3. Benjamín ni el último, ni el más pequeño

Las cubetas se llenaban en la pila del patio con agua fría y las acarreaban al que era el rudimentario cuarto de baño, un cuarto oscuro y húmedo en el extremo de la casa junto a la cocina,cocina con horno de leña y parrillas de carbón que llenaban de tizne las paredes y el techo, donde la ventilación era tan pobre que se hacían humaredas constantes cuando se cocinaba en esas ollas grandes de barro y de peltre que José el carpintero había comprado en el mercado de Coyoacán para cocinar los cocidos, los moles de olla y los frijoles que alimentaban a la familia que seguía creciendo.

El baño olía a humedad y guardaba moho en las paredes, habían implementado un inodoro y había una tina grande de aluminio para darse baños pero en la casa de José el carpintero y Delfina pasarían muchos años antes de que el calentador de leña se instalara en la cocina para poder calentar el agua para darse baños. En la casa de Coyoacán se bañaba a las hijas a jicarazos, mezclando agua fría de la pila del patio con el agua caliente que se calentaba en la estufa de leña en la cocina pintada de hollín y de tizne añejo. 

Era la madrugada y Delfina corría del patio al cuarto de baño con las cubetas del agua fría, de rodillas con los pantalones mojados y la camisa arremangada hasta los codos José abrazaba a su hijo Benjamín, metiéndolo y sacándolo de la tina con agua fría, había que bajarle la fiebre a como fuera lugar, más de tres días con fiebres altas, con alucinaciones y dolor de cuerpo, la criatura de apenas cuatro años temblaba en los brazos de su padre, cerraba los ojos preso de la debilidad. 

Benjamín había llegado como una bendición a la familia de José y Delfina, quien con poco más de 20 años ya había parido al menos cinco hijos, tres hembras vivas y uno que nació difunto, un parto de dolor y muerte de hijo varón que dejó a José tumbado en el piso al pie de la cama con el cuerpo de la criatura en brazos, de su primer varón. Un aborto y dos partos de hijos vivos eran apenas el inicio del largo recorrido que Delfina viviría como mujer, Delfina -y-su-matríz, Delfina-y-su-vagina, Delfina-y-sus-barrigas, Delfina-y-su-sexo, Delfina-y-sus-abortos, Delfina-y-sus-senos-cargados-de-leche, Delfina-y-sus-partos. La identidad de Delfina estaba centrada en su abdomen, en el cuerpo que le pertenecía por completo a José y a sus embriones, a sus fetos, a sus bebés, a sus hijos, a los vivos y a los muertos. Delfína había parido a un segundo niño, hijo-varón para el deleite de José el carpintero, un niño hermoso de pelo negro como su madre y ojos grandes a quien llamaron Benjamín, como su abuelo paterno a pesar de ir en contra de la definición, pues no sería ni el último, ni el más pequeño de los hijos de José, sería tan solo, tan solo la excepción, el niño deseado que naciera para romper el corazón de su padre.

A los cuatro años Benjamín enfermó, Antonia y Guadalupe, las hermanas mayores le cuidaban amorosamente mientras la madre amamantaba a Carmela y acariciaba la barriga que traía consigo a la que llevaría el nombre de María. Benjamín era el niño de su padre, el predilecto, el elegido. Cuando enfermó había pocos recursos para llevarlo a un hospital, tan sólo llamaron al Tío Aurelio, el cura de la parroquia de Tlaxcala para que viniera a ayudar, Benjamín fue empeorando rápidamente, las fiebres se fueron comiendo el cuerpo y el cerebro. Meningitis les dijo el médico que llevó el cura Aurelio a la casa la noche en que recomendó bajar las fiebres con baños de agua helada. El cuerpo lánguido de la criatura entraba y salía en la tina de agua fría, el cuerpo sin fuerzas de Benjamín era sumergido intermitentemente en la tina de metal, y chorreaba de agua y chorreaban los brazos de su padre al abrazar a su hijo, al meterlo y sacarlo del agua fría y chorreaban mares de angustia y desesperación  y la niña Antonia ayudaba a cambiar el agua y la madre Delfina lloraba al ver el cuerpo lacio de su criatura y el rostro roto de su marido que se escurría tumbado en el piso de dolor. 

Benjamín moriría esa misma noche, “meningitis” dijo el médico que trajo consigo el hermano de José, el cura Aurelio, para recibir el diagnóstico y la sentencia. La criatura no sobreviviría la noche y a pesar de los tortuosos remedios, de los ruegos de la madre, los rezos del cura, de los santos óleos ungidos en el cuerpecito desnudo y del llanto ahogado del padre, Benjamín, el primer varón de José el carpintero y Delfina no llegaría a ver la luz del día de la mañana siguiente.

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