Cierto pero orden y limpieza son compinches y les gusta andar mano a mano, me gusta Marie Kondo pero no la pongo en un altar, me parece una chica lista que le ha sacado partido a las enseñanzas de su abuela, pero nunca, nunca haría yo una limpieza de libros y de recuerdos como ella lo sugiere. Yo conservo todos los libros leídos y por leer y tengo cajones de recuerdos por aquí y por allá que guardan polvo y años y que son míos y que la muerte se encargará de que pasen al olvido.

Mientras escribo veo el polvo en el mueble del televisor, mientras escribo la ventana está abierta dejando entrar el viento de primavera y el polen que llenará la casa de más polvo aún pero de acuerdo a un artículo leído esta mañana en la página del Foro Económico Mundial ese viento que dejamos correr por la casa se llevará los coronavirus y dejará el aire limpio para que nos contagiemos en menor escala. No lo sé y no lo veo, lo único que veo es el polvo, sé también que hay ratas-de-polvo debajo de mi cama y sé que hay que lavar las toallas de manos, pero no hay pánico por la limpieza, no hay terror de orden ni un modelo a seguir, ahora prefiero ser efectiva de manera ágil y graciosa dando prioridad a los largos paseos matutinos, a las horas de lectura y a las palabras que pueda escribir hasta que la cuarentena, la mundial y la mía muy particular me lo permitan.

Ahora sé que la vida es más amable con la lavaplatos haciendo su trabajo en silencio y un poco de polvo cubriendo los muebles, pero aún así pienso en mi abuela que lavaba los platos en absoluto sigilo como la señora de la casa que era y yo disfrutando más de los paseos, la familia, el teclado y las palabras que de la limpieza perfecta del hogar.

Podcast en voz de la autora

El palacio de cristal.

En el sofá de la salita familiar están sentados muy calladitos y apretujados Almudena, Amos, Lucía y Roberto, los veo desde aquí, los miro de reojo, paso y los acaricio un poco, los desempolvo, los observo, no les digo mucho nada más sabemos mutuamente que estamos en espera, Amos con «Una historia de amor y oscuridad» aguarda con su edición de bolsillo, con ese papel delgado que hay que frotar entre los dedos para pasar de página, a Amos lo leo en Sueco y me inunda de un lenguaje que altera mi entorno y acelera mis neuronas, me gusta entrar en su mundo, me transforma, me apasiona, pero lo tengo ahí sentado.

Almudena está como siempre desde hace más de 25 años silenciosa y paciente porque se sabe favorita y tiene la seguridad de que siempre regreso a ella aunque esté sentada rodilla con rodilla con Lucía Berlín y su «Manual de las mujeres de limpieza», que ahora siento una prisa enorme por leerla antes de que Almodóvar se me adelante y presente cinco de los cuentos como película, aunque de cierto no sé cuales son los cinco cuentos de Lucía que Pedro ha elegido para filmar. Y Roberto mira de un lado a otro, es recomendación de mi amigo políglota, si de ese suizo/alemán-italiano políglota en toda la extensión de la palabra con sus siete idiomas en la punta de la lengua que cuando trabajamos juntos tras bambalinas, entre ensayo y ensayo y entre revisión de textos y corrección de estilo hablamos siempre de literatura y qué más que del lenguaje y los idiomas por supuesto.

Los veo desde aquí, desde mi sillón negro junto a la ventana de la sala, la ventana de las orquídeas y de la pequeñísima urna de hierro forjado que compré en mi boutique favorita de segunda mano. Desde aquí los miró un poco a la distancia y les pido con la mirada que sean pacientes, que esperen por mí, porque no todos los días tienen el ánimo o la fuerza para sostener un libro y ahogarse en sus palabras. Mi cuarentena particular ha sido mucho más impredecible de lo que pudiera imaginar, no es esa cuarentena-de-sanos en la que se asfixian aquí y ahora cientos de millones de personas en el mundo, que de pronto por el virus del corona han tenido que «sufrir» de un encierro forzado y asintomático en las cuatro paredes de su casa, u ocho, o dieciséis, o 64 paredes que tendrán algunos. Mi cuarentena inició a finales de octubre del 2019 y se ha extendido hasta hoy día y muchos-muchos más días se sumarán a esta estancia en casa, sentada en mi sofá donde me he atrincherado observando mis orquídeas que me sorprenden con flores nuevas a pesar de la temporada y con mi perro echado a mis pies con su cuello postrado sobre mis piernas.

«Dolor» nada más, dolor físico, dolor morado, dolor localizado, dolor-del-bueno, de paliza, de fuerza física, de agresión directa al cuerpo, de viernes de semana santa.

No ha sido un tiempo de rutinas y de esparcimiento, no ha sido un tiempo de lecturas placenteras y de ocio, no ha habido cabida para arreglar un guardarropa o limpiar los cajones del fondo del armario. En una cuarentena-de-cinco-meses los espacios y el tiempo se han llenado de tratamiento citostático y sus respectivos efectos secundarios y hoy los días se han llenado del proceso de recuperación tras la mastectomía radical y la extirpación de los ganglios axilares, el aire, el tiempo, todos los ámbitos se han llenado de dolor, el más puro y crudo que se pueda describir.

Pero «dolor» nada más, dolor localizado en el cuerpo, dolor con sus respectivos moretones de tonos azules, lilas, verdes y gris-oscuro en el brazo, dolor con falta de movilidad, dolor con insensibilidad, dolor que se sazona con un ardor de piel en la zona de la herida, dolor al mover, al subir, al bajar, al tocar y al coger, dolor de ese que te abre los ojos de madrugada y te provoca gemidos profundos desde la garganta y desde lo más hondo del estómago, dolor que te mantiene con los ojos pelones al alba y dolor que espanta a los fármacos. Pero «dolor» nada más, perfectamente localizado en el lado izquierdo de mi pecho, en mi brazo que no para de sentir y no deja de gemir a diez días de la intervención.

Pero «dolor» nada más, dolor físico, dolor morado, dolor localizado, dolor-del-bueno, de paliza, de fuerza física, de agresión directa al cuerpo, de viernes de semana santa, de tortura, de ofrenda, de víctima, de violencia, de sangre coagulada y de músculos mutilados, pero dolor nada mas. Nada más que dolor, de esos que pasarán, de los que se rehabilitan, de los que se recuperan, de los que se quedarán callados, de los que pasarán al olvido, de los que nadie más mencionará, de los que nadie más verá. Dolor que quedará mudo detrás de su cicatriz, detrás de su prótesis, detrás de un corpiño, detrás de un suéter de cuello alto. Dolor al fin y al cabo de los que se olvidan y no se vuelven a mencionar. Nada más dolor y no efectos secundarios, esos… «esos» son las ligas mayores que ponen a prueba la capacidad humana para superar cualquier enfermedad.

«Estoy amordazada en un palacio de cristal. Todo se intensifica de manera exponencial. Pero ellos no lo saben»

– escribí un día desde mi trinchera.

Durante cuatro meses en ciclos de tres semanas recibí el llamado tratamiento citostático y durante días-semanas y meses los efectos secundarios me entregaban en mano el pase directo a los infiernos con garantía absoluta de pérdida de la razón. En la última cita con uno de los médicos oncólogos previa a la cirugía, la doctora con rango de «profesora» de especialidad me miró a los ojos y me dijo que estaba realmente satisfecha de que yo haya logrado terminar el tratamiento citostático ya que la fórmula química a la que me sometieron es la más arriesgada y agresiva que hay, lo cual no garantiza que los pacientes logren llegar al final del tratamiento muchos de ellos desisten y lo interrumpen , yo lo logré y llegué al final con 16 kilos menos, sin pelo, sin cejas, ni pestañas como era esperado, lo logré sin sentido del gusto, sin fuerza muscular y con pérdida de memoria. La quimioterapia lleva la salud física y mental del paciente al extremo máximo, al borde del precipicio y al abismo más profundo. Mi experiencia fue un vago andar por entre los infiernos y el purgatorio con mi mente claramente desconectada de mi consciente y de la realidad.

«Estoy amordazada en un palacio de cristal. Todo se intensifica de manera exponencial. Pero ellos no lo saben» escribí un día desde mi trinchera, aunque no lo recuerdo claramente, cuando los sentidos se agudizaban al punto de que la respiración del ser más amado era un estruendo apabullante, los sonidos más triviales, los sonidos más caseros, los sonidos más comunes eran ruidos agresivos y estrepitosos, el sacar las llaves del cajón en el pasillo de servicio, ese buscar de los dedos por el manojo de llaves, ese tomar el manojo de llaves en el puño, el quitarse los zapatos y dejarlos caer al piso, el abrir la pequeña puerta del guardarropa del pasillo donde se colocan los zapatos de calle, el abrir y cerrar la puerta de entrada al piso, los sonidos más caseros, comunes y rutinarios eran ruidos despiadados en mis oídos post-drogas y sensibles. Los olores que en condiciones normales me llevan al hogar, a los alimentos preparados con amor y a los espacios de calma eran un hedor de ajos, aceites y comida por demás repugnante. Los sabores que a lo largo de los años habían simbolizado la unión familiar y el gusto por los alimentos se convirtieron en gusto de metal sucio en la boca, cobre verdoso entre los dientes y el paladar. Gusto, olfato y oído en estado de descomposición absoluta. Gusto, olfato y oído que me llevaban a una imagen de mi misma en El Retiro tumbada en el piso frío del Palacio de Cristal, desnuda, cubierta apenas por una bata con mis pies blancos y mis manos adoloridas entre los ecos apabullantes del silencio habitando un cuerpo de escoria, oxidado y allagado por los efectos secundarios de las drogas. Ahí me veía yo a mí misma, tumbada en el piso del Palacio de Cristal en un día de invierno en mi soledad, tumbada en el piso frío hablando sin ser escuchada, gritando desde lo más profundo de mí misma sin poder pronunciar palabra, ahí estaba yo tumbada en el piso frío del Palacio de Cristal muda en silencio e invisible ante el paso de los paseantes que miraban a su alrededor, que seguían su curso, su marcha pero no reparaban en mi cuerpo, frío y blanco mármol cubierto por una bata mientras yacía tirado en el piso frío del Palacio de Cristal, sin gusto, sin olfato, ahogado de ruidos estridentes como el caer de una hoja seca en el pasto bañado de rocío al despertar.

Así transcurrieron los días de los efectos secundarios, con la mente desconectada del cuerpo, con el almacén de vocabulario secuestrado por los medicamentos que fluían por mi cerebro y se burlaban de mi búsqueda imprecisa por la palabra correcta para pedir un plato de comida, para describir mis acciones o para definir mis sentimientos, las palabras salieron de mi cuerpo, abandonaron mi lengua y se mudaron de mi mente, las palabras más comunes, las palabras en mi español nativo, en mi sueco adoptivo en mi inglés siempre tan masticado, todas empezaron a salirse de foco y a perder significado. Encontrar palabras, pescar verbos, sustantivos y adjetivos se volvió una actividad que ocupaba gran parte de mi tiempo en los-días-malos, poder pedir por algo o explicarlo simplemente tomaba demasiado tiempo.

