Sin-cuenta y siete… y contando

Pues desperté, desperté como cada mañana con la cabeza sobre la almohada, el cabello en la cara, una pierna al aire y la otra cubierta por el edredón. Desperté y escuché mi respiración, el aire entraba y salía sin contratiempos de los pulmones, las fosas nasales haciendo su trabajo sin mayor reparo. Desperté con la conciencia de que el corazón ocupaba la misma cavidad de ayer. Desperté sintiendo en mi piel los cincuenta y siete años de vida vividos, aquí y allá. Los años vividos antes y ahora, los años vividos de día y de noche, en vientos y en desiertos, los años vividos aún cuando no sabía que estaba viviendo.

Que fácil sería extender un mapa, de esos de antes, de papel, grandes, ruidosos y arrugados sobre la mesa y ver la línea del tiempo que nos tocará vivir, aquí una curva y luego vuelta a la derecha, aquí te enamoras y cinco kilómetros más adelante te dejarán con el alma rota. Luego frenas un poco para agarrar vuelo y subir la pendiente porque será una escalinata de retos profesionales y después de un par de caminos forestales donde las cascadas te hacen compañía a lo lejos y los árboles te dicen en el viento que has logrado llegar a un claro de calma empieza un nuevo terreno empedrado donde la maternidad no te dejará pegar el ojo, en los días y noches venideros, en los años que se acumularán entre risas, tu completa aceptación hasta tu completa incredulidad de ser la madre de tus hijos por los siglos por venir.

Desperté queriendo abrir el mapa sobre la mesa grande del comedor, extenderlo en toda su plenitud para poder orientarme en el camino, después de todo amanecí con 57 años a cuestas y quisiera ver las líneas del tiempo y poder leer el trayecto por venir. Pero el mapa es una cartografía del pasado, es una recopilación de memorias, es un punto clavado en el ahora y no me permite desenfundarlo para leer el siguiente paso.

El mapa que pretendo leer yace virginal, puro y mudo ante mis ojos, no me delata ni por un instante revelación alguna, se niega rotundamente a darme un susurro o mínima premonición, es un mapa de piedra que se mantiene silente, es un mapa de agua que fluye del pasado al aquí-y-ahora, es un mapa que se desaparece como nieve en mi mano tibia cuando el mañana se asoma en la esquina del papel.

Desperté con cincuenta y siete años en cada poro, en cada cabello oscuro y en cada cana, desperté con cincuenta y siete años en cada arruga y en cada pestaña, desperté para andar los pasos que me llevarán al siguiente día. No hay prisa, no hay carrera, no hay «hubiera», no hay vuelta en «u». Estoy dispuesta a seguir andando mientras haya camino, camino frío de invierno, camino pendiente, camino árido, lodoso, áspero, sinuoso, oscuro y vibrante. Lo tomo, lo acepto, lo recibo porque me he calzado con los todo-terreno que la vida me ha enseñado a usar, porque me he calzado con piel gruesa en las plantas de los pies y he aprendido a andar.

Esto de andar no ha sido fácil, aprender a caminar es el logro del bebé, unos cuantos meses de vida y el milagro se da ante los ojos amorosos de los padres, unos cuantos meses de preparación, de balance, de caídas a menos de medio metro del suelo y el ser humano en proceso aprende a caminar, a transportarse de un lado al otro. Pero andar, lo que se dice andar, andar por el mundo con sus propias cargas a cuestas, andar sin caer con frecuencia y a velocidad desenfrenada; andar con balance de mochila a la espalda donde otras vidas forman parte del equipaje, ese andar pocos lo enseñan. Ese andar que nos obliga a seguir adelante para no quedarnos tirados en la cuneta, ese andar que nos da una patada en el trasero de vez en cuando.

Ese mismo andar es el que me ha parado de la cama hoy, justamente hoy que oficialmente estreno el primer día de mis próximos 57 años. Quiero creer que tendré 57 años los próximos 364 días y que cada uno de ellos se unirán a mi mapa de vida y que en un año podré mirar atrás y evaluar los aciertos y las enseñanzas que al día de hoy son apenas aire frente a mis ojos. Andaré cada día, como el único que tengo. Andaré cada día consciente de que lo que suceda no es definitivo, que todo es relativo, que todo es cambiante. Andaré cada día como hasta la fecha, buscando la calma, la satisfacción que augura una noche de descanso profundo, de sueño sincero, de despertares sin sobresaltos. Andaré con mi palo-de-ciego en la mano tratando de advertir el siguiente paso sin necesidad de verlo. Andaré como lo he hecho en la mayor parte de mis años: despeinada, con botines de colores provocadores, con anillos que adornan cada uno de los dedos de mis manos y me hacen sonreír cuando los miro y valoro la gracia de saber reírme de mí misma. Andaré con el pelo cano, ondulado y despeinado, andaré con los labios rojos y las gafas grandes, con la capa amarilla y con el pañuelo despampanante al cuello. Andaré cada día de la mano de quienes más amo aunque las palmas no requieran de tocarse. Andaré con los personajes de los libros leídos en la neblina eterna de mis pensamientos y con los estribillos de las canciones escuchadas una y otra vez en el tímpano de la nostalgia. Andaré sola, porque así nacemos, porque así vivimos, pero seguiré andando en paralelo de los que me quieren, de los que quiero y de los que me han querido. Andaré en silencio porque me gusta ser sombra y pasar desapercibida, andare en silencio porque me gusta ser susurro y pasar por neblina. Andaré en silencio para escuchar a los otros, para que mi voz no desentone y tener el tiempo de escuchar otros latidos. Andaré en silencio para que mis palabras no desafinen y dar espacio para que la luz ocupe el sonido.

Prometo que seguiré andando, cada día con todos estos cincuenta y siete años que se me han echado encima, prometo que seguiré despertando con la cabeza sobre la almohada, una pierna al aire y la otra cubierta por el edredón, prometo que seguiré despertando después de largas noches de descanso donde la paz invade los sueños y la tranquilidad añade seguridad al trotar. Prometo el siguiente paso, con mis botas-todo-terreno, prometo el siguiente paso aunque el mapa no me desvele la ruta. Prometo dar el siguiente paso con todo lo que he acumulado en cincuenta-y-siete años de vida. Prometo dar el siguiente paso con todo lo que he dejado, soltado, abandonado y olvidado.

Pues así espero mañana despertar, con mis sin-cuenta y siete y con el mapa en blanco.