La casa de Lago Valencia número 12 florecía todo el año, las bugambilias rojas, naranjas, blancas, rosadas y hasta fucsias florecían en un sin-parar de invierno a invierno y de verano a verano, las bugambilias recorrían los muros y cubrían los arcos del corredor que daba al patio. Cuartos en hilera con acceso al corredor que dejaba entrar el aire y ventilar las habitaciones. Las hijas se acostumbraron a la oscuridad de la habitación de Delfina en ese cuarto central de la casa. Unas entraban y otras salían. Antonia había ya parido sus cuatro hijos y vivían todos en los cuartos prestados del traspatio, donde entre cuatro paredes y mucha destreza Antonia se las arreglaba para cuidar de sus cuatro hijos y hacerle lugar a un marido que día a día demandaba más espacio pero aportaba menos beneficios. Su sueldo íntegro lo entregaba a Antonia, aunque el sueldo íntegro apenas servía para la compra en el mercado de Tacuba y unas cuantas prendas para los niños y zapatos cuando la exigencia era mucha.
Los cuartos se hicieron menos cuando María llegó a vivir al traspatio también, tras el rescate y una efímera recuperación María conoció a Santiago, o mejor aún Santiago supo de María, de su belleza, de su candidez, de su pasado y así la quiso, así se enamoró de ella, porque Santiago nunca había visto una muchacha con labios más rojos y perfectos, con pelo más negro y ondulado, con cejas tan finas y con ojos tan negros. Santiago supo de María, oyó hablar de ella, de sus años lejos de la familia, de su olvido y de sus silencios y así se enamoró Santiago. Santiago más santo que Tiago había llegado a la ciudad de México como migrante desde El Salvador, con el sueño de los Estados Unidos bajo el brazo, sería un bracero más, un centroamericano en busca del sueño americano, pero no contaba con María, escuchó hablar de ella, de su belleza, de los años de extravío y de la tersura de sus manos.
Santiago se presentó en casa de José el carpintero y pidió conocer a su hija, la más bella, la más reservada, la que estaba ausente. Santiago conoció a María y ese día la tomó del brazo y frente a la presencia de José el carpintero, su padre y de Delfina que apenas dejaba la oscuridad de su habitación, prometió a María cuidarla y protegerla hasta el fin de sus días, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza y fueron largos años de pobreza y aún más largos los años de enfermedad pero Santiago cumplió su palabra al pie de la letra, ni un día le faltó a su María, desde que el sol salía hasta entrada la noche Santiago estuvo al lado de su mujer durante más de cincuenta años, de su María hermosa, de su María sin pasado, sin pecado, sin falta. Santiago la tomó de la mano un buen día y la honró hasta que años, muchos años después se lo llevara la muerte.
Fue así como María y Santiago entraron a los cuartos del traspatio, robándole espacio a la familia de Antonia y su Valentino o Florentino como sea que se llamara, que era el hombre más guapo del mundo y que le dio cuatro hijos pero pocos aprecios. María y Santiago entraron a los cuartos del patio de atrás para llenarlos de hijos… uno, dos y tres y luego cuatro y luego cinco y al poco tiempo seis. María sabía parir igual que su madre y paría hijos hermosos, hombres y mujeres inteligentes y vivarachos que aprendieron a cuidar más que a ser cuidados, aprendieron a sobrevivir más que a ser llevados de la mano. En los cuartos de atrás no había espacio para la pipiolera así que los niños corrían por el patio, entre las macetas de Delfina y la pila de agua, corrían descalzos y daban voces el día entero. Los hijos de Antonia y María vivían del portón de casa de sus abuelos para adentro y del portón de casa de sus abuelos hacia afuera, iban y venían solos a la plaza, a la escuela, a jugar a la pelota y a correr por las calles de la colonia. La casa nunca estaba en silencio, la casa se había convertido en una vecindad donde las hermanas entraban y salían entaconadas Guadalupe a trabajar como dependienta de El Palacio de Hierro y Carmela, Josefina y Rafaela a estudiar en la Escuela Normal de Maestros, benemérita institución.