Fueron mis días atrincherada a la puerta de los infiernos, mis días de-efectos-secundarios, mis días de cuerpo inerte, frío y desnudo tirado en el piso frío del Palacio de Cristal.

Ahora han quedado atrás, ahora el tratamiento citostático, las horas-minutos-días y semanas de secuelas de quimioterapia han quedado en la lejanía. El reto posterior fue fortalecer el cuerpo, alimentarme correctamente y principalmente mantenerme sana hasta el día de la cirugía. «Mantenerse-sana» fue un reto de gran magnitud considerando que el tsunami del virus corona acababa de hacer su entrada triunfal en Europa y se apoderaba sigilosamente de calles, ciudades y países cobrando salud y cobrando vidas tal como en su tiempo lo hiciera la Peste negra. Mantenerse sana cuatro semanas era la consigna, cuatro semanas en una cuarentena sellada, impermeable y a prueba de balas. Pero la salubridad pública tuvo que reprogramar sus planes originales y rehacer sus rutinas ante la pandemia lo que obligó a los médicos a priorizar y a levantar el teléfono no para posponer mi cirugía sino para adelantarla lo más posible a fin de agilizar la siguiente etapa de mi tratamiento.

El 26 de marzo sonó el teléfono al filo de las ocho de la mañana, Josefine, mi enfermera de contacto para la cirugía me saludó con una pregunta «has desayunado hoy» -pues tienes 15 minutos más para ingerir alimento, necesitamos seis horas de ayuno, entrarás a cirugía esta misma tarde a las 15.00 horas.

Huevo tibio y un café fue mi desayuno de esa mañana, pasé las siguientes horas preparándome para la cirugía de la mejor manera que sé, como siempre lo he hecho de acuerdo a mis rituales establecidos y que he perfeccionado por ejemplo antes de salir de viaje, me puse a recoger la casa, a limpiar, a aspirar, a trapear, a cepillar los excusados y a dejar los lavabos pulcros y radiantes. Mi hermana en la video-llamada preoperatoria me hablaba de rituales mucho más espirituales y de oraciones, para mí no había nada de mayor prioridad que los baños olieran a cloro y que mis manos estuvieran igual de ocupadas que mi mente y mis ojos fijos en los pisos, la cubeta y el ruido de la aspiradora que llenaba mi cabeza.

Pasadas las 16.00 hr. estaba yo acostada y desnuda en una cama de hospital en la antepuerta del área de cirugía, con mi batita blanca y unas calcetas que llegaban a media pierna desnuda, en soledad, en silencio e inmóvil puede entonces conversar con Dios, con ese Dios-mío, mi Dios-particular que habita en mi interior para decirle lo mismo que siempre porque en nuestras conversaciones nunca ha reinado la creatividad, yo simplemente le doy las gracias, nunca-pido, nunca-ofrezco, es en cambio un balance perfecto, yo tan solo doy gracias pero en esta ocasión al igual que en el funeral de mi madre le hice una ofrenda sencilla al ritmo, letra y con el acento rosarino característico de Fito, Fito Páez: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Dos minutos después me pasaron al quirófano, me acostaron en esa plancha dura de acero frío que hiela los huesos, me pusieron una cobija eléctrica, el personal de uniforme azul, gorritos verdes, tapabocas, ojos azules brillantes y manos enguantadas se fue presentando uno a uno, un ejército de duendes azules pasaron revista y yo me dormí profundamente.

«Tzatziki» fue mi primera palabra al despertar, Tzatziki le dije a la enfermera del postoperatorio, lo debo haber repetido varias veces hasta que ella me contestó con paciencia y sus ojos azules-dulces y tolerantes con los efectos de la anestesia general -«¿disculpa qué idioma hablas?«, y fue cuando caí en cuenta que seguramente estaba diciendo alguna barbaridad. Como parte de mi ritual matutino además de la limpieza general de nuestro piso dejé una charola de horno lista para cocinarse a 220 grados durante 40 minutos, un arco-iris de verduras y tubérculos que al hornearse mezclan los sabores en un platillo muy sencillo y muy fácil de preparar: camotes, papas, zanahorias, betabel, cebollas, pimientos rojos, apio y ajos aderezados con aceite de olivo, salsa de soja y hojas de laurel. Pero faltó preparar el tzatziki a pesar de que tenía el yogur turco, los dientes de ajos pelados y el pepino a la mano. Olvidé también dejar las instrucciones y olvidé decírselo a Tomm para que lo preparara, así que mi palabra mágica en el postoperatorio fue tan profunda como una salsa mediterránea.

Hoy día, a diez días de mi mastectomía, – a punto estuve de escribir «de mi primera mastectomía» – pero no lo voy a escribir porque espero que sea la única de mi vida, pero fue un golpe natural en el teclado decir que es la primera, lo cierto es que hemos hecho todo lo que hemos podido en estos últimos cinco meses para erradicar el cáncer de mi cuerpo, en estos primero cinco meses para asegurarnos de que las células cancerígenas me hayan abandonado por completo. Cinco meses apenas, mi piel se ha renovado de esa deshidratación que produjo una resequedad de Sahara donde cualquier roce de la ropa, de las sábanas, de la toalla provocaba una irritación con su respectiva herida y de ahí a una llaga menor, mis dedos se han curado de esa cutícula frágil que provocaba sangrados constantes y dolorosos, mis dedos de los pies están en el proceso de recuperarse y de volver a tener uñas sanas que no agredan los cantos y que provoquen sangrados y pus. Mi cara se está recuperando después de esas marcas y cicatrices que me fueron dejando como infante con varicela, plagada de manchas oscuras y cicatrices cutáneas.

Todo se está recuperando ahora nada más tengo que sentarme a esperar a que el dolor, porque es nada más eso, dolor físico resultado comprensible y obvio de la operación, vaya desapareciendo, se vaya diluyendo poco a poco, día a día, que la terapia física haga lo propio y que yo vaya tomando fuerzas, «serán meses de recuperación» me dijo mi enfermera de contacto de la unidad de mamografía del hospital de zona, «meses» ahora la palabra ya no me asusta, en el otoño cuando recibí mi diagnóstico y el médico dijo «meses de quimioterapia» el mundo se paralizó y la vida cayó en un precipicio oscuro y sin fin hasta el centro de la tierra, ahora serán tan solo unos meses de recuperación para que mi brazo vuelva a la normalidad, mi pecho nunca será el mismo ahora que tengo una cicatriz al lado izquierdo, como una abertura simbólica, una ranura imaginaria de acceso directo al corazón. Ahora tan solo tengo que esperar al siguiente paso del tratamiento, vendrán las vacunas de anticuerpos, 15 días de radioterapia y después los años de terapia hormonal, nada de qué preocuparse si es que mi estómago decide cooperar, ahora que ha vuelto a la normalidad después de 16 semanas de haber estado contra-corriente y de haber dejado 16 kilos en el camino, ahora que mi cara ha cambiado, ahora que mi hija menor mi Mia mi Mia me miró y me dijo con su voz tan particular «mamá ya no tienes cáncer en tu cuerpo, se ha ido, lo puedo ver en tus ojos»

Ahora nada más tengo que esperar, no más efectos secundarios, no más estar hecha un ovillo atrincherada a las puertas del infierno, no más sensaciones exponenciales en el Palacio de Cristal, no más dolor, no más cáncer en mi cuerpo, ahora nada más tengo que esperar.

Veo desde aquí a Amos, a Almudena, a Roberto y a Lucía, quizá ahora tenga tiempo de tomarlos en mis manos para romper su silencio, para dejarme acompañar, para escucharles y perderme en sus palabras, ahora que tengo tiempo, como el resto del mundo, tiempo y vida – en mi cuarentena particular.

Podcast en voz de la autora

El modelo Sueco

No cabe duda que el estereotipo de la sociedad Sueca es conocido a nivel mundial, una sociedad de avanzada, de respeto y de un altísimo valor por el individuo y consideración por sus semejantes. Hoy en tiempos de crisis y pandemia empiezan a circular artículos periodísticos sobre el denominado «Modelo Sueco» para el manejo del coronavirus. La Vanguardia española, el Süddeutsche Zeitung y el Tagesspiegel de Berlín escriben, discuten, critican y le rinden tributo al modelo empleado por Suecia que para bien o para mal lo que se puede sintetizar es que ha ido contra corriente de la mayoría de las medidas tomadas en China y en el resto de Europa.

Mientras ciudades enteras se cierran en completo toque de queda con medidas radicales con militares patrullando las calles, duras multas económicas y hasta horas o días de cárcel, la sociedad sueca sigue en movimiento. Mientras en Alemania se ha prohibido el contacto social en las calles y más de dos personas no se pueden encontrar en la vía pública, en Finlandia los grupos de más de diez personas están completamente prohibidos, en España tan solo se puede transportar una persona por vehículo a riesgo de multa, en Suecia el servicio público de autobuses y tranvías, en Estocolmo y Gotemburgo, sigue funcionando con menor número de viajes por ruta pero más pasajeros por vagón.

El modelo Sueco homenajeado por algunos ha sido sumamente criticado en el país y únicamente el tiempo y los profundos estudios que se hagan a posteriori darán la razón o nos sumirán en la culpa y la pena.

El virus llegó a Suecia por avión, como en la mayoría de los países se presume que, los importadores fueron los capitalinos, los habitantes de Estocolmo que pasaron sus vacaciones deportivas (febrero) esquiando en los alpes Italianos y Austriacos, porque es mucho más elegante esquiar en los alpes que en las chaparras montañas Suecas, recordemos que Suecia tiene una topografía bastante plana, así que los Suecos-en-los-alpes además de esquiar fueron a beber al after-ski y entre copa y copa, entre platillo y platillo, en calzones largos y con gorritos de invierno con bombonas de estambre en la punta se fueron contagiando de coronavirus, después viajaron desde los aeropuertos de Lombardía a Suecia y a sabiendas de que empezaba una pandemia o por ignorancia de lo que una pandemia significaba, no guardaron cuarentena y ésta información la obtengo de los conocidos que me dijeron «no pasa nada yo no estoy enfermo», así entre no pasa nada y no pasa nada llegó el virus a la bella «capital de Escandinavia» como se jacta la publicidad de la ciudad en promover a la capital del reino. Después empezamos a ver en la televisión, en la radio y en los periódicos al Epidemiólogo del Estado Anders Tegnell quien es parte del equipo del Ministerio de Salud Pública (Folkhälsomyndiheten FHM) y quien es la cara pública hoy día de ésta autoridad, el FHM en base a años de estudios y preparación para el manejo de crisis de salud ha dado las recomendaciones que guían a la sociedad sueca en estos momentos:

  • Cuidar y proteger a la población mayor de 70 años reduciendo al máximo su contacto social para evitar el contagio. Se recomienda que salgan a caminar y tomar el sol y el aire fresco pero evitar el contacto social.
  • Se cancelan todos los eventos que reúnan a más de 500 personas. *
  • Cualquier individuo que presente síntomas de resfriado como estornudo, moco, tos, fiebre o dolor de cuerpo deberá quedarse en casa los días de malestar y al menos dos días más libre de molestias.
  • Las escuelas preparatorias, universidades y de educación para adultos trabajan con educación a distancia.
  • Los jardines de niños y las escuelas primarias y secundarias permanecen abiertas y los niños siguen realizando sus actividades deportivas y de esparcimiento.
  • Los restaurantes permanecen abiertos pero únicamente con servicio a la mesa o para llevar y las terrazas de verano se abrirán al público 15 días antes de lo normal.

