El modelo Sueco

No cabe duda que el estereotipo de la sociedad Sueca es conocido a nivel mundial, una sociedad de avanzada, de respeto y de un altísimo valor por el individuo y consideración por sus semejantes. Hoy en tiempos de crisis y pandemia empiezan a circular artículos periodísticos sobre el denominado «Modelo Sueco» para el manejo del coronavirus. La Vanguardia española, el Süddeutsche Zeitung y el Tagesspiegel de Berlín escriben, discuten, critican y le rinden tributo al modelo empleado por Suecia que para bien o para mal lo que se puede sintetizar es que ha ido contra corriente de la mayoría de las medidas tomadas en China y en el resto de Europa.

Mientras ciudades enteras se cierran en completo toque de queda con medidas radicales con militares patrullando las calles, duras multas económicas y hasta horas o días de cárcel, la sociedad sueca sigue en movimiento. Mientras en Alemania se ha prohibido el contacto social en las calles y más de dos personas no se pueden encontrar en la vía pública, en Finlandia los grupos de más de diez personas están completamente prohibidos, en España tan solo se puede transportar una persona por vehículo a riesgo de multa, en Suecia el servicio público de autobuses y tranvías, en Estocolmo y Gotemburgo, sigue funcionando con menor número de viajes por ruta pero más pasajeros por vagón.

El modelo Sueco homenajeado por algunos ha sido sumamente criticado en el país y únicamente el tiempo y los profundos estudios que se hagan a posteriori darán la razón o nos sumirán en la culpa y la pena.

El virus llegó a Suecia por avión, como en la mayoría de los países se presume que, los importadores fueron los capitalinos, los habitantes de Estocolmo que pasaron sus vacaciones deportivas (febrero) esquiando en los alpes Italianos y Austriacos, porque es mucho más elegante esquiar en los alpes que en las chaparras montañas Suecas, recordemos que Suecia tiene una topografía bastante plana, así que los Suecos-en-los-alpes además de esquiar fueron a beber al after-ski y entre copa y copa, entre platillo y platillo, en calzones largos y con gorritos de invierno con bombonas de estambre en la punta se fueron contagiando de coronavirus, después viajaron desde los aeropuertos de Lombardía a Suecia y a sabiendas de que empezaba una pandemia o por ignorancia de lo que una pandemia significaba, no guardaron cuarentena y ésta información la obtengo de los conocidos que me dijeron «no pasa nada yo no estoy enfermo», así entre no pasa nada y no pasa nada llegó el virus a la bella «capital de Escandinavia» como se jacta la publicidad de la ciudad en promover a la capital del reino. Después empezamos a ver en la televisión, en la radio y en los periódicos al Epidemiólogo del Estado Anders Tegnell quien es parte del equipo del Ministerio de Salud Pública (Folkhälsomyndiheten FHM) y quien es la cara pública hoy día de ésta autoridad, el FHM en base a años de estudios y preparación para el manejo de crisis de salud ha dado las recomendaciones que guían a la sociedad sueca en estos momentos:

  • Cuidar y proteger a la población mayor de 70 años reduciendo al máximo su contacto social para evitar el contagio. Se recomienda que salgan a caminar y tomar el sol y el aire fresco pero evitar el contacto social.
  • Se cancelan todos los eventos que reúnan a más de 500 personas. *
  • Cualquier individuo que presente síntomas de resfriado como estornudo, moco, tos, fiebre o dolor de cuerpo deberá quedarse en casa los días de malestar y al menos dos días más libre de molestias.
  • Las escuelas preparatorias, universidades y de educación para adultos trabajan con educación a distancia.
  • Los jardines de niños y las escuelas primarias y secundarias permanecen abiertas y los niños siguen realizando sus actividades deportivas y de esparcimiento.
  • Los restaurantes permanecen abiertos pero únicamente con servicio a la mesa o para llevar y las terrazas de verano se abrirán al público 15 días antes de lo normal.

(*) Esta recomendación ha cambiado a un máximo autorizado de 50 personas reunidas para cualquier evento ya sea de naturaleza pública o privada.

Todas estas medidas contradicen lo que la mayoría de los países Europeos han implementado con cuarentenas a cal y canto, prohibiendo las reuniones masivas, cerrando escuelas de todos los niveles, así como bares, restaurantes y lugares de esparcimiento.

El debate sobre las escuelas abiertas y los niños en los colegios ha sido por demás candente, pero la actitud de las autoridades es clara e inamovible, los estudios en los que se basan vienen de la experiencia China y estos no indican que los niños y jóvenes sean grupo de riesgo y el argumento más fuerte es que es preferible tener a los niños ocupados con sus actividades y rutinas que tenerlos en casa y que los padres de familia dejen de ir a los trabajos que son cruciales para la sociedad y la economía del país por estar cuidando «niños sanos en casa». El FHM insiste en que las medidas tomadas son de acuerdo a la fase de la epidemia en la que estamos, hemos pasado de la infección importada a la infección dentro de la sociedad y que aún no se necesita el cierre de escuelas básicas, el Ministerio de Educación está tomando las acciones necesarias para cuando se dé la indicación de cierre, pero lo más importante es tener en su sitio un plan de acción que permita a la sociedad ofrecer la infraestructura correcta para que los niños hijos de padres de funciones cruciales para la sociedad, puedan recibir los cuidados apropiados mientras sus padres trabajan. Y esto en mi muy humilde opinión me parece fundamental, que el médico, el enfermero, los policías y todos los que pertenecen a las 12 funciones sociales identificadas previamente por el gobierno tengan la posibilidad de ir a trabajar sin tener que preocuparse por el cuidado de sus hijos y yo me inclino, doy dos pasos atrás, hago una reverencia y me quito el sombrero.

