Mujeres independientes… de Buenos Aires a un balcón con vista a la Via Laietana


Quinto piso a la derecha, un ascensor antiguo, tan antiguo como el edificio, la calle y el barrio en los cantos soleados del Barrio Gótico, un piso de habitaciones individuales, chicos y chicas todos menores de treinta años con cocina compartida, dos cuartos de baño y un balcón privado con vista a la via laietana, ese es el nuevo rincón del mundo donde mi menor a sus flamantemente veinte años cumplidos se ha mudado para dar sus primeros pasos como ciudadana del mundo, independiente y autosuficiente.

El viaje empezó mucho antes, mucho tiempo atrás, en una ciudad de méxico que esbozaba modernidad y dejaba de lado los vestidos de talle ajustado, las crinolinas y las faldas a la rodilla para dar paso a las minifaldas y peinados de salón formados a fuerza de laca y rulos de plástico, una ciudad de méxico de mujeres con pestañas postizas y línea de ojos negra, negrísima. Mujeres con licencia de conducir y un diploma profesional colgado en la pared de casa de los padres a manera de cuadro de honor. Así en la que fuera la casa de la familia de mi madre donde una nueva generación de profesoras se había formado a base de libros prestados y trabajos extras, en esa casa donde tres de las hermanas mayores ya se habían titulado de la escuela normal para maestros, mi madre habia colgado tambien el titulo en la pared de honor donde su padre, mi abuelo Jose-el-carpintero se sentaba en la sala a tomar un café mientras miraba complacido los títulos que colgaban enmarcados, hijas tituladas y casadas, vestidas de blanco como dios manda, hijas que heredaron la profesión a las menores, de los trece hermanos nacido y nueve vivos en esa época, mi madre la menor fue la última en titularse, en recibir una plaza de maestra de escuela primaria oficial y con un trabajo de dia y estudios vespertinos agregó al título el de maestra de historia por la normal superior para educación secundaria. Mi madre elevaba el listón e iba dejando sus propias marcas, la joven profesora se montaba en el cadillac recien comprado con sus propios ahorros para ir al trabajo y moverse de una escuela a otra, para ir y venir por la ciudad y así como aceptaba retos aprovechaba también las oportunidades que la vida a sus 25 años de edad le brindaba.
Y empezaron a surgir nuevas alternativas, un viaje con estudiantes y profesores a Chihuahua, mi madre se subiría por vez primera a un avión para dejar la ciudad de méxico y su vibrante ritmo a la distancia vista desde la altura del avión. La sangre corría llena de vida y el pecho se le hinchaba con deseos de más, seguir viajando, seguir abriendo puertas, seguir viendo el mundo.

1964 y mi madre se encontraba nuevamente en el aeropuerto de la ciudad de méxico, sala de vuelos internacionales, había sido seleccionada por el sindicato de maestros para ser parte de una delegación de profesores que representaría a México en un foro internacional. El destino era la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Teresa, la menor de los nueve hijos vivos de José-el-carpintero, se montaba en un avión para representar a su país en un foro internacional. Un viaje largo, lo suficientemente largo para quedarse impregnado en sus ojos, en su mente, en su caja de recuerdos, en el corazón y en la sangre que heredará a sus propios hijos y nietos.

Mi madre regresó con las alas anchas y con la mirada transformada, se le habían llenado las pupilas de mundo y de autosuficiencia. Había regresado a casa con la seguridad de una mujer independiente que daba pasos de plomo hacia un destino más ancho y largo de lo que se hubieran planteado sus padres, familia y todos cuantos la rodeaban.
Pero la carrera de independencia y los aires de comerse el mundo por sus propios medios fueron intercambiados por la vida de esposa y madre al ser recibida en el aeropuerto internacional de la ciudad de méxico por el aquel entonces novio, maestro de piano y joven enamorado, quien se presentó en la sala de llegadas internacionales con tremendo ramo de rosas y anillo de compromiso en una caja de terciopelo y del brazo de doña Alicia su madre, para recibir a la mujer de sus sueños, quien llegaba de viaje con las alas abiertas y que la promesa del amor eterno y la boda en la parroquia de san agustín en polanco le cerrarian.

El resto es historia, matrimonio, casa, embarazos, partos, hijos, familia de los años setentas en un méxico de progreso, de petróleo y energéticos fósiles, una familia con casa en los suburbios de la ciudad que prometian el sueño americano traducido al español, colegios católicos, clases privadas de ballet, lecciones de tenis, inglés, francés y un club deportivo de alberca al aire libre.
Las alas de mi madre se dedicaron a calentar el nido y tras quince años de la vida color de rosa en compañía del príncipe azul, la vida le juega un revés y la deja viuda a los cuarenta años con tres hijos que mantener.
Mi madre desempolvo el título y los libros de texto para dejar casa, hijos y la vida de terciopelo y rosas para resolver los problemas que la viudez le había heredado. Profesora de siete de la mañana a siete de la tarde, dos turnos, cursos de historia, exámenes que calificar, puesto de directora en el turno vespertino, responsabilidad de personal. La vida le había dado alas y ahora las ponía en movimiento nuevamente como un águila imperial para sacar a flote a la familia que le quedaba. Para que tres hijos siguieran adelante y si su padre Jose-el-viudo-y-carpintero formó a nueve hijos, ella seguiría esos pasos para darle camino a los tres que ella misma había parido.