(*) Esta recomendación ha cambiado a un máximo autorizado de 50 personas reunidas para cualquier evento ya sea de naturaleza pública o privada.

Todas estas medidas contradicen lo que la mayoría de los países Europeos han implementado con cuarentenas a cal y canto, prohibiendo las reuniones masivas, cerrando escuelas de todos los niveles, así como bares, restaurantes y lugares de esparcimiento.

El debate sobre las escuelas abiertas y los niños en los colegios ha sido por demás candente, pero la actitud de las autoridades es clara e inamovible, los estudios en los que se basan vienen de la experiencia China y estos no indican que los niños y jóvenes sean grupo de riesgo y el argumento más fuerte es que es preferible tener a los niños ocupados con sus actividades y rutinas que tenerlos en casa y que los padres de familia dejen de ir a los trabajos que son cruciales para la sociedad y la economía del país por estar cuidando «niños sanos en casa». El FHM insiste en que las medidas tomadas son de acuerdo a la fase de la epidemia en la que estamos, hemos pasado de la infección importada a la infección dentro de la sociedad y que aún no se necesita el cierre de escuelas básicas, el Ministerio de Educación está tomando las acciones necesarias para cuando se dé la indicación de cierre, pero lo más importante es tener en su sitio un plan de acción que permita a la sociedad ofrecer la infraestructura correcta para que los niños hijos de padres de funciones cruciales para la sociedad, puedan recibir los cuidados apropiados mientras sus padres trabajan. Y esto en mi muy humilde opinión me parece fundamental, que el médico, el enfermero, los policías y todos los que pertenecen a las 12 funciones sociales identificadas previamente por el gobierno tengan la posibilidad de ir a trabajar sin tener que preocuparse por el cuidado de sus hijos y yo me inclino, doy dos pasos atrás, hago una reverencia y me quito el sombrero.

EL FHM se esperaba un pico en la curva el fin de semana del 21 y 22 de Marzo, pero para la sorpresa de todos eso no se registró y los mayores de 70 años siguen sanos en sus residencias y en sus casas y los viejos vikingos están demostrando estar más fuerte que los robles y tienen a muchos con las cejas alzadas, incluso a las autoridades de salud que ahora se pueden levantar el cuello y decir que esto es el resultado de muchos años de políticas de salud pública muy bien implementadas que lograron reducir por ejemplo el hábito de fumar que en los últimos 14 años ha disminuido considerablemente, la última ley dicta que está prohibido fumar en las terrazas al aire libre de los restaurantes. Para muchos esta fue una medida escandalosa pero cuando vemos los resultados nos llenamos de gusto porque el grupo de población en riesgo resulta estar en menor riesgo gracias a estas drásticas medidas de prevención que a comparación con España o Lombardía pertenecen a sociedades de fumadores activos de ligas mayores que ahora desafortunadamente están pagando factura.

Una de las medidas que a mí en lo particular más me preocupa es la de quedarse en casa por un poco de moco que escurre o por un par de estornudos por la mañana, que la mayoría de la gente suele tener y más ahora que empieza la temporada de polen y con ello las alergias, pero respeto la medida, no me quejo pero me preocupa ya que por ejemplo los hospitales se ven sumamente afectados con una plantilla de personal por demás reducida ya que les está absolutamente prohibido presentarse a trabajar con ese estornudo o ese poquitín de moco, ¡gracias por cuidarnos tanto!, pero no se sabe quién estornudó por ser un portador activo de coronavirus y quien estornudo por salir encuerado de la ducha, pero la recomendación es estricta y el seguirla al pie de la letra está menguando la capacidad laboral de los hospitales, que no quede duda, hospitales, escuelas y demás centros de trabajo.

Sí difícil de creer en ésta Suecia hija de los años 70´s, de la social-democracia europea por excelencia pero donde el individualismo egocéntrico y el capitalismo narcisista han ido corroyendo en la sociedad ganando más peso el «yo» que el «nosotros» y eso a mí no me gusta.

Existe la recomendación también de limitar los viajes, «pensárselo dos veces antes de viajar» dicen las autoridades y sí, aunque las fronteras no han sido cerradas como en Dinamarca, Noruega o Finlandia los aeropuertos siguen abiertos a pesar de que la línea aérea escandinava SAS ha mandado a casa a diez mil empleados bajo la modalidad de «permitering» esto significa recibiendo casi el 90% de su sueldo por no laborar. La decisión de no viajar es una decisión personal pero a mí me preocupa, me preocupan todos esos capitalinos de Estocolmo que no pudieron respetar una cuarentena cuando regresaron de esquiar en los Alpes y que ahora porque es Pascua usen y abusen de su derecho y libertad individual de irse a las montañas del norte de Suecia o a sus casas de verano en el archipiélago y se lleven consigo a la familia, a la mascota y al coronavirus como ha sido demostrado en éste último fin de semana cuando estos compatriotas empezaron a ir al norte y de un día para otro Åre, al norte en la cordillera sueca, empieza a registrar casos de infección.

Esto de las «recomendaciones» y la responsabilidad individual deja mucho que desear en el modelo Sueco, aunque muchos se han quedado en casa gracias a ese moco matutino o a que desafortunadamente son miles de personas en «permitering» (sin trabajar y con goce del 92% de sueldo) en «varsel» (aviso de despido) que no salen de casa simplemente porque no tienen a dónde ir a trabajar, son muchos los que le dan prioridad a su esparcimiento vs. el bienestar común, sí difícil de creer en ésta Suecia hija de los años 70’s, de la socialdemocracia europea por excelencia pero donde el individualismo egocéntrico y el capitalismo narcisista han ido corroyendo la sociedad ganando más peso el «yo» que el «nosotros» y eso a mí no me gusta.

En el frente económico son muchos los que sufren, dos de los gigantes económicos, símbolo nacional, de apellido Volvo, han mandado a casa a 45 mil empleados, obreros y de confianza además del despido de 5 mil consultores, a estas dos empresas se suman muchas más y la cola del cometa se lleva consigo a cientos y miles de pequeñas empresas y auto-empresarios así como a las ramas hotelera, de restaurantes y entretenimiento. Para todo esto la Ministro de Finanzas Magdalena Andersson está desplegando toda la fuerza de la economía sueca y como ella lo ha dicho en repetidas ocasiones al decir «tenemos los músculos» para afrontar la situación, y lo está haciendo desplegando los músculos más fuertes y entrenados de Suecia ante una crisis de esta naturaleza y para muestra basta un botón: 500 millones de coronas se han destinado al apoyo y rescate de actividades culturales y deportivas del país para superar la crisis económica hija de la crisis de salud. Esto me lleva a pensar en Churchill cuando le preguntaron que si pensaba recortar los fondos para las artes durante la segunda guerra mundial y él respondió seguramente mordiendo el puro «¡Entonces para qué estamos luchando!». Y esto a mí me permite sentarme a gusto en el sofá de la sala de mi casa con la tranquilidad de que a pesar de la crisis de salud pública y de la enorme crisis económica infectada por la incertidumbre el gobierno de éste país, de mi país por decisión propia, no suelta a las artes y al deporte y los sigue tomando fuertemente de la mano.

Mucho que decir del modelo Sueco no cabe duda, nada está escrito, la OMS insiste y con toda la razón en que no hay manual para una pandemia de esta magnitud, cada país debe tomar sus propias decisiones en base a su perfil específico y eso me remite a mi cáncer, cuando recibí el diagnóstico lo primero que me dijeron es que no hay un cáncer igual a otro, todos son individuales, de esa misma manera la crisis del coronavirus se presenta de diversas maneras en cada país dependiendo de su población, infraestructura, economía y muchos otros factores que obligan a los expertos locales a crear sus propias recomendaciones con la ventaja del aprendizaje que nos da la comunicación y el intercambio de la comunidad científica internacional.

Aquí y ahora éste es el modelo Sueco, yo lo he dicho abiertamente confío en los expertos del Ministerio de Salud Pública (FHM), confío en la posición de los políticos que se inclinan hacia los expertos y que han logrado quitar del foco mediático las discusiones políticas para dedicarse a los asuntos de estado, apoyo la postura del Primer Ministro Stefan Löven que a mi gusto ha sabido balancear la autoridad y la nobleza, demostrando altísima dignidad remarcaría yo y sin dejar fuera de la escena a quien ha sido el rostro del Modelo Sueco ante la sociedad y el mundo Anders Tegnell quien merece todo mi respeto y admiración.

Si el Modelo Sueco resulta exitoso lo dirá el tiempo, si el Modelo Sueco nos deja tirados en el camino llorando nuestras pérdidas lo dirá el tiempo también, hoy día yo confío y me gusta lo que veo en las autoridades y alzo la voz para que el narcisismo se quede en casa al igual que todos los que deben de quedarse en casa para que más pronto que tarde las puertas puedan abrirse nuevamente y la vida vuelva a fluir, ahora con un gran aprendizaje y con más humildad que nunca.

Podcast en voz de la autora

Tiempo para las cebollas, los ajos y los guisos-lentos.

Y de pronto lo único que tenemos en las manos es Tiempo, así con mayúsculas, millones de personas en China, después Asia moviéndose vertiginosamente a las puertas de Europa y saltando los océanos hacia América. Cientos de millones de personas confinados a las cuatro paredes de su casa y obligados, algunos de ellos de manera marcial al confinamiento. Y de pronto amanecemos y lo único que tenemos es tiempo.

De un día para otro, de una semana para otra pasamos todos a ser un Momo, la pequeña Momo de Mikael Ende que lo único que tiene en sus manos es tiempo y la mayoría de nosotros que hemos pasado la vida corriendo de hora en hora, de minuto en minuto, de segundo en segundo como si de la cantidad de actividades que realizamos dependiera nuestra vida y ahora curiosamente la vida depende de todo lo que no realizamos, el trabajo no hecho, las calles no andadas, las actividades paralizadas.