EL FHM se esperaba un pico en la curva el fin de semana del 21 y 22 de Marzo, pero para la sorpresa de todos eso no se registró y los mayores de 70 años siguen sanos en sus residencias y en sus casas y los viejos vikingos están demostrando estar más fuerte que los robles y tienen a muchos con las cejas alzadas, incluso a las autoridades de salud que ahora se pueden levantar el cuello y decir que esto es el resultado de muchos años de políticas de salud pública muy bien implementadas que lograron reducir por ejemplo el hábito de fumar que en los últimos 14 años ha disminuido considerablemente, la última ley dicta que está prohibido fumar en las terrazas al aire libre de los restaurantes. Para muchos esta fue una medida escandalosa pero cuando vemos los resultados nos llenamos de gusto porque el grupo de población en riesgo resulta estar en menor riesgo gracias a estas drásticas medidas de prevención que a comparación con España o Lombardía pertenecen a sociedades de fumadores activos de ligas mayores que ahora desafortunadamente están pagando factura.

Una de las medidas que a mí en lo particular más me preocupa es la de quedarse en casa por un poco de moco que escurre o por un par de estornudos por la mañana, que la mayoría de la gente suele tener y más ahora que empieza la temporada de polen y con ello las alergias, pero respeto la medida, no me quejo pero me preocupa ya que por ejemplo los hospitales se ven sumamente afectados con una plantilla de personal por demás reducida ya que les está absolutamente prohibido presentarse a trabajar con ese estornudo o ese poquitín de moco, ¡gracias por cuidarnos tanto!, pero no se sabe quién estornudó por ser un portador activo de coronavirus y quien estornudo por salir encuerado de la ducha, pero la recomendación es estricta y el seguirla al pie de la letra está menguando la capacidad laboral de los hospitales, que no quede duda, hospitales, escuelas y demás centros de trabajo.

Sí difícil de creer en ésta Suecia hija de los años 70´s, de la social-democracia europea por excelencia pero donde el individualismo egocéntrico y el capitalismo narcisista han ido corroyendo en la sociedad ganando más peso el «yo» que el «nosotros» y eso a mí no me gusta.

Existe la recomendación también de limitar los viajes, «pensárselo dos veces antes de viajar» dicen las autoridades y sí, aunque las fronteras no han sido cerradas como en Dinamarca, Noruega o Finlandia los aeropuertos siguen abiertos a pesar de que la línea aérea escandinava SAS ha mandado a casa a diez mil empleados bajo la modalidad de «permitering» esto significa recibiendo casi el 90% de su sueldo por no laborar. La decisión de no viajar es una decisión personal pero a mí me preocupa, me preocupan todos esos capitalinos de Estocolmo que no pudieron respetar una cuarentena cuando regresaron de esquiar en los Alpes y que ahora porque es Pascua usen y abusen de su derecho y libertad individual de irse a las montañas del norte de Suecia o a sus casas de verano en el archipiélago y se lleven consigo a la familia, a la mascota y al coronavirus como ha sido demostrado en éste último fin de semana cuando estos compatriotas empezaron a ir al norte y de un día para otro Åre, al norte en la cordillera sueca, empieza a registrar casos de infección.

Esto de las «recomendaciones» y la responsabilidad individual deja mucho que desear en el modelo Sueco, aunque muchos se han quedado en casa gracias a ese moco matutino o a que desafortunadamente son miles de personas en «permitering» (sin trabajar y con goce del 92% de sueldo) en «varsel» (aviso de despido) que no salen de casa simplemente porque no tienen a dónde ir a trabajar, son muchos los que le dan prioridad a su esparcimiento vs. el bienestar común, sí difícil de creer en ésta Suecia hija de los años 70’s, de la socialdemocracia europea por excelencia pero donde el individualismo egocéntrico y el capitalismo narcisista han ido corroyendo la sociedad ganando más peso el «yo» que el «nosotros» y eso a mí no me gusta.

En el frente económico son muchos los que sufren, dos de los gigantes económicos, símbolo nacional, de apellido Volvo, han mandado a casa a 45 mil empleados, obreros y de confianza además del despido de 5 mil consultores, a estas dos empresas se suman muchas más y la cola del cometa se lleva consigo a cientos y miles de pequeñas empresas y auto-empresarios así como a las ramas hotelera, de restaurantes y entretenimiento. Para todo esto la Ministro de Finanzas Magdalena Andersson está desplegando toda la fuerza de la economía sueca y como ella lo ha dicho en repetidas ocasiones al decir «tenemos los músculos» para afrontar la situación, y lo está haciendo desplegando los músculos más fuertes y entrenados de Suecia ante una crisis de esta naturaleza y para muestra basta un botón: 500 millones de coronas se han destinado al apoyo y rescate de actividades culturales y deportivas del país para superar la crisis económica hija de la crisis de salud. Esto me lleva a pensar en Churchill cuando le preguntaron que si pensaba recortar los fondos para las artes durante la segunda guerra mundial y él respondió seguramente mordiendo el puro «¡Entonces para qué estamos luchando!». Y esto a mí me permite sentarme a gusto en el sofá de la sala de mi casa con la tranquilidad de que a pesar de la crisis de salud pública y de la enorme crisis económica infectada por la incertidumbre el gobierno de éste país, de mi país por decisión propia, no suelta a las artes y al deporte y los sigue tomando fuertemente de la mano.

Mucho que decir del modelo Sueco no cabe duda, nada está escrito, la OMS insiste y con toda la razón en que no hay manual para una pandemia de esta magnitud, cada país debe tomar sus propias decisiones en base a su perfil específico y eso me remite a mi cáncer, cuando recibí el diagnóstico lo primero que me dijeron es que no hay un cáncer igual a otro, todos son individuales, de esa misma manera la crisis del coronavirus se presenta de diversas maneras en cada país dependiendo de su población, infraestructura, economía y muchos otros factores que obligan a los expertos locales a crear sus propias recomendaciones con la ventaja del aprendizaje que nos da la comunicación y el intercambio de la comunidad científica internacional.

