Cuando empecé a escribir los relatos de mi diagnóstico de cáncer no imaginaba nadie que tendría que estar en cuarentena debido a los efectos secundarios del tratamiento citostático, diarreas que empezaron un buen día y se prolongaron por noches, días, semanas y meses y que me tenían al filo de la entrada del baño y con una debilidad poco convencional impidiéndome hacer casi cualquier actividad sumando a eso los bajísimos niveles de glóbulos blancos que no sólo fomentaban la esperada fatiga extrema sino que aderezaron mi diagnostico principal con el de leucopenia de la cual me fuí recuperando con bastante lentitud. Cuando empecé a escribir las crónicas sobre mi diagnóstico y los tratamientos que éste requería nunca imaginamos que pasaría meses en casa en una cuarentena forzada debido a todos esos efectos secundarios extremos que la citostática me fue causando con un estómago que no me permitia poner pie fuera de casa y con niveles de glóbulos blancos que tenían a mi sistema inmunológico en jaque.
Cuando empecé a escribir sobre mi diagnóstico, el tratamiento y la enfermedad no imaginamos, nunca-nadie, que no estaría sola en cuarentena sino que el mundo enfrentaría la peor crisis de salud desde la pandemia de la gripe española de hace justo un siglo. A cien años de que un virus cobrara la vida de millones de hombres jóvenes y sanos ahora recibimos un virus que nos encierra a todos en casa, desde Wuhan hasta Bérgamo, desde Madrid hasta Manhattan. Somo millones de seres humanos en una cuarentena de más de cuarenta días, en una cuarentena de magnitud bíblica que evolucionará a una nueva forma de vida principalmente para los mayores de 70 años y para los de grupo de riesgo y aquí y ahora yo cumplo todos los requisitos para pertenecer al grupo de alto riesgo, por definición médica.
El escribir de mis días de tratamiento, de mis días de cuarentena me ha permitido respirar en los días de asfixia y obligar al cerebro a seguir sintiéndose vivo.
He escrito principalmente por el simple acto de escribir, como siempre lo he hecho, porque es una necesidad, he escrito durante estos meses porque es un salvavidas, un tabla de flotación, porque así como el cuerpo pide salir a tomar el aire fresco y los rayos del sol, mis dedos piden el teclado para describir las emociones, los sentimientos, los hoyos negros y las preguntas sin respuesta que van creciendo en mi cabeza, en mis palabras, en mi soledad. Escribo para mis hijas que espero alguna vez lean estas palabras en mi lengua nativa, escribo para Tomm que no precisa de leerme porque ha estado sentado a mi lado día y noche y me sabe interpretar entre líneas. Escribo para mis hermanos y sobrinos, para dejarles saber cómo me encuentro y cómo avanzo en este proceso. Escribo para mi familia cercana y extensa y principalmente escribo para los amigos amados que en algún momento poco-o-mucho piensan en mí.
Estas palabras son como el cáncer mismo, únicas e individuales, mi experiencia me pertenece tan solo a mí y cómo lo viva y lo experimente otro paciente será tan único como cada persona. Son muchos los factores que desatan un cáncer así como muchos los tratamientos y los efectos secundarios y como siempre, como todo en ésta vida el cáncer se vive de manera sumamente particular.
Escribo ésta experiencia para quien es pasajero de a bordo de un viaje de cáncer y para quien ha tenido la fortuna de no estar en la cercanía de una enfermedad de ésta naturaleza. Los expertos dicen que una de tres personas será diagnosticada con algún tipo de cáncer en algún momento de su vida, lo que nos coloca a todos en una posición sumamente vulnerable porque tarde o temprano la enfermedad se colará en nuestras vidas por la puerta delantera o por la ventana de atrás.
Mi madre murió de cáncer en el 2014, un cáncer de hígado devastador tras años de padecer una callada Hepatitis C fruto de una transfusión de sangre no protegida en un hospital público de la ciudad de México en la década de los 80. Mi hermana libró el cáncer de mama diagnosticado precisamente en el 2014, un año oscuro con mi madre en su lecho de muerte y mi hermana con los efectos secundarios de sus primeras quimioterapias compartiendo gotas de morfina para el dolor. En el 2019 salió mi diagnóstico a la luz. Inesperado y temido, los primeros días tras el diagnóstico fueron los más confusos y dolorosos para mí como paciente y para mi familia. Un diagnóstico es una lotería inversa que desearíamos nunca tener que ganar.
Escribo estas crónicas desde mi cuarentena particular mientras el mundo entero está sentado en su propia clausura, mi confinamiento no es peor ni mejor, simplemente es el mío y compartirlo aligera la carga y me hace sentir un poco más viva, le da sentido a estos tiempos que he pasado atrincherada desde las puertas del infierno hasta en un palacio de cristal con experiencias sensoriales exponenciales y en una constante de paciencia y gratitud que me han permitido nadar-flotar y llegar a aguas tranquilas. Aún no me acerco a puerto seguro pero la tempestad se siente ajena y lejana, son tiempos de recuperación y de recomponerme para un buen día, no sé cuándo poder abrir la puerta y salir a la calle a una vida que será otra, a una sociedad que será diferente y a un planeta que espero sea distinto… más humano y compasivo.