No le llamo a los amigos porque-no-tengo-tiempo, no leo los libros acumulados porque-no-tengo-tiempo, no arreglo las macetas y no corto las ramas muertas del jardín porque-no-tengo-tiempo, no escribo una carta porque-no-tengo-tiempo.

Ahora de un momento a otro somos todos Momo y tenemos tiempo para los otros, para bien o para mal la mayoría de los que están en casa están en buenas condiciones de salud y quizá eso es lo que activa la desesperación, el aburrimiento y la impaciencia. Cuando uno no se siente bien pasa el tiempo a un estado de pausa donde el cuerpo enfermo toma toda nuestra energía y nos desvía a cuidar de la poca energía que tenemos. Hoy día son millones los que en salud están obligados a la reclusión, pero si pudiéramos contar la cantidad de veces que cada uno de nosotros ha dicho «no lo hago porque no tengo tiempo», no le llamo a los amigos porque-no-tengo-tiempo, no leo los libros acumulados porque-no-tengo-tiempo, no arreglo las macetas y no corto las ramas muertas del jardín porque-no-tengo-tiempo, no escribo una carta porque-no-tengo-tiempo, no nos sentamos a platicar porque-no-tengo-tiempo, no me siento a pintar o escribir porque-no-tengo-tiempo.

La buena noticia es que ahora en una oleada mundial todos tenemos tiempo, el mundo se ha frenado, no hay que tomar taxis al aeropuerto, no hay que sentarse en salas de espera, no hay juntas «espalda-con-espalda» que nos llenen el día, no hay que subirse al coche y sentarse dos horas de camino a casa en el tráfico, no hay que ir de compras, no hay que llevar ni traer a nadie, no hay que hacer maletas o salir de casa. Es tiempo de estar en casa y disfrutar lo que hemos construido en familia, en pareja o de manera individual, es tiempo de disfrutar, de abrir el álbum de fotos y de limpiar el cajón, de preparar un pastel y de ponerse a echar tortillas, es tiempo de cocinar con los hijos y de servir la mesa en calma, con tiempo, con pausa, disfrutar de la cucharada que nos llevamos a la boca y poner un mantel de flores. Es tiempo de apagar los móviles y de escucharnos y mirarnos a los ojos. El mundo ha puesto freno de mano y cualquier vehículo en movimiento que va a más de cien kilómetros por hora, como hasta ahora la mayoría de las vidas de las personas en la sociedad moderna, cualquiera de ellos como vehículos a alta velocidad sufren de una colisión, es el choque de la vida acelerada con una pared de concreto que se llama tiempo, ahora tenemos tiempo y habrá que acostumbrarse a ello.

De pronto, de un día para otro, sin preparación alguna nos encontramos inmersos en un océano de tiempo y nos es fácil aprender a nadar, a respirar, a flotar en él. Tenemos la alternativa de llenar nuestro tiempo de desesperación y preocupaciones, lo cual es respetable y comprensible, si hemos sido educados para trabajar y ser productivos la inactividad y el ocio son parte de la colisión que enfrentamos al vernos con las manos vacías de productividad laboral y llenas de tiempo.

Yo empecé a experimentar éste océano de tiempo hace cinco meses cuando la vida me puso freno de mano y recibí mi incapacidad médica para iniciar el tratamiento citostático para cáncer de mama y metástasis. De pronto, de un día para otro tuve que re-aprender la vida de ser super-productiva a ser anti-productiva, pasiva, lenta, pensativa, estacionaria, más-observadora-de-lo-normal. Pasos lentos llenan mi rutina, no hay mucho donde andar entre la sala y el comedor, de una pieza a otra del piso de 132 metros cuadrados, muchos días he estado confinada en casa gracias a los efectos secundarios y al muy bajo nivel de glóbulos blancos en mi sangre, los días buenos (que han sido pocos) me doy el lujo de salir a caminar, sentir el aire y un poco de sol, cuando lo hay en éste invierno y ahora primavera sueca que ha dejado mucho que desear.

Hoy día, después de cinco meses tengo rutinas, tengo rituales, ahora sé respetar mi tiempo que más que cuarentena es un encierro de largo plazo en el que habito, a veces observo mi tiempo, otras lo acaricio, otras lo veo pasar, pero siempre lo aprecio y lo abrazo.

Hoy, precisamente hoy somos todos un Momo, ese personaje de Mikael Ende que tiene tiempo para escuchar a sus amigos, a su familia a los más queridos, ahora tenemos tiempo para nuestros hijos y nuestra pareja, tenemos tiempo para pensar y para soñar despiertos, tenemos tiempo para tomar paseos largos con nuestra mascota y tiempo para estar en silencio, tenemos tiempo para estar en casa, en esa casa en la que hemos invertido todo nuestro esfuerzo para que sea cálida y acogedora, ahora justo tenemos el tiempo para disfrutarla, tenemos tiempo para hacer las pequeñas cosas y las grandes cosas, tiempo para escuchar la radio y la música que nos hace sentir bien, tiempo para leer lo no leído y para re-leer lo más amado, tiempo para las cebollas, los ajos y los guisos-lentos, tiempo para mirarnos, escucharnos, escribirnos, leernos, pintarnos, soñarnos y cuidarnos.

Después del trauma de la colisión tenemos la oportunidad de re-crearnos y disfrutar de este tiempo en un paréntesis a pesar de las cifras, de las noticias y del luto que para muchos alrededor del mundo esta pandemia significa. Tenemos la oportunidad de re-encontrarnos como individuos y como familia, para muchos es un proceso fácil, para otros es un reto porque nos hemos hecho adictos a la sociedad acelerada y a la velocidad así como a la comida rápida y a los resultados inmediatos. Tenemos la oportunidad de re-construirnos y de re-vivir el silencio, la calma y la pasividad.

Hoy amanecimos con la oportunidad de ser Momo y de experimentar una nueva relación con el Tiempo, así con mayúsculas, que aún tenemos.

Podcast en voz de la autora

Perfil de mujer

En mi adolescencia temprana me iba a la cama después de rezar y la parte más importante de mis oraciones era el ruego de que mis pechos crecieran, así de sencillas eran mis plegarias «por favor Dios que me crezcan los pechos», muchos años después viendo el musical A Chorus Line de Kirkwood Jr. y Dante en Broadway me dí cuenta de que no estaba sola en mi pedir adolescente ya que la misma réplica de mis oraciones pertenece a una réplica del musical, así que seguramente yo y unas cuantas otras chicas, quizá unos cientos o miles o un millón por aquí u otro por allá desde tiempos remotos hasta la actualidad hemos orado fervientemente por la misma causa, que en mi caso no fue escuchada y pasé los años de jovencita más plana que una puerta y mi vida se formó y acostumbró a ser una mujer-de-poco-pecho, así se sucedieron los años y ni el escote ni la copa del sujetador marcaron mi personalidad o mi capacidad intelectual.

Ahora muchos años después recibo una carta del servicio de salud con tremenda palabrota que me tiene sentada estudiándola, analizándola y sintiéndola con mi cabeza, con el corazón y con mi identidad de mujer: «mastectomía» que por definición de la Asociación Americana del Cáncer es el procedimiento en el que el cirujano extirpa todo el seno, incluyendo el pezón, la areola y la piel. Así de simple, además de los ganglios linfáticos en la axila. Leo mi sentencia, porque esta carta se lee con tono de sentencia, un fallo que me fue informado desde hace ya cinco meses y que unos días he guardado en el cajón, otros la acaricio amorosamente con las yemas de los dedos, otros cierro los ojos, evado y volteo para otro lado y otros tantos pienso mejor en el verano o me concentro en la lectura del momento.

Hoy he recibido la confirmación oficial y he tenido cita con la cirujano y su equipo, tres mujeres médicos altamente profesionales que me hicieron sentir en casa y que con una sonrisa en los labios y los ojos grandes, brillantes e inteligentes me hicieron saber que mi cuerpo será modificado y que todo saldrá bien. El tono de voz cálido y las palabras tibias me hacen olvidar los días de invierno, los meses de confinamiento por los efectos secundarios de las curas citostáticas y me lavan de la memoria la sensación desagradable de la pandemia que corroe al mundo en estos momentos.

He recibido toda la información oficial, médica y básica de lo que significa tremenda palabrota «Mastectomía», en mi caso la operación es la segunda fase del tratamiento de cáncer de mama y metástasis al que me he sometido desde el otoño pasado, seguido de esto vendrán 11 curas más de anticuerpos sumadas a las seis ya recibidas, 15 sesiones seguidas de radioterapia y una extraordinaria terapia hormonal de Tamoxifeno que durará al menos diez años, lo cual para mí se lee entre líneas como un pronóstico de miel y hojuelas ya que los médicos consideran que estaré merodeando por estos lares al menos un década más.

Cuando las curas de anticuerpos terminen y la rehabilitación por la operación se de por concluida espera mi equipo médico y principalmente yo que para entonces pueda empezar a reincorporarme a la vida laboral, a mi-vida laboral, regresar al trabajo y rutinas poco a poco retomando la vida, es entonces cuando recibiré la invitación para discutir las posibilidades de reconstrucción del-seno-que-se-fue. Las instituciones de salud ofrecen desde el momento de la operación una prótesis suave que se usa justo después de la cirugía y al poco tiempo el área de ortopedia y prótesis me dará cita para la preparación de «mi prótesis» (otra palabrota nueva para mi vocabulario diario) en donde tomarán medidas para la creación de una prótesis-de-seno hecha a la medida e inspirada en el seno sano que me quedará como recuerdo de los buenos tiempos. El primer año recibiré dos prótesis y después cada año me darán una nueva, la cual doy por hecho será modificada y adaptada a mi cuerpo, así el paso del tiempo, las carnes y la grasa que modificarán a mi seno sano se reflejarán también en las prótesis que irán envejeciendo conmigo.

La posibilidad de reconstrucción está en la agenda de los servicios médicos del estado, hay diversas posibilidades desde la extracción de tejido y grasa de mi propio cuerpo para re-crear el seno mutilado hasta soluciones más tipo-hollywood con silicones al más puro estilo Kardashians. Pero mi agenda personal, yo Lucía-51 años con una larga trayectoria de poco-pecho a pesar de mis ruegos de niña y mucho tiempo para reflexionar no encuentro espacio en mi agenda personal para una reconstrucción, para entrar y salir de quirófanos, para echar mano de cuchillo y de la grasa que graciosamente he venido acumulando en mi estómago para amasarla en un nuevo seno y coserlo en mi pecho.

Ahora sumaré a mi vida nuevas palabras, palabrotas como mas-tec-to-mía, palabras planas como cicatriz y palabras más prácticas y útiles como prótesis.