Aquí y ahora éste es el modelo Sueco, yo lo he dicho abiertamente confío en los expertos del Ministerio de Salud Pública (FHM), confío en la posición de los políticos que se inclinan hacia los expertos y que han logrado quitar del foco mediático las discusiones políticas para dedicarse a los asuntos de estado, apoyo la postura del Primer Ministro Stefan Löven que a mi gusto ha sabido balancear la autoridad y la nobleza, demostrando altísima dignidad remarcaría yo y sin dejar fuera de la escena a quien ha sido el rostro del Modelo Sueco ante la sociedad y el mundo Anders Tegnell quien merece todo mi respeto y admiración.

Si el Modelo Sueco resulta exitoso lo dirá el tiempo, si el Modelo Sueco nos deja tirados en el camino llorando nuestras pérdidas lo dirá el tiempo también, hoy día yo confío y me gusta lo que veo en las autoridades y alzo la voz para que el narcisismo se quede en casa al igual que todos los que deben de quedarse en casa para que más pronto que tarde las puertas puedan abrirse nuevamente y la vida vuelva a fluir, ahora con un gran aprendizaje y con más humildad que nunca.

Podcast en voz de la autora

Tiempo para las cebollas, los ajos y los guisos-lentos.

Y de pronto lo único que tenemos en las manos es Tiempo, así con mayúsculas, millones de personas en China, después Asia moviéndose vertiginosamente a las puertas de Europa y saltando los océanos hacia América. Cientos de millones de personas confinados a las cuatro paredes de su casa y obligados, algunos de ellos de manera marcial al confinamiento. Y de pronto amanecemos y lo único que tenemos es tiempo.

De un día para otro, de una semana para otra pasamos todos a ser un Momo, la pequeña Momo de Mikael Ende que lo único que tiene en sus manos es tiempo y la mayoría de nosotros que hemos pasado la vida corriendo de hora en hora, de minuto en minuto, de segundo en segundo como si de la cantidad de actividades que realizamos dependiera nuestra vida y ahora curiosamente la vida depende de todo lo que no realizamos, el trabajo no hecho, las calles no andadas, las actividades paralizadas.

No le llamo a los amigos porque-no-tengo-tiempo, no leo los libros acumulados porque-no-tengo-tiempo, no arreglo las macetas y no corto las ramas muertas del jardín porque-no-tengo-tiempo, no escribo una carta porque-no-tengo-tiempo.

Ahora de un momento a otro somos todos Momo y tenemos tiempo para los otros, para bien o para mal la mayoría de los que están en casa están en buenas condiciones de salud y quizá eso es lo que activa la desesperación, el aburrimiento y la impaciencia. Cuando uno no se siente bien pasa el tiempo a un estado de pausa donde el cuerpo enfermo toma toda nuestra energía y nos desvía a cuidar de la poca energía que tenemos. Hoy día son millones los que en salud están obligados a la reclusión, pero si pudiéramos contar la cantidad de veces que cada uno de nosotros ha dicho «no lo hago porque no tengo tiempo», no le llamo a los amigos porque-no-tengo-tiempo, no leo los libros acumulados porque-no-tengo-tiempo, no arreglo las macetas y no corto las ramas muertas del jardín porque-no-tengo-tiempo, no escribo una carta porque-no-tengo-tiempo, no nos sentamos a platicar porque-no-tengo-tiempo, no me siento a pintar o escribir porque-no-tengo-tiempo.

La buena noticia es que ahora en una oleada mundial todos tenemos tiempo, el mundo se ha frenado, no hay que tomar taxis al aeropuerto, no hay que sentarse en salas de espera, no hay juntas «espalda-con-espalda» que nos llenen el día, no hay que subirse al coche y sentarse dos horas de camino a casa en el tráfico, no hay que ir de compras, no hay que llevar ni traer a nadie, no hay que hacer maletas o salir de casa. Es tiempo de estar en casa y disfrutar lo que hemos construido en familia, en pareja o de manera individual, es tiempo de disfrutar, de abrir el álbum de fotos y de limpiar el cajón, de preparar un pastel y de ponerse a echar tortillas, es tiempo de cocinar con los hijos y de servir la mesa en calma, con tiempo, con pausa, disfrutar de la cucharada que nos llevamos a la boca y poner un mantel de flores. Es tiempo de apagar los móviles y de escucharnos y mirarnos a los ojos. El mundo ha puesto freno de mano y cualquier vehículo en movimiento que va a más de cien kilómetros por hora, como hasta ahora la mayoría de las vidas de las personas en la sociedad moderna, cualquiera de ellos como vehículos a alta velocidad sufren de una colisión, es el choque de la vida acelerada con una pared de concreto que se llama tiempo, ahora tenemos tiempo y habrá que acostumbrarse a ello.

De pronto, de un día para otro, sin preparación alguna nos encontramos inmersos en un océano de tiempo y nos es fácil aprender a nadar, a respirar, a flotar en él. Tenemos la alternativa de llenar nuestro tiempo de desesperación y preocupaciones, lo cual es respetable y comprensible, si hemos sido educados para trabajar y ser productivos la inactividad y el ocio son parte de la colisión que enfrentamos al vernos con las manos vacías de productividad laboral y llenas de tiempo.