Treinta años después del primer viaje internacional de mi madre como mujer soltera, independiente y profesionista yo me monté a mi propio viaje de vida con veintidós años en las espaldas y la fuerza motora que la ciudad de méxico me alimentaba a principios de la década de los noventa. El primer destino fue Manhattan trabajando como corresponsal de radio con poca experiencia pero con muchos anhelos y con esas ganas fervientes que salían de las entrañas de empezar a vivir la vida con la intensidad que calienta la sangre y acelera el corazón, del periodo americano agarre vuelo a Madrid con boleto pagado por el ministerio de educación de la tierra de mi abuelo para cursar el posgrado que daría impulso a mi carrera profesional. Otro avión me sacó de la ciudad de México y a los veinticinco años me asenté oficialmente como mujer independiente, profesionista autosuficiente trabajando para una de las empresas industriales más importantes del país en el desierto Coahuilense.
Después llegó mi turno de recibir el ramo de rosas más grande del mundo y el anillo de compromiso en la cajita de terciopelo, y como mi madre dije el sí quiero pero no eche anclas, al contrario monte a mi marido al vuelo y juntos nos hicimos a la mar para echar raíces al otro lado del mundo. Escandinavia ha sido desde entonces nuestro hogar y aquí dos hijas que han sido amamantadas con leche mexicana y con lengua nórdica se han formado con el mismo propósito que tuvo mi madre en la segunda mitad del siglo XX.

A 57 años de que mi madre se subiera a ese primer vuelo internacional que le dejara la cabeza y el corazón lleno de sueños, mi hija mayor hizo maletas y con sus veinte años cumplidos se mudo a su propio piso, cuarenta y cinco metros cuadrados con balcon frances, cocina, baño y guardarropa donde su vida de mujer joven ha tomado forma y cuerpo. Una universitaria con trabajo de entrenadora de natación y una vida comprometida con el trabajo voluntario en la cultura de la ciudad. Dos años han pasado ya desde su mudanza, desde que tomó las riendas de su vida, desde que se alistó en la universidad y desde que ella es la única responsable de su bienestar, lavar ropa, cocinar, hacer la compra, cuidarse durante los resfriados, lavar el baño y sacar la basura, son actividades que llenan la vida de rutinas aunados a los trabajos universitarios y al trabajo en la alberca. La vida de una joven mujer ha ido tomando forma, ahora a casi dos años de la mudanza su madurez y autosuficiencia han superado todas las expectativas y han allanado el camino y sembrado las semillas del ejemplo para la hermana menor.

La pequeña de la casa después de la muy ansiada graduación de bachillerato consiguió un trabajo que a los pocos meses se convirtió en un puesto fijo dentro de la empresa de telefonía más importante del país. Atención a clientes es su puesto pero su oficio es ayudar al prójimo, ahí ha encontrado la arena para ser apoyo y guía para esa generación análoga que día a día se topa contra la pared de la digitalización. Servir y atender han sido su sendero de éxito lo que se ha transformado en su propia economía estable y en una llave para abrir las siguientes puertas en el corredor de vida donde anda a sus pocos años.

Así al igual que su hermana mayor, a los pocos meses de cumplir veinte años nuestra más pequeña pidió un permiso laboral, hizo maletas y se mudo de la casa familiar, no a un piso en la ciudad o en el país, hizo maletas y se montó a un avión para asentarse en la tierra de su bisabuelo.
A sesenta años del viaje de mi madre a la Argentina como mujer soltera, a treinta años de mi viaje corta raices para compartir piso con los amigos en Manhattan, a dos años de que su hermana mayor se estableciera como mujer soltera e independiente, a los veinte años recién cumplidos la pequeña hizo maletas y mudó la vida de la oscuridad invernal escandinava a las puestas de sol en cataluña. Dejó nuestros paseos vespertinos junto al río para andar a su propio ritmo por las ramblas de barcelona y sentarse en la arena a ver la puesta del sol en el calor del otoño en la costa brava.
Mi hija mayor disfruta de la vista desde su pequeño balcón francés en el centro de la ciudad, entre universidad, prácticas profesionales, trabajo y vida cultural. Nuestra pequeña anda a pie su nueva vida en las calles de Barcelona, sube andando los cinco pisos a su apartamento, a pesar de que hay elevador, tan viejo como el edificio, y tan viejo como lo son las casonas del barrio gótico. A sesenta años de que su abuela materna cerrara las alas para formar hogar, los sueños de la abuela han sido herencia tangible para sus nietas quienes han tomado el control de su vida para ser mujeres jóvenes independientes y moral-y económicamente autosuficientes. La sangre no se equivoca y los sueños se hacen realidad y se transmiten de generación en generación.

Ahora somos tres generaciones de mujeres que se asoman al mundo y miran la vida a través de los ojos de nuestra hija pequeña, en un quinto piso a la derecha, un ascensor antiguo, tan antiguo como el edificio, la calle y el barrio en los cantos soleados del Barrio Gótico… en un balcón con vista a la Via Laietana.