Hasta ahora y desde nunca mi vida no ha dependido de mi escote, mis senos no han formado mi personalidad y mi perfil de cuerpo completo no ha dictado mi pensar, el añadir a mi vida cotidiana una cicatriz justo en el lado izquierdo de mi pecho, como una ranura que imaginariamente pudiera dar acceso directo al corazón, me parece un paso natural de vida, he portado durante casi 16 años la cicatriz de la cesárea de urgencia que el nacimiento de Mia mi Mía me dejó, una rajada color rosa-violeta que sonríe en mi abdomen de este a oeste y que me recuerda que la vida se abre paso siempre. Ahora sumaré a mi vida nuevas palabras, palabrotas como mas-tec-to-mía, palabras planas como cicatriz y palabras más prácticas y útiles como prótesis. No será de palo, no será visible a la vista del ojo pelón, no será tema de discusión, pero será el resultado de mi propia mina-antipersona, éste cáncer de mama y su respectiva metástasis que me obligan a una mutilación del cuerpo, a una transformación física que veré cada mañana al despertar, cada mañana en la ducha, cada mañana al vestirme y cada noche cuando cansada me ponga la pijama para descansar, será un recordatorio constante de una etapa de vida, de un periodo de transición, de la época de curas, tratamientos y recuperación, del antes y del después, de la vida que fue y de la que será en ese momento, con una cicatriz más, cicatriz al pecho como medalla de héroe, cicatriz al pecho de una mujer que irá adhiriendo valor a la vida a pesar de modificar el cuerpo.

Aquí y ahora me siento profundamente tranquila de haber podido disfrutar de este cuerpo mío que tanta vida me ha dado y tanta vida me ha permitido dar, ahora es momento de dar gracias y decir adiós, este cuerpo mío está a punto de cambiar, en dos semanas entraré a un quirófano y los ganglios donde hubo una metástasis serán retirados, el tejido mamario donde hubo un tumor cancerígeno será retirado, el seno que en su momento fue seno de vida y leche de dulce para mis hijas será retirado, pero no se irán el placer que me permitió vivir durante años, no se irán los recuerdos, no se irá mi esencia, mi personalidad ni mi identidad; mi feminidad quedará intacta, mi perfil de mujer seguirá en su sitio, porque hasta ahora, no ha dependido nunca de mis senos, a mi seno izquierdo le doy las gracias, a mi prótesis le doy la bienvenida y a mi nueva vida la abrazo con una cicatriz más que estará aquí justo en el lado izquierdo del pecho, como una abertura simbólica, una ranura imaginaria de acceso directo al corazón.

Podcast en voz de la autora

«Sí, amamos éste país»

El aire ha cambiado, no cabe duda, es aire de primavera pero ha cambiado, el sol hace sus intentos fallidos, pero intentos al fin de cuentas de calentar y cubre las paredes blancas de la cocina, entra por los ventanales y agradezco la luz que llena las habitaciones, se siente la primavera en el ambiente pero que no quede duda, el aire ha cambiado, lo ha venido haciendo en los últimos días de manera acelerada, es un tsunami que inició hace unos pocos meses y que ha venido arrasando y dejando silencio a su paso, ahora es el turno de Europa.

A pesar de los efectos secundarios de la que fuera mi última sesión de tratamiento citostático intento con un ímpetu necio ponerme en pie y sentirme útil, ponerme en pie y valerme por mí misma, ponerme en pie y hacer una vida «normal» como el preparar mis propios alimentos y resolver mis necesidades básicas durante las horas en que la familia está cumpliendo con sus propias obligaciones, así que el jueves mis piernas que por lo general son dos-troncos-de-peso-de-plomo me permitieron ponerme en pie y pararme frente a la barra de la cocina para preparar la cena y dar la sorpresa a la familia con una mesa servida cuando llegaran cansados por la tarde. Pasé el día preparando un pay de brócoli con coles de bruselas con movimientos lentos y poco sincronizados, en el aire las voces de la P1, la radio estatal Sueca, el «public-service» fruto de la democracia social que gracias al pago de impuestos de los contribuyentes financia medios de comunicación independientes del sistema y de la iniciativa privada, dedicados al servicio-público con contenidos objetivos, profesionales y de alto valor, en pocas palabras el sueño de cualquier comunicador. Para mí escuchar la P1 y la P2, la estación hermana dedicada a la música clásica han sido mi paraíso sonoro en Suecia y ahora con horas y horas de ocio en mi cuarentena particular son una compañía irreemplazable. Éste jueves de marzo no fue la excepción, mientras preparaba la masa del pay escuchaba las noticias y los programas especiales, uno tras otro, los directores de los diferentes ministerios tomaban la palabra para explicar la situación del país y principalmente las decisiones tomadas hasta el momento todo con relación al Coronavirus.

El tsunami se ha movido implacablemente dejando tras de sí a China y a Corea del Sur, avanzando a pasos agigantados en Europa. Llamé a mi amada-gorda a Roma para saber la situación y recibí una sonrisa enorme y un corazón alegre dispuesta a enfrentar la crisis y a permanecer en cuarentena con su familia en su piso en el centro de la ciudad, una ciudad que canta de balcón a balcón y que apoya a los más necesitados. Noruega y Dinamarca han cerrado las escuelas y hace apenas cuatro horas al medio día del sábado Dinamarca cerró las fronteras. Las voces de los expertos del ministerio de Salubridad eran las protagonistas de los medios Suecos, científicos guiando a la sociedad en base a estudios, datos, modelos matemáticos y compartiendo información con sus colegas de Europa, China y el mundo. Los políticos subieron al podio mucho después y me sentí sumamente orgullosa al escuchar al Primer Ministro Löven diciendo que las decisiones que el gobierno tome serán siempre guiadas por las recomendaciones de los expertos responsables de las diferentes dependencias y no en base a una agenda política.

Yo seguía cocinando con mis piernas-de-plomo tan pesadas que la derecha le tiene que pedir permiso a la izquierda para moverse, pero sin desistir de mi plan original de preparar la cena para la familia cuando en la emisión ininterrumpida de noticias presentan a la Primer Ministro de Noruega Erna Solberg quien inicia su discurso diciendo algo que me dejó plantada en medio de la cocina y con la respiración cortada: «las medidas que estamos por tomar son las medidas más drásticas tomadas por el gobierno Noruego en tiempos de paz». Medidas – drásticas – tiempos – de – paz y yo ahí parada escuchando y el aire cambiaba, el aire que yo estaba respirando se volvió denso, oscuro e impenetrable y me quedé plantada en medio de la cocina gracias a mis piernas-tronco-de-plomo que pesan tanto que no se mueven, que pesan tanto que no me dejan correr, que no me dejan escapar, que no me permitieron echarme a volar, y pensé en Elin en-tiempos-de-paz y pensé en Tor y seguía escuchando a la Primer Ministra de Noruega con su idioma y su acento y yo pensaba en Elin y pensaba en Tor, los abuelos de mis hijas, los padres de mi esposo que crecieron en la Noruega ocupada por los nazis, en la Noruega de pobreza, de largos inviernos fríos y oscuros sin los beneficios de la riqueza petrolera, en la Noruega del racionamiento, la solidaridad y la resistencia.

Elin la miró al abrir la puerta y sintió que el aire había cambiado, el aire que respiraba era diferente, la radio estaba encendida y lo único que se escuchaba era el himno nacional Noruego «Ja, vi elsker dette landet»

Parada en el centro de la cocina, con el olor del brócoli y las coles de bruselas en la sartén escuchaba yo a la Primer Ministro de Noruega y pensaba en Elin y Tor, los abuelos de mis hijas. Cuando Elin tenía apenas seis o siete años subió a su casa, una casa de madera en las calles empinadas de Bergen, uno de los puertos pesqueros más importantes del país, una ciudad antigua y tradicional, una ciudad de raíces medievales, raíces vikingas, raíces ancestrales enclavada en los fiordos del mar del Norte, Bergen una de las ciudades más hermosas de escandinava, origen de los Sivertsen y los Bruland, la cuna del linaje de mi marido; Elin con sus piernas ligeras de niña subió las escaleras en esa casa de madera roja donde apenas dos habitaciones eran el total de la vivienda, una la cocina y comedor con un sillón que cubría las funciones de cama para la niña por las noches y la otra la cama para la madre y el recién nacido. En ese Bergen de calles de piedra y lodo no había servicios de agua y drenaje dentro de las casas en la primera mitad del siglo XX, el agua había que llevarla en cubos y la letrina común estaba en el patio colectivo. Elin subió las escaleras un día de mayo de 1945 y encontró a su madre sentada en la cocina con su hermano Svein en brazos, la madre con lágrimas en los ojos arrullando al bebé, Elin la miró al abrir la puerta y sintió que el aire había cambiado, el aire que respiraba era diferente, la radio estaba encendida y lo único que se escuchaba era el himno nacional Noruego «Ja, vi elsker dette landet» (Sí, amamos este país) y su madre con lágrimas en los ojos le decía: «se acabó Elin, se acabó la guerra» y Elin a sus seis o siete años miraba a su alrededor y escuchaba el «Sí amamos este país» y veía a su hermano en los brazos de su madre mientras lo amamantaba y sentía en todo su cuerpo, con todo su ser que el aire había cambiado.

En los patios comunes las mujeres recogían la ropa recién lavada y reemplazaban las sábanas, los calzones largos, los fondos y las faldas tendidas al sol por las banderas Noruegas que habían estado prohibidas y escondidas en los sótanos. Rojo y azul colgaba de las líneas de los tendederos en todos los patios, rojo y azul en todos los jardines, en todos los parques y en todo el país. Noruega había resistido la invasión nazi y era ahora un país libre. Ahí estaba la pequeña Elin, que sería la abuela de mis hijas, a sus siete años en la puerta de la casa de madera en Bergen, en el corazón de los fiordos Noruegos escuchando su himno nacional, escuchando la radio, escuchando a su madre, mirando a su hermano pequeño y sintiendo que el aire había cambiado mientras se escuchaba el Sí, amamos este país y las banderas Noruegas rojo y azul cubrían los patios, se tendían al sol un día de mayo en Bergen.

Yo en mi cocina pensaba en Elin y escuchaba a la Primer Ministro Noruega, al Primer Ministro Sueco, al ministro de salubridad, a la ministra de economía, a la ministra de educación, a los expertos, a los científicos, las voces resonaban en las paredes blancas y bañadas de luz de la cocina de mi casa, las voces las sentía resbalar por mi cuerpo, voces, palabras, noticias, datos, decisiones, medidas de seguridad nacional y el aire había cambiado, lo sentía a cada palabra, el aire había cambiado de manera radical. Yo nunca he vivido una guerra pero pensaba en Elin que escuchó de voz de su madre cuando la guerra terminó. Yo nunca he vivido una guerra como los abuelos de mis hijas lo hicieron en su niñez pero supe que el aire se había modificado y que en cada país del mundo se vivirá tarde o temprano una emergencia nacional, esto es tan solo el principio y que las cosas no volverán a ser igual.