Yo empecé a experimentar éste océano de tiempo hace cinco meses cuando la vida me puso freno de mano y recibí mi incapacidad médica para iniciar el tratamiento citostático para cáncer de mama y metástasis. De pronto, de un día para otro tuve que re-aprender la vida de ser super-productiva a ser anti-productiva, pasiva, lenta, pensativa, estacionaria, más-observadora-de-lo-normal. Pasos lentos llenan mi rutina, no hay mucho donde andar entre la sala y el comedor, de una pieza a otra del piso de 132 metros cuadrados, muchos días he estado confinada en casa gracias a los efectos secundarios y al muy bajo nivel de glóbulos blancos en mi sangre, los días buenos (que han sido pocos) me doy el lujo de salir a caminar, sentir el aire y un poco de sol, cuando lo hay en éste invierno y ahora primavera sueca que ha dejado mucho que desear.

Hoy día, después de cinco meses tengo rutinas, tengo rituales, ahora sé respetar mi tiempo que más que cuarentena es un encierro de largo plazo en el que habito, a veces observo mi tiempo, otras lo acaricio, otras lo veo pasar, pero siempre lo aprecio y lo abrazo.

Hoy, precisamente hoy somos todos un Momo, ese personaje de Mikael Ende que tiene tiempo para escuchar a sus amigos, a su familia a los más queridos, ahora tenemos tiempo para nuestros hijos y nuestra pareja, tenemos tiempo para pensar y para soñar despiertos, tenemos tiempo para tomar paseos largos con nuestra mascota y tiempo para estar en silencio, tenemos tiempo para estar en casa, en esa casa en la que hemos invertido todo nuestro esfuerzo para que sea cálida y acogedora, ahora justo tenemos el tiempo para disfrutarla, tenemos tiempo para hacer las pequeñas cosas y las grandes cosas, tiempo para escuchar la radio y la música que nos hace sentir bien, tiempo para leer lo no leído y para re-leer lo más amado, tiempo para las cebollas, los ajos y los guisos-lentos, tiempo para mirarnos, escucharnos, escribirnos, leernos, pintarnos, soñarnos y cuidarnos.

Después del trauma de la colisión tenemos la oportunidad de re-crearnos y disfrutar de este tiempo en un paréntesis a pesar de las cifras, de las noticias y del luto que para muchos alrededor del mundo esta pandemia significa. Tenemos la oportunidad de re-encontrarnos como individuos y como familia, para muchos es un proceso fácil, para otros es un reto porque nos hemos hecho adictos a la sociedad acelerada y a la velocidad así como a la comida rápida y a los resultados inmediatos. Tenemos la oportunidad de re-construirnos y de re-vivir el silencio, la calma y la pasividad.

Hoy amanecimos con la oportunidad de ser Momo y de experimentar una nueva relación con el Tiempo, así con mayúsculas, que aún tenemos.

Podcast en voz de la autora

Perfil de mujer

En mi adolescencia temprana me iba a la cama después de rezar y la parte más importante de mis oraciones era el ruego de que mis pechos crecieran, así de sencillas eran mis plegarias «por favor Dios que me crezcan los pechos», muchos años después viendo el musical A Chorus Line de Kirkwood Jr. y Dante en Broadway me dí cuenta de que no estaba sola en mi pedir adolescente ya que la misma réplica de mis oraciones pertenece a una réplica del musical, así que seguramente yo y unas cuantas otras chicas, quizá unos cientos o miles o un millón por aquí u otro por allá desde tiempos remotos hasta la actualidad hemos orado fervientemente por la misma causa, que en mi caso no fue escuchada y pasé los años de jovencita más plana que una puerta y mi vida se formó y acostumbró a ser una mujer-de-poco-pecho, así se sucedieron los años y ni el escote ni la copa del sujetador marcaron mi personalidad o mi capacidad intelectual.

Ahora muchos años después recibo una carta del servicio de salud con tremenda palabrota que me tiene sentada estudiándola, analizándola y sintiéndola con mi cabeza, con el corazón y con mi identidad de mujer: «mastectomía» que por definición de la Asociación Americana del Cáncer es el procedimiento en el que el cirujano extirpa todo el seno, incluyendo el pezón, la areola y la piel. Así de simple, además de los ganglios linfáticos en la axila. Leo mi sentencia, porque esta carta se lee con tono de sentencia, un fallo que me fue informado desde hace ya cinco meses y que unos días he guardado en el cajón, otros la acaricio amorosamente con las yemas de los dedos, otros cierro los ojos, evado y volteo para otro lado y otros tantos pienso mejor en el verano o me concentro en la lectura del momento.

Hoy he recibido la confirmación oficial y he tenido cita con la cirujano y su equipo, tres mujeres médicos altamente profesionales que me hicieron sentir en casa y que con una sonrisa en los labios y los ojos grandes, brillantes e inteligentes me hicieron saber que mi cuerpo será modificado y que todo saldrá bien. El tono de voz cálido y las palabras tibias me hacen olvidar los días de invierno, los meses de confinamiento por los efectos secundarios de las curas citostáticas y me lavan de la memoria la sensación desagradable de la pandemia que corroe al mundo en estos momentos.

He recibido toda la información oficial, médica y básica de lo que significa tremenda palabrota «Mastectomía», en mi caso la operación es la segunda fase del tratamiento de cáncer de mama y metástasis al que me he sometido desde el otoño pasado, seguido de esto vendrán 11 curas más de anticuerpos sumadas a las seis ya recibidas, 15 sesiones seguidas de radioterapia y una extraordinaria terapia hormonal de Tamoxifeno que durará al menos diez años, lo cual para mí se lee entre líneas como un pronóstico de miel y hojuelas ya que los médicos consideran que estaré merodeando por estos lares al menos un década más.

