Vidas perfectas y mundanas

Me gusta leer los obituarios, que le vamos a hacer, quizá la costumbre me la aprendí de mi abuelo, cuando ya era viejo, viejo. Cuando andaba viejo -como viejo con las manos tomadas por la espalda, con los pantalones grises de casimir que le subían poco más allá de la barriga, cuando andaba un poco acampanado por el jardín de la casa y rechupeteaba el puro con los labios y con gran maestría lo detenía con los dientes con ese palillo, ése mondadientes que le insertaba al centro “para que saliera el sabor del tabaco” decía, pero para mí eran nada más sus manías de viejo, como tantas manías más.

Por las mañanas o por las tardes, no importaba, el reloj se dividía nada más en el tiempo entre comidas, había que desayunar, comer y cenar, lo que pasara en el medio era el tiempo que había que llenar con algo y normalmente el abuelo lo llenaba leyendo el periódico y su diversión principal: leer los obituarios.

“Así me entero de cómo están todos”, decía. Claro era como su feisbook de finales de los años ochentas, era la manera de saber quien estaba aún con vida y a quién iríamos a enterrar. Pasaba las horas leyéndolos y seguramente pensando en el suyo propio.

Ahora yo encuentro de lo más entretenido leer obituarios tambien, me gustan esas columnas delgadas donde en menos de 3.5 x 6 cm se concentra toda una historia de vida, me gusta leer las fechas y me llena de tranquilidad esta longevidad escandinava donde leo en su mayoría que las personas de entre noventa y cien años ya han tenido la oportunidad de morir, por fin.

Tengo la capacidad de detectar los nacidos en 1937, entonces pienso en mamá, y me digo a mi misma que bueno ya era su tiempo de morir, y me consuelo un poco y me parece que estamos en un rango de normalidad que los de la generación de los 30’s y 40’s estén engrosando las líneas de los obituarios “regulares”.

En cambio cuando veo fechas como 1968 me rasco la cabeza y me mortifica un poco, la gente de mi edad no debería de estar en éstas líneas sino en los titulares de las secciones de economía y cultura por ejemplo, y peor aún cuando son más jóvenes o incluso niños, ahí no me gusta nada el asunto este de la muerte, pero por suerte o por fortuna son casos excepcionales, al menos en el periódico que me llega a casa y eso me da un consuelo superficial.

Y luego pasamos a la página de las columnas “En memoria” esas me gustan mucho más, me parece fascinante leer lo que se escribe de la gente de a pie, de la gente común y corriente cuando han muerto. Muchas veces la autoría de esos textos la tiene un familiar cercano y en muchos otros casos son un grupo de amigos que seguramente se sientan ante una botella de vino a recordar al difunto en cuestión y escriben las mejores líneas en memoria de su muertito. Estas columnas suelen estar acompañadas de una pequeña foto en blanco y negro y el periódico las publica semanalmente. A mí me gusta leerlas porque al parecer los que se mueren son personas maravillosas que todos extrañarán profundamente. Se hace una recapitulación de la carrera del difunto, se mencionan su estancias en el extranjero, si es que las hubo, su hermosa familia, los adorables hijos y en muchos casos nietos así como los logros profesionales y privados, como en las artes, las manualidades o en los deportes. Me cautiva completamente que en ninguno de los casos de todos estos “En Memoria” que he leído nadie recuerda a fulano o mengano como un hijo-de-puta bien hecho, nadie menciona que la mujer fué infiel hasta con el vecino de enfrente o que los hijos fueron unos alcohólicos que tan solo se bebieron los años de trabajo de su padre.

Al parecer la muerte borra, limpia, lava, desinfecta y purifica a quien se muere y mejor aún a quien queda en vida.

Me gusta esto de leer los “En Memoria” y disfrutar de lecturas color de rosa donde los remanentes, los con-vida, los herederos, los amigos de parrandas sin fin y los colegas que le metieron el pie durante toda su vida profesional se acordarán nada más de lo bueno, de los hitos y todas las imperfecciones se liman en la piedra pómez de entre la vida y la muerte.

Me pregunto que pasa con todos esos no-seres-excepcionales que mueren sin media palabra, debería de haber un servicio así como el de los escribanos de Arcos de belén en la ciudad de México donde iban los enamorados analfabetas a dictar su amor al hombre que sabía teclear para mandar sus palabras al destinatario que decidiría el futuro de quien se había enamorado. Así me gustaría que hubiera un servicio en el que uno se sienta en un taburete y le platica al letrado frente al teclado la obra y gracia de la vida de su difunto y éste la escribe y la publica para que nadie pase desapercibido al otro mundo, para que todos nos vayamos con un “En Memoria” o mejor aún, ahora que lo pienso, que uno vaya al mismo banquito a sentarse y dicte su propio “En Memoria”, quizá la vida sería diferente, dejando publicadas las palabras que pasarán a la perpetuidad, porque no se puede confiar tan solo en la columna de 3.5 x 6 cm donde se abreviarán los 75 u ochenta años de vida, no se puede confiar en el “En Memoria” escrito por los amigos cuando todos los recuerdos se vuelven amorosos alrededor de una buena botella de vino, y menos aún no podemos pasar a la vida eterna con las pocas palabras que el artesano logra tallar en la piedra que marcará la tumba a perpetuidad, en caso de que aún nos toque tumba de tierra y lodo como en los viejos tiempos y no un cajón en el archivero de vida en el santo amparo de alguna iglesia o catedral.

Yo apuesto por un “En memoria” a todo color, donde se escriban de los cambios de humor de los gritos y sombrerazos, de las malas decisiones y de la ristra de errores cometidos, de los proyectos fallidos y de los amores abandonados en el camino. Un “En memoria” de rayos equis donde se muestren las entrañas de la vida de quien la ha vivido por completo, donde se nos recuerde como humanos de carne y hueso y no tan solo como seres etéreos al borde de la canonización donde cada día fué un bálsamo de amor.

No señora la vida está llena de mierda también, pero es esa como dice el dicho sueco la que le da consistencia y si se maneja con diligencia, si se amalgama con gracia esa mierdita es el engrudo que pone las partes en su lugar, las buenas y las malas, las rotas y las “rompidas” las une y las completa.

Así que ya saben, al menos en el mío en mi “En memoria” que espero sea publicado en al menos unos treinta años más no olviden mis humores y mis desamores, mis gritos y mis carcajadas, mis abandonos y mis olvidos, mi chorizo de errores y mi mala ortografía, mi acidez estomacal y mi pelo despeinado, mi mal inglés y mi poca, demasiado poca paciencia.

En mi “En Memoria” hagan un colorido cuadro de vida, con mucha sal y pimienta, con más verdades que rimas y más humor que penas.

A mí, me gusta leer los obituarios, qué le vamos a hacer, es mi recompensa después de haber leído el periódico de los sábados de cabo a rabo y me recuerdan que lo único que tenemos que hacer aquí es mantenernos en vida y que en algún momento alguien nos recordará, a mí que me recuerden en vivo, en directo y a todo color, que quien lea mi obituario me reconozca y lo disfrute como yo, porque a mi -como a mi abuelo- me gusta leer los «En Memoria» y los obituarios y leer y re-leerme éstas vidas perfectas y mundanas de los que ya no están.