Bolsas de valores a la alza y en caída libre, jefes de estado enfrentando un enemigo indeseable y el mundo entero en riesgo por un virus. El tsunami se está moviendo, ha dejado Asia a sus espaldas y está sacudiendo las entrañas de Europa para estirar sus extremidades hacia América.

Mi pay está horneado, la cena está lista, logré un pay perfecto de brócoli y coles de bruselas sin necesidad de productos lácteos, logré un pay dorado y crujiente con sabores excepcionales que estará listo para ser servido cuando la familia llegue a cenar y los sorprenderé con un platillo formalmente preparado y servido con ensalada de rucola y tomates a pesar de mis efectos secundarios, de mis piernas-que-pesan-plomos y de que el aire ha cambiado, en Suecia, en Escandinavia, en Europa, en el mundo, no cabe duda, el aire ha cambiado y estamos lejos. Muy lejos del final.

Podcast en voz de la autora

En mi cuarentena particular

Justo ahora hay millones de ciudadanos chinos sentados en una cuarentena forzosa a causa del virus corona, yo en cambio estoy en el sofá de mi casa con la vista de mis orquídeas en el alféizar de la ventana de la sala mientras transcurren los días de mi cuarentena particular, los glóbulos blancos han bajado de manera dramática, tan dramática que a la consulta de control con mi médico oncólogo llegué sentada en silla de ruedas. El tratamiento citostático está dando resultados favorables y casi optimistas con una metástasis no visible en el ultrasonido y un tumor difícil de palpar a la mano experta de los médicos pero el cuerpo, mi-cuerpo está exhausto, agotado, cansado, minado. Desde el 18 de Noviembre he recibido ya tres curas citostáticas que han venido haciendo su trabajo bien y que a mi, mi-alma, mi-ser me han succionado la fuerza y la energía natural. La primera de las curas me mantuvo en pie los primeros días para luego dirigirme sin-escalas viaje directo a las puertas de los infiernos donde me atrincheré durante tres días hecha un ovillo en el sillón de la salita familiar con los ojos cerrados y el cerebro desconectado del cuerpo, el cerebro desconectado del mundo, sin encontrar palabras para pedir lo que quería, sin poder pronunciar, sin poder pensar claramente, sin poder expresarme. En la larga lista de efectos secundarios que recibí como precaución y antesala a todo lo que vendría una palabra me llamó la atención «abandono» el paciente sentirá un claro sentimiento de abandono, y abandono es exactamente la impresión más clara de lo que sentí durante mis días atrincherada ante las puertas del infierno, no soledad ni indiferencia sino abandono interior, ese abandono que lo torna todo oscuro, más negro que la oscuridad y sin importar la compañía de los más amados, sin importar la luz del día, las velas encendidas, las lámparas, las voces, las palabra en el aire, las risas de las hijas, las preguntas amorosas de interés por mi salud, los mensajes de los amigos, las flores entregadas a la puerta, el olor de los inciensos, la comida caliente, los abrazos, las visitas y la fuerza interior que sabemos por experiencia propia que es grande y sólida, el «abandono» es una lápida sin escrúpulos que se viene encima y nadie más la puede ver y menos aún se puede frenar o detener. El abandono es un sentimiento seguramente generado por el cóctel de drogas que suben a la cabeza y que nos desconectan de todos los lazos y cadenas de seguridad que tenemos con tierra firme para dejarnos navegando a la deriva en una balsa en alta-mar, un alta-mar individual donde no cabe nadie más que nuestra desolación y la incontrolable soledad. El «abandono» fue mi compañía atrincherada ante las puertas del infierno los primeros días de efectos secundarios de los químicos aplastantes del tratamiento citostático, y abracé mi desamparo mientras mi hija me ayudaba a lavarme la cabeza en la regadera y me secaba con la toalla y me cuidaba «como tu lo hiciste conmigo mami, ahora lo hago yo», mientras mi esposo me daba de comer en la boca esas «cosas largas que se mastican» le decía yo incapaz de encontrar la palabra «noodles»; abracé mi abandono mientras mi hija me daba agua con un popote y detenía el vaso porque mis dedos estaban tan torpes e insensibles que no podían con el vaso, con la cuchara, con el popote, con el cepillo de dientes, con los botones de la pijama o con la taza de té. Abracé mi abandono y me deje llorar y lloraba sin consuelo mientras la familia me consolaba, lloraba sin llanto mientras mi ser-consciente tenía todas las respuestas -esto es pasajero, – es efecto secundario, – se va a acabar pronto, – es un momento tan solo, pero la imagen se veía aún más dolorosa de lo que yo podía explicar, mi sentido extremo del optimismo y mi aseverada resiliencia me llevan siempre por los caminos donde tarde o temprano encontraré luz y mi-ser sabía que el Abandono es parte de los efectos secundarios, pero cuando estás ahí en la oscuridad abrazada a él pareciera que el mundo ha cerrado las puertas por completo, que los abismos se han profundizado y que las tinieblas han tomado el control sobre el orden. Pero también los efectos secundarios son pasajeros, como todo en la vida diría mi madre o si no lo decía ella seguramente lo digo yo misma con demasiada frecuencia y los efectos secundarios fueron pasajeros y empezaron a salir de mi cuerpo y de mi cerebro, y de mi mente y de mis emociones y de mi. Y se salieron por debajo de las puertas y los vi dejar la habitación escabulléndose por las ventanas y los vi salir por entre las rendijas de las cerraduras y los vi alejarse como sombras mientras entraba la luz y así me fui reincorporando y un buen día estaba yo frente al espejo parada por propio pie lavándome los dientes cepillo en mano y brindándome mi mejor sonrisa y así las actividades más comunes y banales toman sus propias riendas y en murmullos silenciosos y como un pequeño ritual voy dando las gracias «por lavarme los dientes» – gracias por beber el té, gracias por servirme la sopa, gracias por sentarme a leer, gracias por salir a dar un paseo con mi Morris y mi hija, aunque sea corto, gracias por recibir amigos y conversar, gracias por preparar una cena sencilla y así la vida va tomando su camino y un buen día estoy parada frente a la estufa preparando tacos con Mia mi Mia quien echa tortillas y pica la salsa, y así la vida parece normal al menos una vez más.

Y son ciclos, ciclos de 20 días entre cura y cura, mientras el cuerpo se vuelve loco, se restablece, se debilita, se fortalece, ataca células cancerígenas y ataca células sanas y mi estómago ha pagado todos los platos rotos de la fuerza innegable de los anticuerpos que entran por mis venas y en dirección directa al estómago después de las curas citostáticas, y mi estómago ha sido el chivo expiatorio y paga la deuda de un desorden enfadado que mi cuerpo no logra controlar y por eso hemos tenido que echar mano de medicinas a base de morfina y opios para gota a gota controlar meses de estómago enfurecido y des-balanceado, y cada vez que pongo en un pequeñito vaso mis 5 u 8 gotas a-base-de-opio yo pienso nada más que en Catherine Deneuve en «Indochina» en los «opiaderos» fumando mientras sus criados la cuidaban, pero yo ni Catherine, ni criados, ni Indochina, ni fumaderos sino gotas precisas en la barra de mi cocina en un esfuerzo extraordinario por controlar a los dioses enfurecidos de mi estómago que ha venido a pagar todos los platos rotos pero en un acto estoico no ha perdido el apetito, he perdido ya algunos buenos kilos pero no el apetito, yo como y duermo como si fueran mi deber, mi obligación, mi trabajo de tiempo completo y es curioso pensar que hace apenas unos cuantos meses participaba yo en reuniones donde planeábamos estrategias de comunicación para el corporativo de la empresa a nivel global y ahora mi tiempo entero se ha reducido a las actividades más primitivas y básicas de la vida: yo-como, yo-duermo, yo-defeco mis prioridades, mis rutinas, mi tiempo completo ensalzado con una larga lista de medicinas por tomar y ahora gotas, pastillas, jarabes, inyecciones, pastillas en agua, polvos en yogur, 5 mililitros aquí, 32 pastillas allá, 15 mililitros tres veces al día… una caja especial para todas las nuevas medicinas y ya no caben, así mi cuerpo que ya no le caben, pero seguimos con la receta al pie de la letra y comiendo, durmiendo, defecando y lo mejor de todo, volviendo a amanecer.

Así he aprendido que de los ciclos de 20 días, lo mejor son los últimos cinco días del periodo cuando creemos que todo ha vuelto a la normalidad y puedo salir a caminar al lago o sentarme a platicar con amigos largo y tendido. Y son los amigos y la familia quienes han tomado protagonismo más que nunca en estos últimos meses de vida, amigos y familia que han estado al pendiente, a la orden, que no se hacen esperar que llaman, que escriben, que mandan flores y tarjetas y regalos y amor principalmente, es lo que más he recibido en estos meses, si pudiera medir, pesar, evaluar, poner en kilos, en gramos, en metros, en longitudes y en porcentajes el amor recibido por la familia y los amigos no lo podría yo contener en una habitación o acomodarlo en cajas o pasarlo por la entrada del buzón, ha sido realmente inmensurable y no hay palabras para agradecerlo, gran parte de mi día lo dedico a contestar mensajes y llamadas y eso me hace sentir bien, me hace sentir viva, me hace sentir querida. Los últimos cinco días de estos ciclos de tratamiento son los mejores, son cuando me creo casi entera y puedo abrir la puerta para recibir amigos queridos que vienen con almuerzo, con café, con pan de dulce, con galletitas y chocolates, con flores y con macetas, esos días que me llenan de luz y de alegría.

Es justo ahora cuando estaría recibiendo amigos pero mi cuerpo está más que cansado, me ha dicho el médico que tengo Leucopenia o sea que mis glóbulos blancos están tan bajos que me encuentro en zona de riesgo que contraer cualquier posible infección y por eso me han sentado en cuarentena en mi propia casa, tan sólo la familia entra y sale pero tengo prohibido dejar la casa o recibir visitas hasta la próxima cura y después de tanto esfuerzo es mejor no arriesgar así que me quedo en casa sentada, acompañada de mi misma y disfrutando mis largas horas de silencio hasta que la familia empieza a llegar poco a poco cuando pasa la tarde hasta que nos sentamos todos juntos a la mesa a cenar.

Casi tres meses han pasado desde el 18 de Noviembre que recibí la primera cura, tres meses casi desde mi incapacidad médica emitida el 11 de Noviembre del 2019, tres meses y días ya desde que el diagnóstico de Cáncer de Mama y Metástasis quedó clavado en mi memoria y en mi diario, tres meses y la vida se puso patas-pa-arriba, la vida dio un giro, se frenó, se desvió, se descontroló, se descarriló y de pronto es ésta la vida y nos hemos venido adaptando y hasta acostumbrando, nos hemos venido acomodando a «tener una mamá con cáncer» a «tener una esposa con cáncer» a ser “la enferma de cáncer” a que ningún día es igual al otro, a tener nulo control sobre las actividades del día, a tener una agenda completamente abierta a los caprichos de un cuerpo enfermo que exige descanso.