Cuando las curas de anticuerpos terminen y la rehabilitación por la operación se de por concluida espera mi equipo médico y principalmente yo que para entonces pueda empezar a reincorporarme a la vida laboral, a mi-vida laboral, regresar al trabajo y rutinas poco a poco retomando la vida, es entonces cuando recibiré la invitación para discutir las posibilidades de reconstrucción del-seno-que-se-fue. Las instituciones de salud ofrecen desde el momento de la operación una prótesis suave que se usa justo después de la cirugía y al poco tiempo el área de ortopedia y prótesis me dará cita para la preparación de «mi prótesis» (otra palabrota nueva para mi vocabulario diario) en donde tomarán medidas para la creación de una prótesis-de-seno hecha a la medida e inspirada en el seno sano que me quedará como recuerdo de los buenos tiempos. El primer año recibiré dos prótesis y después cada año me darán una nueva, la cual doy por hecho será modificada y adaptada a mi cuerpo, así el paso del tiempo, las carnes y la grasa que modificarán a mi seno sano se reflejarán también en las prótesis que irán envejeciendo conmigo.

La posibilidad de reconstrucción está en la agenda de los servicios médicos del estado, hay diversas posibilidades desde la extracción de tejido y grasa de mi propio cuerpo para re-crear el seno mutilado hasta soluciones más tipo-hollywood con silicones al más puro estilo Kardashians. Pero mi agenda personal, yo Lucía-51 años con una larga trayectoria de poco-pecho a pesar de mis ruegos de niña y mucho tiempo para reflexionar no encuentro espacio en mi agenda personal para una reconstrucción, para entrar y salir de quirófanos, para echar mano de cuchillo y de la grasa que graciosamente he venido acumulando en mi estómago para amasarla en un nuevo seno y coserlo en mi pecho.

Ahora sumaré a mi vida nuevas palabras, palabrotas como mas-tec-to-mía, palabras planas como cicatriz y palabras más prácticas y útiles como prótesis.

Hasta ahora y desde nunca mi vida no ha dependido de mi escote, mis senos no han formado mi personalidad y mi perfil de cuerpo completo no ha dictado mi pensar, el añadir a mi vida cotidiana una cicatriz justo en el lado izquierdo de mi pecho, como una ranura que imaginariamente pudiera dar acceso directo al corazón, me parece un paso natural de vida, he portado durante casi 16 años la cicatriz de la cesárea de urgencia que el nacimiento de Mia mi Mía me dejó, una rajada color rosa-violeta que sonríe en mi abdomen de este a oeste y que me recuerda que la vida se abre paso siempre. Ahora sumaré a mi vida nuevas palabras, palabrotas como mas-tec-to-mía, palabras planas como cicatriz y palabras más prácticas y útiles como prótesis. No será de palo, no será visible a la vista del ojo pelón, no será tema de discusión, pero será el resultado de mi propia mina-antipersona, éste cáncer de mama y su respectiva metástasis que me obligan a una mutilación del cuerpo, a una transformación física que veré cada mañana al despertar, cada mañana en la ducha, cada mañana al vestirme y cada noche cuando cansada me ponga la pijama para descansar, será un recordatorio constante de una etapa de vida, de un periodo de transición, de la época de curas, tratamientos y recuperación, del antes y del después, de la vida que fue y de la que será en ese momento, con una cicatriz más, cicatriz al pecho como medalla de héroe, cicatriz al pecho de una mujer que irá adhiriendo valor a la vida a pesar de modificar el cuerpo.

Aquí y ahora me siento profundamente tranquila de haber podido disfrutar de este cuerpo mío que tanta vida me ha dado y tanta vida me ha permitido dar, ahora es momento de dar gracias y decir adiós, este cuerpo mío está a punto de cambiar, en dos semanas entraré a un quirófano y los ganglios donde hubo una metástasis serán retirados, el tejido mamario donde hubo un tumor cancerígeno será retirado, el seno que en su momento fue seno de vida y leche de dulce para mis hijas será retirado, pero no se irán el placer que me permitió vivir durante años, no se irán los recuerdos, no se irá mi esencia, mi personalidad ni mi identidad; mi feminidad quedará intacta, mi perfil de mujer seguirá en su sitio, porque hasta ahora, no ha dependido nunca de mis senos, a mi seno izquierdo le doy las gracias, a mi prótesis le doy la bienvenida y a mi nueva vida la abrazo con una cicatriz más que estará aquí justo en el lado izquierdo del pecho, como una abertura simbólica, una ranura imaginaria de acceso directo al corazón.

Podcast en voz de la autora

«Sí, amamos éste país»

El aire ha cambiado, no cabe duda, es aire de primavera pero ha cambiado, el sol hace sus intentos fallidos, pero intentos al fin de cuentas de calentar y cubre las paredes blancas de la cocina, entra por los ventanales y agradezco la luz que llena las habitaciones, se siente la primavera en el ambiente pero que no quede duda, el aire ha cambiado, lo ha venido haciendo en los últimos días de manera acelerada, es un tsunami que inició hace unos pocos meses y que ha venido arrasando y dejando silencio a su paso, ahora es el turno de Europa.

A pesar de los efectos secundarios de la que fuera mi última sesión de tratamiento citostático intento con un ímpetu necio ponerme en pie y sentirme útil, ponerme en pie y valerme por mí misma, ponerme en pie y hacer una vida «normal» como el preparar mis propios alimentos y resolver mis necesidades básicas durante las horas en que la familia está cumpliendo con sus propias obligaciones, así que el jueves mis piernas que por lo general son dos-troncos-de-peso-de-plomo me permitieron ponerme en pie y pararme frente a la barra de la cocina para preparar la cena y dar la sorpresa a la familia con una mesa servida cuando llegaran cansados por la tarde. Pasé el día preparando un pay de brócoli con coles de bruselas con movimientos lentos y poco sincronizados, en el aire las voces de la P1, la radio estatal Sueca, el «public-service» fruto de la democracia social que gracias al pago de impuestos de los contribuyentes financia medios de comunicación independientes del sistema y de la iniciativa privada, dedicados al servicio-público con contenidos objetivos, profesionales y de alto valor, en pocas palabras el sueño de cualquier comunicador. Para mí escuchar la P1 y la P2, la estación hermana dedicada a la música clásica han sido mi paraíso sonoro en Suecia y ahora con horas y horas de ocio en mi cuarentena particular son una compañía irreemplazable. Éste jueves de marzo no fue la excepción, mientras preparaba la masa del pay escuchaba las noticias y los programas especiales, uno tras otro, los directores de los diferentes ministerios tomaban la palabra para explicar la situación del país y principalmente las decisiones tomadas hasta el momento todo con relación al Coronavirus.

