17. Teresa una chica inteligente e impaciente

Con los libros cargados en el brazo y apretando el pecho, la falda ceñida al cuerpo, calcetines cortos y un suéter abotonado al frente con un pequeño lazo se vestía Teresa, la menor de los trece hijos paridos por Delfina Muñóz. Teresa que era una sombra flacucha y malnutrida cuando en 1950 marchara en el cortejo fúnebre para llevar a enterrar a Delfina su madre al Panteón Español, había empezado a romper el cascarón y día a día se formaba en la promesa de mujer que se había hecho a sí misma.

Teresa no extrañaba la figura materna porque se había quedado en una casa llena de hermanas mayores que para su fortuna fueron desfilando al altar a un compás armónico que le dió aire suficiente para respirar, en casa se quedaba tan sólo Guadalupe afanada en su trabajo como secretaria en el Seguro Social y su hermano David. 

Teresa y David conformaban un dueto de alegría y buen humor que lo acompasaban de música, la música era su resguardo, su pase a la libertad, su pasaporte al mundo perfecto donde no había necesidad de ojos para mirar. David con sus tonos de tenor y Teresa con una voz de soprano natural llenaban todos los cuartos, salas y rincones de la casa de Lago Valencia número doce. David y Teresa – Teresa y David, un dúo amoroso de hermandad y cuidados, él alto y delgado, cabello castaño rizado, una nariz que alcanzaba el grado de perfección y un carisma que hacía olvidar las tinieblas de sus ojos para hacer reír a cualquiera que estuviera a su alrededor.

Teresa sería la más alta y espigada de las hermanas, delgada de porte altivo, cabello castaño a la cintura y un rostro ovalado con porte de artista del cine mexicano dirigida por el Indio Fernández. Una chica inteligente e impaciente, ambiciosa e insaciable, simplemente Teresa quería siempre más.

La escuela secundaria la hizo en la nocturna por falta de lugar en el turno de la mañana, así Teresa estudió la secundaria en un ambiente de varones que la cortejaban pero principalmente cuidaban de ella y siempre había más de un acomedido que la encaminaba a la puerta de su casa. Teresa siguió las instrucciones precisas de su padre y sus hermanas mayores matriculandose a la Escuela Normal para maestros y paso seguido empezar a trabajar mientras, acostumbrada ya a las exigencias de una escuela nocturna se enrolaba en la Escuela Nacional Superior. Teresa no se conformaba con ser profesora de primaria como sus hermanas, tenía que dar un paso más, una milla más, un reto más. Teresa recibió su título como profesora de educación secundaria con especialidad en Historia. “La maestra de Historia” sería a partir de entonces. Una maestra avispada y seria, una maestra que no saciaría nunca su deseo por estudiar y aprender siempre un poco más.

Con los libros bajo el brazo iba ahora Teresa a la escuela, como su lugar de trabajo, Teresa la profesora de historia, Teresa con una plaza de maestra en el sistema nacional de secundarias, Teresa con esas faldas a la rodilla, los suéteres ceñidos al cuerpo y la cabellera larga y castaña en un chongo a la nuca. Teresa la menor de Delfina, Delfina Muñóz que parió a su decimotercera hija en los cuartos del solar de Coyoacán el mismo día de Santa Teresa en el año de 1937. Delfina que daba a luz a la que sería la más joven de la estirpe, la decimotercera, la menor de los nueve que sobrevirían para hacer familia y contar la historia. Teresa que nacía a la par que la primogénita de su hermana mayor. Teresa que se criaba en compañía de los hijos de sus hermanas, los hijos de Antonia y María fueron sus compañeros de juegos y sus amigos más cercanos, Teresa huérfana a los trece años nunca estuvo sola, tenía a su hermano David y su voz, Teresa tenía a su padre José el carpintero que pasaba largas horas en la cocina frente a la estufa blanca de peltre con sus cocidos y sus ollas y cuando la comida estaba lista sentado en el patio entre las macetas dormitando al sol, Teresa tenía a Guadalupe, su compañera en casa, la única que no había desfilado al altar. Guadalupe “tan solo” juntaría más dinero para hacer más mejoras en la casa para después decidir con quién casarse, “tan solo” esperaría un año más a que le dieran el siguiente ascenso para después decidir con quién casarse, Guadalupe “tan solo” que pasaran las fiestas de la Virgen y la Navidad para después decidir con quién casarse. Y tomaba a Teresa del brazo y la hacía jurar ante el retrato de Delfina su madre difunta que no se casaría antes que ella. Si Teresa se casaba primero sería la sentencia perpetua de soltería para Guadalupe. Teresa no prometía nada, pero Guadalupe no le soltaba el brazo hasta que le jurara en el nombre de la madre difunta que no la abandonaría en la casa de la calle de Lago Valencia número doce, que juntas cuidarían del padre que envejecía a paso raudo y después saldrían las dos en matrimonio. Una promesa amarga e imposible de cumplir. Una sentencia de soledad para Guadalupe se escribía con promesas mudas, palabras a medias y miradas esquivas. Guadalupe a pesar de sus deseos nunca llegaría al altar.

Deja un comentario