En estos tres meses han cabido grandes actos de amor y uno de los más significativos ha sido el quedarme pelona, como todos los pacientes en tratamiento de cáncer (y yo no soy la excepción), mi cabeza está pelona, mi melena bi-color se ha ido y con el pelo de una mujer se va mucho más que tan solo pelo, mi melena ha sido mi definición por excelencia, mi continuo y permanente acto de rebeldía incluso a los 50 años en un ambiente corporativo y en tierras extranjeras. Pelo suelto al aire y despeinado sin darle importancia a los círculos profesionales en los que me desenvuelvo donde cabezas rubias, lacias, bien peinadas y controladas se reúnen entro yo ocupando mi propio espacio, marcando mi presencia con una cabeza de pelo alborotado, natural, sin tintes, con canas y mucha identidad, identidad es la definición precisa. Soy quien soy y mi melena me define, me enmarca y me posiciona en donde quiero estar. Primero fuimos al peluquero a cortarla a lo garçon, que justo así lo tuve hace 18 años cuando nació Runa, hacer la cita no fue fácil, requirió mucho valor, fuimos en familia, las niñas y yo fuimos caminando y Tomm al saber que estábamos en la peluquería salió del trabajo para estacionarse a la puerta de la peluquería y entrar justo antes de que los primeros mechones cayeran al suelo. Unas semanas después fuimos con el barbero de Tomm, un serbio de rancio oficio, para que lo hiciera aún más corto sin melindres para por fin sentarme en un banco de madera en el baño de casa y ver que Tomm con maquinita en mano me rapaba la cabeza uno de los días de claro-abandono emocional obligada a raparme por dignidad porque no soportaba un minuto más el pasarme los dedos por la cabeza y llenarlos de mechones de pelo sano arrancado de tajo de su corta vida. Una decisión como tantas otras en mi historia de vida: “hazlo” así imperativo, contundente, frío y sin mediación. Y ahí estoy yo sentada, desnuda, con una capa de peluquero color verde y de forro metálico viendo como Runa recoge los mechones antes de que caigan al piso en una ceremonia de salvación ante su inminente muerte y los pone en un basurero, Mia mi Mia nos espía de reojo desde el sillón viendo sin ver y Tomm sigue en silencio, absoluto silencio, silencio contenido, silencio de respeto, de nostalgia y de sepulcro rapando mi cabeza, yo lo único que pienso, que siento es el resonar de esas palabras que escuchamos hace 20 años, casi 21 en el altar de oro de la Capilla de la Virgen del Rayo en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán: «En la salud y en la enfermedad – en la salud y en la enfermedad – en-la-salud-y-en-la-enfermedad e en-la-sa-lud-y-en-la-en-fer-me-dad» ésto, justamente ésto es a lo que la iglesia se refiere, se amarán y se respetarán en la salud y en la enfermedad y aquí tengo a mi marido desde hace 20 años empuñando una máquina de cortar pelo y rapando mi cabeza en absoluto silencio sepulcral mientras yo sentada desnuda en un banquillo de madera tiemblo de cansancio, de fatiga, de tristeza, de soledad, de abandono y de amor.

Desde ese día cubro el espejo del baño con una mascada de flores y paisleys que compré en Annecy, lo cubro antes de prepararme para el baño, en la noche apago la luz antes de desnudar la cabeza para dormir, el resto del día uso un turbante de tela de bambú, la peluca, uno de los privilegios del sistema de salud, una peluca de pelo sintético confeccionada en Japón a mi gusto y medida y financiada por el servicio de salud Sueco, sigue montada en su base, ella no me mira y yo no la volteo a ver. Me miro en el espejo, me lavo la cara, aún tengo cejas, las pestañas son pocas, mi cara es pálida, no me maquillo desde hace tres meses, me pongo crema de noche, después de todo no salgo de día y me miro en el espejo pero no digo mucho o casi nada, mi cara está cubierta de manchas que me dejó el último brote de herpes porque cuando mi sistema inmunológico se debilita me brota el herpes en la zona baja de la espalda, siempre del mismo lado, el lado izquierdo, ahora con un sistema inmunológico más que enclenque la última aparición del herpes fue bastante cercano a un cuadro de varicela dejándome el cuerpo manchado, principalmente el pecho, la espalda y la cara con cicatrices de varicela que se han quedado como manchas de constelaciones imborrables para decorar mi cuarentena. No me he visto pelona, no lo necesito, otro día será, hoy no lo necesito. Lo que hoy veo es suficiente, una cara pálida con cicatrices, sin maquillaje, sin pestañas, con los labios agrietados y resecos, bolsas hinchadas debajo de los ojos y la mirada cansada. Lo que sé hoy es suficiente, «en la salud y en la enfermedad», cuando amen a alguien y se comprometan de por vida consideren que quizá una cabeza rapada será parte del contrato… en-la-salud-y-en-la-en-fer-me-dad.

Mucho y nada ha pasado desde hace tres meses, mucho amor y mucha vida, mi hermano, mi adorado hermano mayor acuñó la rutina de llamarme por videollamada todos los días a las 7 de la tarde, esa llamada me ha mantenido en pie, despierta para contestarle y hablar del clima, platicar lo que como o hacer alguna broma, cada tarde a las 7 en punto sé que sonará el teléfono y ahí está él con su esposa siempre con una sonrisa para mí y mejor aún se subió a un avión y dejó su trabajo y compromisos para venir a cuidarme y a hacerme compañía. Diez días en medio de mis ciclos de veinte días, diez días de amorosa compañía en el hospital, la cura, los estudios, los días de abandono y efectos secundarios, consentida, mimada, acompañada y arropada por mi hermano mayor. Días entrañables de aire fresco y de calor de hogar. 

Èl con los efectos del jetlag y yo con los efectos de mis drogas legales y citostáticas encontramos el tiempo y la energía para dar un largo paseo por la ciudad justo el día previo a la cura en el hospital. Caminamos y platicamos, haciendo realidad el sueño de compartir con él la vereda del río y el parque central hasta la reserva natural, el bosque y el lago pasando por la represa y sus esclusas.

Los días de efectos secundarios desarrollamos una simple simbiosis: yo dormía – él dormía, yo comía – él comía, nos sentábamos a la mesa a desayunar y a platicar y de pronto nos sorprendía el almuerzo y antes de poder dejar la mesa era ya la hora de empezar a preparar la cena para la familia. Todos mis caprichos resultado de mi sentido del gusto y del olfato alterados exponencialmente por los efectos secundarios de las drogas se cumplieron sin cuestionamiento y con mucha gracia: gelatinas de grosella, bocadillos de serrano en baguette blanco, sopa de fideos que rememoraba exactamente a la que preparaba mi madre cuando éramos niños y helado de chocolate con chispas que explotaban de sabor en la boca. Tuvimos noche de pizza y muchas mañanas de café, privilegiadas mañanas bebiendo café en compañía de mi hermano mayor en el calor de la cocina de nuestro piso, donde la luz de invierno iluminaba ya entrado el día y se despedía a muy temprana hora de la tarde, su voz, su presencia, su plática me remite al hogar de antes, el hogar de la familia de cuando fuimos niños, de cuando éramos pequeños y nos sentábamos los cinco a la mesa, con papá de camisa, chaleco y saco a diario, con mamá y sus peinados de salón, nosotras las niñas con peinados de gomina y bolitas de colores y mi hermano mayor con una sonrisa radiante en los labios y un brillo en los ojos que hacía que el mundo girara a la velocidad correcta y que la vida tuviera sentido, así cuando éramos pequeños y la vida nos sentaba bien.

Hoy día el mundo tiene a millones de chinos en cuarentena y yo estoy sentada en la sala de mi casa en mi cuarentena particular, hoy el mundo habla del Día del Cáncer para hacer conciencia de la enfermedad, millones de casos al año, uno de cada tres será diagnosticado en algún momento con ésta enfermedad que son cientos de enfermedades pero que se llama cáncer, hoy vivo yo mi cáncer particular, mi enfermedad única, mi propia historia porque cada cáncer es individual y aquí estoy yo con mis ciclos, mis curas, mis efectos secundarios y mis rutinas, aquí estoy yo escribiendo un poco y viviendo un mucho lo que me toca vivir, agradecida por hoy, por todo lo que tengo y como lo tengo y agradecida por lo que vendrá. Agradecida por todo y por nada, simplemente agradecida por la vida que hoy me toca vivir.

Podcast en voz de la autora

Sala de espera

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. He aprendido a esperar en terminales aéreas, en los sillones cómodos de Arlanda, Múnich, Kastrup, Barajas, Heathrow, JFK o cualquier otro aeropuerto donde me he sentado por horas a esperar una conexión o salida de vuelo; me he acostumbrado a esperar pacientemente, he desarrollado el hábito de la paciencia y dejo correr el tiempo, lo siento fluir, no lo detengo, no lo trato de retener entre mis manos por un solo segundo, lo veo pasar, veo cómo transcurre frente a mis ojos.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. He aprendido a esperar en terminales ferroviarias, en salitas de espera con aire de abandono y en grandes terminales con espíritu de opulencia del siglo XVIII y la majestuosidad de bóvedas, forjas, murales y andenes de imperios remotos, Estocolmo, Gotemburgo, Katrineholm, Eskilstuna, esperando trenes puntuales y esperando trenes con horas de retraso y yo sentada estoicamente en la sala de espera sin desesperar, nada más me siento y veo pasar el tiempo frente a mí, el tiempo vestido de niña con abrigo nuevo jugando de la mano de su madre, el tiempo vestido de indigente jalando un carrito de supermercado donde acomoda por tamaños sus miserias y las adereza con un perico enjaulado cubierto por una sábana raída; veo pasar el tiempo vestido de hombres maduros que arrastran las horas de trabajo con el peso del abrigo o jóvenes enérgicos que no dejan de mirar el móvil, hablar y alardear de sus puestos. He aprendido a observar el tiempo, lo miro, no lo detengo, lo dejo pasar, observo a las personas que se mueven dentro de ese espacio-de-tiempo y no las detengo, pero las descifro, las analizo, les doy importancia en su espacio, nunca más las volveré a ver pero las capturo con la mirada unos cuantos segundos para dejarlas libres al vuelo, ellos no los saben pero yo las he observado, Observado con O mayúscula y ellos tan solo se han dejado pasar.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. Ahora en los últimos días me he sentado a esperar, esperar ha sido mi actividad de tiempo completo, estoy de baja laboral y mi ocupación principal es esperar, ahora sentada en casa en mis rincones cálidos y en otros momentos en salas de espera donde no hay pasajeros, ni boletos electrónicos, donde nadie jala una maleta de cabina con cuatro ruedas locas, ahora he pasado-el-tiempo en salas de espera de médicos y del hospital.