El tsunami se ha movido implacablemente dejando tras de sí a China y a Corea del Sur, avanzando a pasos agigantados en Europa. Llamé a mi amada-gorda a Roma para saber la situación y recibí una sonrisa enorme y un corazón alegre dispuesta a enfrentar la crisis y a permanecer en cuarentena con su familia en su piso en el centro de la ciudad, una ciudad que canta de balcón a balcón y que apoya a los más necesitados. Noruega y Dinamarca han cerrado las escuelas y hace apenas cuatro horas al medio día del sábado Dinamarca cerró las fronteras. Las voces de los expertos del ministerio de Salubridad eran las protagonistas de los medios Suecos, científicos guiando a la sociedad en base a estudios, datos, modelos matemáticos y compartiendo información con sus colegas de Europa, China y el mundo. Los políticos subieron al podio mucho después y me sentí sumamente orgullosa al escuchar al Primer Ministro Löven diciendo que las decisiones que el gobierno tome serán siempre guiadas por las recomendaciones de los expertos responsables de las diferentes dependencias y no en base a una agenda política.

Yo seguía cocinando con mis piernas-de-plomo tan pesadas que la derecha le tiene que pedir permiso a la izquierda para moverse, pero sin desistir de mi plan original de preparar la cena para la familia cuando en la emisión ininterrumpida de noticias presentan a la Primer Ministro de Noruega Erna Solberg quien inicia su discurso diciendo algo que me dejó plantada en medio de la cocina y con la respiración cortada: «las medidas que estamos por tomar son las medidas más drásticas tomadas por el gobierno Noruego en tiempos de paz». Medidas – drásticas – tiempos – de – paz y yo ahí parada escuchando y el aire cambiaba, el aire que yo estaba respirando se volvió denso, oscuro e impenetrable y me quedé plantada en medio de la cocina gracias a mis piernas-tronco-de-plomo que pesan tanto que no se mueven, que pesan tanto que no me dejan correr, que no me dejan escapar, que no me permitieron echarme a volar, y pensé en Elin en-tiempos-de-paz y pensé en Tor y seguía escuchando a la Primer Ministra de Noruega con su idioma y su acento y yo pensaba en Elin y pensaba en Tor, los abuelos de mis hijas, los padres de mi esposo que crecieron en la Noruega ocupada por los nazis, en la Noruega de pobreza, de largos inviernos fríos y oscuros sin los beneficios de la riqueza petrolera, en la Noruega del racionamiento, la solidaridad y la resistencia.

Elin la miró al abrir la puerta y sintió que el aire había cambiado, el aire que respiraba era diferente, la radio estaba encendida y lo único que se escuchaba era el himno nacional Noruego «Ja, vi elsker dette landet»

Parada en el centro de la cocina, con el olor del brócoli y las coles de bruselas en la sartén escuchaba yo a la Primer Ministro de Noruega y pensaba en Elin y Tor, los abuelos de mis hijas. Cuando Elin tenía apenas seis o siete años subió a su casa, una casa de madera en las calles empinadas de Bergen, uno de los puertos pesqueros más importantes del país, una ciudad antigua y tradicional, una ciudad de raíces medievales, raíces vikingas, raíces ancestrales enclavada en los fiordos del mar del Norte, Bergen una de las ciudades más hermosas de escandinava, origen de los Sivertsen y los Bruland, la cuna del linaje de mi marido; Elin con sus piernas ligeras de niña subió las escaleras en esa casa de madera roja donde apenas dos habitaciones eran el total de la vivienda, una la cocina y comedor con un sillón que cubría las funciones de cama para la niña por las noches y la otra la cama para la madre y el recién nacido. En ese Bergen de calles de piedra y lodo no había servicios de agua y drenaje dentro de las casas en la primera mitad del siglo XX, el agua había que llevarla en cubos y la letrina común estaba en el patio colectivo. Elin subió las escaleras un día de mayo de 1945 y encontró a su madre sentada en la cocina con su hermano Svein en brazos, la madre con lágrimas en los ojos arrullando al bebé, Elin la miró al abrir la puerta y sintió que el aire había cambiado, el aire que respiraba era diferente, la radio estaba encendida y lo único que se escuchaba era el himno nacional Noruego «Ja, vi elsker dette landet» (Sí, amamos este país) y su madre con lágrimas en los ojos le decía: «se acabó Elin, se acabó la guerra» y Elin a sus seis o siete años miraba a su alrededor y escuchaba el «Sí amamos este país» y veía a su hermano en los brazos de su madre mientras lo amamantaba y sentía en todo su cuerpo, con todo su ser que el aire había cambiado.

En los patios comunes las mujeres recogían la ropa recién lavada y reemplazaban las sábanas, los calzones largos, los fondos y las faldas tendidas al sol por las banderas Noruegas que habían estado prohibidas y escondidas en los sótanos. Rojo y azul colgaba de las líneas de los tendederos en todos los patios, rojo y azul en todos los jardines, en todos los parques y en todo el país. Noruega había resistido la invasión nazi y era ahora un país libre. Ahí estaba la pequeña Elin, que sería la abuela de mis hijas, a sus siete años en la puerta de la casa de madera en Bergen, en el corazón de los fiordos Noruegos escuchando su himno nacional, escuchando la radio, escuchando a su madre, mirando a su hermano pequeño y sintiendo que el aire había cambiado mientras se escuchaba el Sí, amamos este país y las banderas Noruegas rojo y azul cubrían los patios, se tendían al sol un día de mayo en Bergen.

Yo en mi cocina pensaba en Elin y escuchaba a la Primer Ministro Noruega, al Primer Ministro Sueco, al ministro de salubridad, a la ministra de economía, a la ministra de educación, a los expertos, a los científicos, las voces resonaban en las paredes blancas y bañadas de luz de la cocina de mi casa, las voces las sentía resbalar por mi cuerpo, voces, palabras, noticias, datos, decisiones, medidas de seguridad nacional y el aire había cambiado, lo sentía a cada palabra, el aire había cambiado de manera radical. Yo nunca he vivido una guerra pero pensaba en Elin que escuchó de voz de su madre cuando la guerra terminó. Yo nunca he vivido una guerra como los abuelos de mis hijas lo hicieron en su niñez pero supe que el aire se había modificado y que en cada país del mundo se vivirá tarde o temprano una emergencia nacional, esto es tan solo el principio y que las cosas no volverán a ser igual.

Bolsas de valores a la alza y en caída libre, jefes de estado enfrentando un enemigo indeseable y el mundo entero en riesgo por un virus. El tsunami se está moviendo, ha dejado Asia a sus espaldas y está sacudiendo las entrañas de Europa para estirar sus extremidades hacia América.

Mi pay está horneado, la cena está lista, logré un pay perfecto de brócoli y coles de bruselas sin necesidad de productos lácteos, logré un pay dorado y crujiente con sabores excepcionales que estará listo para ser servido cuando la familia llegue a cenar y los sorprenderé con un platillo formalmente preparado y servido con ensalada de rucola y tomates a pesar de mis efectos secundarios, de mis piernas-que-pesan-plomos y de que el aire ha cambiado, en Suecia, en Escandinavia, en Europa, en el mundo, no cabe duda, el aire ha cambiado y estamos lejos. Muy lejos del final.

Podcast en voz de la autora

Jacinta, ni racimo, ni flor, ni mujer

Jacinta era su nombre de cuna, su nombre de pila bautismal, Jacinta, como las flores, como el racimo, en el olor de lilas y rosas, jacintos blancos y jacintos morados, jacintos que se ponen en el carmen de las ventanas en el invierno escandinavo, pero ella ni flor, ni olor, ni racimo, ni maceta, ni inviernos suecos ni olores penetrantes de flores blancas y lilas. Para mi Jacinta era un listón de colores al viento, Jacinta eran los listones que nos ponía mi madre en el pelo los domingos de ir a misa, rosa para mi hermana y amarillo para mí, combinando con los vestidos de comida familiar y los zapatos negros lustrosos y los calcetines blancos.
Eran los domingo cuando veíamos a Jacinta, no todos solo algunos domingos cuando íbamos a comer a casa de la hermana de mi madre, una de las muchas, una de las tantas, una de las tías de las reales de las hermanas de sangre, porque después la lista interminable de tías era como una regadera con fuga, una llave de agua interminable, todos y todas eran tías, eran parientes, eran adultos a quienes saludar, beso en la mejilla, abrazo , mua-mua sus caras de maquillaje y olor a crema teatrical contra mi cara de niña, mua-mua saluda a tu tía, la de verdad, las de sangre, las carnales y las otras, la ristra de tías y tíos que a mis ojos se ponían en fila para ser saludados y besados por los niños, por los menores, por las niñas.
Y ahí estaba siempre, en la oscuridad de la casa, no salía a recibirnos al portal, no se paraba junto al zaguán, no daba la bienvenida desde el porche, ella nos saludaba a distancia desde la oscuridad de la casa, porque era una casa oscura, oscura y húmeda, oscura y vieja, oscura y con olores rancios penetrantes que salían como vapor de las paredes, una casa que habrá visto sus años de gloria algunos lustros atrás, en esa época era ya una casa con rajadas de ruina, con paredes raídas, con olores de caño y con techos descarapelados, pero a mí me gustaba esa casa.
En la oscuridad de los pasillos largos se extendía la mano de Jacinta para saludarnos, “saluden a su tía” una tía más de las no-sanguíneas, de las nunca parientes, de las no-entiendo-porqué pero era una de las tías, “es hermana del esposo de su tía” y así es como las ramas de los árboles familiares se empiezan a extender, a anudar, a torcer y Jacinta era uno de esos nudos que tuvo raíces pero nunca brotes, que nunca se extendió, era como sus dedos artríticos, como sus manos deformes. Jacinta desde la oscuridad de los corredores de la casa que olía a humedades saludaba con voz baja, con voz callada, con voz muda. – Cómo estás Jacinta, le decía mi madre desde su voz alta y clara, desde su peinado de salón con pelo teñido y con aretes y collares a juego, -Cómo estás Jacinta, repetía mi madre fuerte y claro desde su juventud, desde su arrogancia desde su ropa de El Puerto de Liverpool.
Jacinta no estaba bien, Jacinta nunca estuvo bien, Jacinta era una flor débil carente de luz en la oscuridad de su casa, de la casa donde la parieron, de la casa donde creció, de la casa de su padre que ya había muerto hacía unos años y donde dejó a sus cuatro hijos, los hombre casados con sus respectivas familias y mujeres en la casa de ese padre que los sábados por la noche veía la Lucha libre en la televisión en blanco y negro, así sentado a un metro de la pantalla para no perderse de un solo movimiento. El padre que heredara la casa en partes iguales a los cuatro hijos, los varones casados y con sus respectivas mujeres y familias se fueron acomodando en los cuartos de la casa, en los anexos, en los apartamentos, los de arriba del taller de confección de ropa y los de arriba de la papelería que daba a la calle. Las hijas heredaron su parte, la casa grande, la de las oscuridades con los pasillos interiores sin ventanas y con los ventanales del porche del patio trasero, las hijas heredaron la oscuridad, la humedad, el olor a caño, la soledad de mujer, la virginidad nunca renunciada, la compañía de las nueras y la vida de los sobrinos que les abrían las ventanas para recibir unos tibios rayos de sol. Las hermanas heredaron los patios con plantas sembradas en urnas de colores, en latas de aluminio, las hermanas heredaron la soltería, el no parir, la “mañanita” tejida, las faldas grises, las medias opacas y las canas de joven, de vieja, de anciana, de tía de las que no se casan, de las que no ven la luz.