El 22 de Octubre parecía un día corriente, tendría que hacer tan solo una parada en el hospital en el área de mamografía para un chequeo casi rutinario por una «bolita» que detecté a tacto en mis revisiones en casa, fue justo antes de dejar Suecia para irnos a las muy anheladas vacaciones de sol y playa a España, en la Costa Blanca nos esperaba cálida y ventilada la casita de la urbanización de vacaciones como en los últimos veranos. Fue antes de tener las maletas listas cuando detecté un quiste en mi seno izquierdo. Nada de qué preocuparse me dije, ahora es verano y nada ni nadie opacará los prometedores días de playa en Torrevieja. Decirlo fue fácil, hacerlo fue diferente, cada oportunidad consciente o inconscientemente palpaba yo un quiste en mi seno. Será igual que el año pasado un quiste lleno de líquido color zumo de naranja añejo que se tendría que vaciar y me repetía una y otra vez: nada de qué preocuparse, no vale la pena preocuparse como lo hice el año pasado, justamente hace un año, noches de desvelo pensando en escenarios oscuros con un quiste de seno, al final del día fue líquido que tan solo se tenía que vaciar. Este año sería lo mismo y no habría mayor riesgo ya que apenas hace un año me sometieron a una mamografía y control de ultrasonido sin resultados negativos, éste año el seno izquierdo decide también llamar la atención con un quiste, el día pintaba bien, tan solo tenía que hacer una breve escala a primera hora de la mañana en el hospital, después iría a casa, trabajaría unas cuantas horas desde ahí, comiendo el almuerzo mientras contestaba algunos correos pendientes para después ir andando a la estación de tren acompañada por Runa mi hija mayor y nuestro perro Morris como cada semana para montarme en el 16:08 camino a Katrineholm para cambiar al tren exprés que me llevaría a Gotemburgo, como cada semana desde el mes de mayo en el que acepté una nueva posición en el corporativo. Tres días a la semana en Gotemburgo, días eclécticos y sin rutina, llenos de adrenalina y con la enorme satisfacción del trabajo bien hecho. Este día no sería diferente, el martes 22 de octubre tan solo tendría que hacer una breve visita al hospital en punto de las 8:30 de la mañana, programada por una enfermera de voz amable quien en Agosto me dijo que no había nada que temer. Me ofreció cita para las últimas semanas de Septiembre pero entonces yo estaría en Tokio con mi primer viaje de trabajo regresando del verano, así que tuve que conformarme con la cita para Octubre, para seguir con mis rutinas, la maleta ya estaba lista, está siempre lista, nada más hago los cambios de ropa necesaria y en un dos por tres tengo lo básico para tres días de trabajo. Ese martes esperé en la sala de espera del 9o piso del hospital de la ciudad, dijeron mi nombre y pasé, sin muchos remilgos me desvisto el torso para dar paso a los apretujones de la mamografía, de ahí a la sala de ultrasonido donde la sonrisa del médico cambió en cuestión de segundos para decirme que procedería inmediatamente a una biopsia y el aire de la sala se transformó.

Llegué a casa andando con un nubarrón encima de mi cabeza en un día de sol, llegué a casa para cancelar el tren de las 16:08, llegué a casa para informar a mis colegas que esa semana no iría a Gotemburgo y que seguramente la siguiente tampoco y la que le seguía se cancelaba también.

Desde ese día, el 22 de octubre del 2019 estoy sentada en la sala de espera que antecede al tratamiento de cáncer de mama, mis células, mis propias células han activado el mecanismo cancerígeno y un tumor maligno se ha formado en mi seno izquierdo, lo que tenía que haber sido un control de rutina y un extraer un-poco-de-líquido color zumo de naranja añejo se transformó en la entrada a la sala de espera para sesiones de quimioterapia, operación y radiaciones. En ese orden se darán las cosas, he estado en casa desde el martes 22 de octubre, con una pausa bendita de un viaje de familia a Oslo, planeado con anticipación y que me dio un respiro. El viaje a Oslo, que se ha perpetuado en mi memoria como un viaje emblemático por haber sido nuestro primer viaje como pareja en el año 2000, un viaje de pareja significativo para conocer la tierra de mi esposo y las ciudades donde nació y creció, la tierra de su familia por todas las generaciones posibles de rastrear, desde siempre noruegos, hasta mis hijas, y el cual sería el último viaje en familia, un parteaguas de vida, el último viaje antes del diagnóstico de cáncer. En el parque Vigeland reproducimos la foto que nos tomamos hacía 19 años ahora con las hijas adolescentes y el perro. Paseos por el muelle, la nueva ópera y la ciudad vieja. En la habitación familiar de hotel pasé largas noches en vela y en vilo revisando mi expediente médico en línea una y otra vez, quizá más de cincuenta entradas en tan solo tres días esperando un milagro, un mensaje que dijera “lo sentimos hemos cometido un error” pero el diagnóstico era el correcto, cáncer de mama y metástasis en los ganglios era mi diagnóstico particular. Una noche le pedí a Tomm salir a caminar, a paso lento y tomados de la mano como siempre llegamos al parque del Banco Central de Oslo en donde le confirmé el diagnóstico mientras pisábamos hojas secas de los árboles bajo nuestros pies. Oslo nos dio una bocanada de aire fresco para regresar a casa a la sala de espera a ver pasar el tiempo y a esperar el lunes 18/11, 18 de Noviembre donde daremos banderazo de salida a la primera cura de 5, cada tres semanas, según la cirujano y el oncólogo. La enfermera de contacto de la unidad de cáncer de mama me entregó, con los ojos húmedos, una carpeta rosa con toda la información necesaria, una carpeta con hojas impresas y folletos todos color de rosa como la misma banda rosa que en octubre se usa a nivel mundial para incrementar la conciencia de la necesidad de investigación científica sobre el cáncer de mama. Tras esa entrega seguirían largos meses de invierno, largos meses de oscuridad. Ya quiero poner el árbol de navidad, estaré en casa conmigo misma durante muchas horas en compañía de los malestares y daños colaterales del tratamiento citostático como ahora los médicos se empeñan en llamarle para evitar el término de quimioterapia que en sueco se traduce literalmente como «tratamiento de envenenamiento celular».

Esta semana ha sido mi larga semana de espera en el andén de la vida, viendo pasar el tiempo, no lo retengo, no lo controlo, no lo atrapo, tan solo lo veo pasar. Sentada en el andén he tenido la oportunidad de hablar, hablar y hablar con amigos y familia querida y compartir mi momento actual, dejarles saber que estoy por comenzar este nuevo viaje, Javier Marías lo menciona en «Mañana el la batalla piensa en mí» cuando dice que los seres humanos tenemos la necesidad de informar a los seres queridos sobre los acontecimientos más importantes. Y es cierto hay una necesidad muy primitiva de dejar saber a los más queridos si la vida nos ha dado un giro, un embarazo, un alumbramiento, una muerte o una enfermedad. Es la necesidad elemental de saberse protegido por esa red-de-seguridad que son las personas que amamos, nuestra tribu y en ellos, en ustedes me he inclinado para dejarles saber de mi nueva condición, para dejarles saber que la vida ha cambiado para dejarles saber que iniciamos un nuevo viaje, sí, aquí, nosotros como familia y como Runa dice «como individuos porque no importa cuán unidos estemos -mamá, cada uno carga su propia soledad.»

En dos días estaré sentada en otra sala de espera, viendo pasar el tiempo, con la incapacidad de capturarlo, tan solo lo veré pasar, estaré con mis venas abiertas y calientes recibiendo mi primera cura de cinco; en la primavera se planeará la operación y a principios del verano las radiaciones. Cuando el sol esté en su punto máximo espero yo estar en la playa de Torrevieja como en los últimos tres años, con un seno menos, con un tumor menos, con una metástasis desvanecida, sin pelo, sin cejas, sin pestañas y quizá con algunas secuelas, pero me he decidido a caminar por las calas que tanto nos han cobijado en los últimos veranos y pienso mojarme los pies en el mediterráneo.

“Cada quien carga su propia soledad mamá, sin importar cuán unidos estemos” me ha dicho Runa quien el 22 de octubre decidió arrancar la producción de un documental de éste viaje que ahora hacemos como familia, fotografiando, filmando y escribiendo sobre nuestros sentimientos y nuestros espacios, hacía menos de un mes que me había acompañado a Gotemburgo para fotografiar un trabajo documental de la escuela de estética al que tituló “Mamá conmuta a Gotemburgo”: mamá-en-el-tren, mamá-frente-al-espejo-en-el-cuarto-de-hotel, mamá-desayunando-en-soledad-en-el-hotel, mamá-esperando-el-taxi, mamá-en-junta-con-colegas, mamá-esperando-el-tranvía. Ahora los ambientes estaban por cambiar: mamá-desolada-sentada-a-la-orilla-de-la-cama, mamá-en-el- peluquero-cortándose-el-pelo, mamá-exhausta-dormida-en-el-sofá, mamá-con-cabeza-rapada, mamá-y-su-cicatriz-en-el-pecho. El documental de éste viaje se ha iniciado.

Mia mi Mia, la menor de mis adolescentes, investiga sobre productos veganos que ayuden a que el pelo se recupere después del tratamiento, productos que ayuden a que las pestañas crezcan después del tratamiento, productos que ayuden a que las cejas crezcan después del tratamiento. Mia mi Mia me abraza en silencio; Tomm me toma de la mano, como siempre lo ha hecho y no me suelta como nunca lo hará, Tomm-mi-roca camina a mi lado, me prepara el desayuno y me deja una nota de buenos-días cada mañana, pasada la tarde salimos a caminar con el perro antes de dormir.

Es un viaje, un nuevo viaje que estamos a punto de iniciar, ahora mismo sentados en el andén, viendo pasar el tiempo; es un viaje más de vida y mi vida ha sido una cadena de viajes, me defino a mi misma como un viajero en la interpretación más pura de Bowles donde el viajero no planea nunca con regresar, y así es como he vivido la vida, siempre al siguiente punto, sin regresar al lugar de origen, porque si regresara exactamente al mismo lugar no valdría la pena haber zarpado, pero siempre llego a puerto seguro, a mi familia donde me renuevo y me reencuentro conmigo misma.

Me he acostumbrado a esperar, esperar es parte de mi vida diaria, de mi rutina, de mi pasar-el-tiempo y de mi tiempo de actividad. Hoy sentada en el andén de vida observo, pienso, doy gracias por lo que tengo, por lo que soy, por lo que vendrá y espero. Me he acostumbrado a esperar.

Podcast en voz de la autora