Jacinta tenía el pelo cano, habrá nacido cana y vieja, de piel de tan pálida verdosa como concha nácar que cubriera el cuerpo, un cuerpo que vivía en el exilio de un invierno no escogido, un cuerpo que temblaba de frío, temblores de soledad, temblores de castidad, temblores en una sabana helada donde habitaba sin haber sido consultada. Jacinta vivió la vida en la soledad de la familia, en el silencio de las quejas, en el dolor de un cuerpo que se fue enfermando al paso de los días, de los meses, de los años y de la vida, donde la habitación oscura se tornó refugio y una cama su ultimo territorio, el lugar en dónde tan solo ella podía habitar.

Yo la miraba, la observaba, la seguía con los ojos, apenas si me hablaba, como todas las tías preguntaba siempre lo mismo «y tú eres la menor» – «cuántos años tienes» – «uy cómo has crecido» y uno crecía lo que tenía que crecer a los 7 y a los 8 años, uno crecía lo justo de un fin de semana a otro, nada de extremidades sorprendentes ni de brazos elásticos que se arrastraran por esos pasillos de azulejos fríos entre amarillos y verdes, uno crecía como cualquier otro niño y se llamaba exactamente igual que la semana anterior, y seguía siendo la menor de los tres, no por el paso de cinco días o catorce uno brincaría el orden natural y puf! de la noche a la mañana la menor se ha vuelto la mayor, pero es que los adultos no sabían, no sabían escuchar y no sabían preguntar, cada semana, dos veces al mes, en Navidades y en Pascuas siempre las mismas chorreadas «y tú eres la menor» pues sí para su disgusto sigo siendo la menor, para su sorpresa cumplo años nada más una vez cada doce meses y para su sorpresa sigo siendo la de Carlos y la de Tere, la vida no me jugaba ninguna broma para poder dar una respuesta sorprendente a tanta pregunta ociosa que los mayores nos hacían a los niños que por convicción debíamos de ser desmemoriados, inocentes y mudos, apenas con una sonrisa y dos respuestas en la boca y eso sí estar listos para dar los besos a todos esos mayores, a la lista de tíos y tías que debían ser saludados con reverencia y honores.

Jacinta se hizo olor de flor, humedad de las piedras y pasos sin levantar el talón. Jacinta se fue evaporando ante la vida que llenaba la casa, Jacinta se hizo dolor y silencio, Jacinta fue mujer, nació mujer, creció mujer y se secó mujer, quedó en el aire.

Yo daba mis besos y me limpiaba la cara con el antebrazo, recibía los besos y me limpiaba la cara con la palma de la mano, respondía a todas las preguntas como un autómata social y observaba, observaba y recorría la casa y metía las narices donde no me llamaban y así me aprendí los olores de aquella casa que me gustaba tanto, donde olía a limpio por los actos heroicos de limpieza que mi Tía realizaba desde que el sol salía hasta que caía la noche y a chorros de agua y detergente limpiaba pasillos y corredores, lavaba baños con desinfectantes y dejaba lustrosos los azulejos y las piedras que cubrían las paredes, los baños y los corredores de esa casa que era oscura como un día de invierno escandinavo, fría como las manos de Jacinta y muda como su historia de mujer que nunca se mencionó al servir la comida ni en el café de la sobremesa.

Jacinta fue enfermando como enferman las mujeres que no toman el sol, fue enfermando ante la mirada de su hermana mayor, fue enfermando ante la vida ajetreada de los sobrinos que crecían a su alrededor, Jacinta fue hablando menos y fue retirándose cada vez más, apenas salía a saludar, ya no veíamos sus manos, ya no sentíamos su abrazo, ya no escuchábamos su voz. Jacinta se hizo silencio, se hizo aire frío en los pasillos de la casa, Jacinta se hizo olor de flor, humedad de las piedras y pasos sin levantar el talón. Jacinta se fue evaporando ante la vida que llenaba la casa, Jacinta se hizo dolor y silencio, Jacinta fue mujer, nació mujer, creció mujer y se secó mujer, quedó en el aire. Yo la observaba en los pasillos, yo la escuchaba respirar, yo metía mis ojos a la obscuridad de su habitación y contaba su respiración, su inhalar pesado y las quejas en el sueño de su diminuto espacio vital.

Jacinta fue una mujer de papel a mis ojos de niña, manos frías, manos blancas, voz pálida, piel de pétalo, ropas gruesas y temblores de muerte durante una vida de silencios y articulaciones deformadas como nudos de árbol de ramas que nunca vieron la luz.

Jacinta se hizo vapor, se hizo olor de tierra en las macetas de hoja de lata, Jacinta se evaporó, se hizo humedad en las paredes de cemento pelonas, Jacinta se hizo vapores de agua en la oscuridad de la casa de su padre, esa casa heredada que olía a humedad. Jacinta se evaporó, se hizo tierra, flor, maceta, pétalos helados con gotas de rocío al sol.